El asunto con las llaves, el polvo y los fusibles

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Todo esto que hago, que pienso, que deseo... ¿por qué y para quién?

Yolanda Michel, El tarot de don Quijote


La casa del abuelo era enorme por fuera. Las hierbas creciendo por las altas paredes decían que llevaba tiempo sin que nadie estuviera allí.

—Cuando yo era niña, tu abuelo nos solía traer aquí. —Dijo Rebecca mientras sacaba las enormes llaves de la puerta  introduciendolas una a una, buscando la correcta. —Venía en los veranos, igual que tú ahora. El pueblo no ha cambiado mucho. —Por fin una de las llaves quitó el seguro de la pesada puerta de madera. La cual tuvo que empujar con la cadera para poder abrir, levantando una ligera estela de polvo dentro del recibidor.

Sacudió el aire con la mano y se quedó al centro de la estancia observándola nostalgicamente, en recuerdos que jamás serían realidad otra vez.

James entró después de ella, caminando con cierta curiosidad hacia los cachivaches colgados, junto con fotos distribuidas por casi todas las paredes de los pasillos.

Los muebles estaban cubiertos de sábanas blancas y las fotografías tenían polvo en los marcos. Se acercó a ver estas: La mayoría eran en blanco y negro, y todas parecían retratos familiares, aunque no reconocía a muchas de esas personas aparte de su abuelo.

Atrapó su atención una donde estaba su mamá de pequeña, a su lado estaban sus tías sentadas en el césped con largas faldas cubriéndoles los tobillos. Y de pie en medio de ellas, su abuelo, tomando la correa de un perro negro que muy obedientemente estaba sentado a su lado. Parecía un día de campo agradable, la familia reunida para una foto, con los ojos un entrecerrados por el sol.

—Ojalá lo hubieras conocido.—Dijo su madre, detrás de él, también mirando las fotografías. —A tu abuelo. Tenía el mismo espíritu libre que tú.—Se acercó a la que observada James, después de haber revisado otras. —Ese es Cerbero. —Dijo señalando al perro con el dedo. —Adoraba a tu abuelo, nunca se despegaba de su lado. —Su tono era completamente melancólico, por poco y los ojos se le pondrían llorosos, pero negó caminado a la puerta. —Vamos a meter las cosas, esta casa necesita una mano de gato.

—O una garra de tigre. —Respondió James mirando por el pasillo que seguramente daba hacia un sin fin de habitaciones y recovecos. No dudaba que les tomaría toda la tarde dejarla habitable de nuevo.

Salió afuera a meter todo lo que habían traído para pasar un verano, que ahora que lo pensaba, quizá no era sería tan desagradable.

—¿Para qué ocupaban tantas habitaciones?—Preguntó James a modo de queja, dejándose caer en un sofá que hace un rato había desempolvado y acomodado al centro del salón, frente a una chimenea que no se atrevería a sacudir solo.

—Bueno... Mi padre solía recibir a los que viajeros, esto era algo así como una posada. —Rebecca se alcanzaba a ver desde la sala, y cómo en la cocina tenía que estirarse un poco para guardar las latas en los estantes altos, de un estilo vintage.

James se hundió más en el sofá dejando el manojo de llaves a un lado. Ya había limpiado toda la planta baja, acomodado los muebles. También se había peleado con los grifos comprobando que el agua fluyera correctamente en los baños. Así que ahora solamente quería descansar antes de tener que desempolvar también arriba.

Su padre entró a la estancia desde el jardín trasero, con el rostro ligeramente sudado y las manos llenas de tierra. Había estado quitando las malas hierbas del patio desde que volvió de haber dejado el auto en el taller. Miró al más joven, limpiándose la frente con el antebrazo.

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