El duende en el camino y el joven en el auto

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—¿Existe el país de las Hadas, hermano? 

—Supongo que sí, si encuentras la manera de entrar en él.

George MacDonald, Fantastes.


El automóvil naranja siguió por el camino a un lado de la carretera. Donde se apuntaba la entrada al pueblo a unos 50 metros más.

A través de la ventanilla únicamente se veían árboles una y otra vez. Hasta que esos árboles se extendían tan altos y enormes sobre el camino que formaban una sombrilla verde, dejando que únicamente unos cuantos rayos de sol caigan sobre el vehículo.

Quien venía en el asiento de atrás observaba melancólicamente hacia afuera. Rememorando todo lo que dejaba atrás: los amigos de los que se tuvo que despedir, porque ese verano su padre había decidido que lo pasarían en la que fue la casa de su abuelo. Completamente aislados en un pueblo de ermitaños.

—Anímate James. —Dijo su madre desde el asiento delantero. —Puede que hagas nuevos amigos. Esto va a ayudar para descontaminarnos de todo el caos que está pasando ahora.—Su voz se tornó suavemente afligida. Su marido estiró una mano para acariciarle el hombro de forma consoladora, sin despegar la otra del volante.

El joven rodó los ojos y empujó un poco más el cuerpo contra la puerta. No quería animarse ni amigos nuevos, quería ir a casa. Quería unirse a la causa por la que las calles estaban cerradas, por la cual los jóvenes alzaban la voz, quería salir a protestar junto con sus amigos para exigir el cambio. En su lugar, estaba obligado a ir a un pueblo que probablemente no tendría señal.

Afuera, el auto pasó junto a un niño parado a un lado del camino vestido de harapos largos, con el cabello sucio y despeinado cubierto de hojas secas. Sonrió el dirección al carro, una sonrisa enorme y traviesa. James lo vio con una sorpresa que no terminó de entender. Su mirada se clavó a él en los pocos segundos que pasaron su lado y estuvo seguro de ver que ese niño le hizo una seña de guardar silencio.

Se giró hacia sus padres ellos no parecieron haberlo notado. Y justamente cuando abrió la boca para preguntarles, el auto dio una sacudida que lo interrumpió.

Su padre maniobró para no estrellarse contra un árbol, pero quedaron un poco fuera del camino con el cofre sacando humo por los lados.

En cuanto el auto se detuvo, el hombre se quitó el cinturón y bajó.

—Por un demonio.— Exclamó el hombre cuando al abrir el capo del automóvil, le llegó una ola de vapor al rostro.

—¿Qué pasó, Isaak?—Preguntó su madre, también bajando del auto para observar, pero manteniendo su distancia.

El hombre sacudió con la mano el humo, dando una inspección rápida al motor.

—Falló el ventilador. —Dedujo finalmente

—¿Falló?— Coreó James, bajando la ventanilla para asomar la cabeza. En cualquier otro caso hubiera hecho un escándalo porque tenía razón en que no debieron hacer ese viaje; pero la imagen del niño a medio camino lo tenía tan impresionado que bajó rápidamente del auto y lo buscó con la mirada, sin encontrar más que árboles y pavimento por el camino.

—Rebecca, James recojan sus cosas.—Dijo Isaak, cerrando el cofre y abriendo la cajuela donde llevaban las maletas.

—¿No lo vieron?—Preguntó James girándose bruscamente hacia ellos, pero le respondieron con una mirada confundida, como si se hubiera vuelto loco.

—¿Ver qué?—Su madre dijo mientras sacaba el bolso del auto.

—...Nada.— Miró una última vez el camino y se limitó a sacar la mochila donde llevaba su ropa. —¿Iremos caminando?

—¿Tienes una mejor idea?—Preguntó su padre agobiado, cerrando la puertilla del maletero y poniendo seguro.—¿Una grúa en medio de la nada?

James no respondió, no por sumisión, si no porque se sentía extraño. Por un momento creyó estar volviéndose loco, se acercó al borde del camino, mirando hasta donde se perdía por arboles.

—¿Qué pasará con el auto?—Su madre tomaba su bolso preocupadamente, mirando el auto y la respuesta que tuvo de su marido fue un suspiro.

—Con suerte vendremos a recogerlo con ayuda de alguien del pueblo.

Intercambiaron un par de palabras y posibilidades, acerca del auto, del camino, del pueblo. Y el único que vio llegar a una camioneta azul por el camino, fue James.

Esta no venía demasiado rápido, y aminoró la marcha cuando vio le auto naranja parado.

—¿Necesitan ayuda?—Arriba de ella iba un hombre rubio de mirada calculadora, y el asiento de al lado la que parecía ser su hija, con una melena corta y unos ojos profundamente azules. Sin preguntar mucho más, bajó para empezar a conversar con el padre de James, y juntos le dieron una segunda revisada al motor.

James por su parte se quedó cerca de la camioneta azul, donde la chica rubia se acercó a hacerle compañía. Recargándose contra el auto en silencio.

El sol estaba en su punto máximo, pero los arboles eran tan grandes que sus copas hacían sombra por una buena parte del camino. El viento sopló y movió un poco el cabello de ambos.

—¿Vienen a vacacionar?— Preguntó ella, en un tono bastante neutro. James la observó un momento y asintió, notando seriedad en su pregunta. —Entonces deberías empezar a conseguirles dulces o no te van a dejar en paz.

Aquello lo descolocó, quien enseguida volvió la vista al camino un segundo antes de mirar a la chica una vez más. Le costó procesar que era casi seguro que ella se refiriera al niño que había visto hace un rato, a juzgar por su rostro de tranquilidad, era algo habitual por allí.

—¿Tu sabes quién era? ¿Él hizo esto?—La chica lo miró con esos ojos azules como cielo despejado, pero no tuvo tiempo de responder.

—Ina, saca el gancho. —Le dijo su padre, interrumpiendo lo que pudo haber sido una conversación. Ella asintió y entró a la camioneta de nuevo, sacando un par de tubos de metal y una cadena que le entregaría.

Lograron remolcar el automóvil continuando por el camino de árboles, hasta que estos dieron paso a casas de piedra con enormes patios.

Todos cupieron perfectamente en la camioneta, y la conversación no fue más allá de acerca de autos, y de personas en el pueblo que podrían checar el suyo.

Les hizo el favor de dejarlos hasta la que fue la casa del abuelo, donde se quedarían y después de que desempacaran, llevó el auto junto con Isaak a un taller donde podrían revisarlo.

James no tuvo tiempo de preguntarle a Ina acerca del niño en la carretera, y tampoco se atrevió a hacerlo frente a sus padres. Pero antes de que se fuera le dedicó una mirada, y tuvo la impresión de que cuando ella lo miró de vuelta, le dio a entender que sus preguntas serían respondidas en algún momento.

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Cloud Study (1830–1822)

John Constable









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