|| Día siete ||

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Dos leves golpes en la puerta hicieron despertar al pequeño alemán, que se removió entre las sábanas blancas en un intento de disipar la molesta sensación de tener que abrir los ojos por la mañana.

La puerta se abrió sin más, dejando ver a un remangado soviético con un delantal encima y una espátula en mano, que sonrió enternecido por la imagen ante su ojo.

—Venga dormilones, arriba—el ruso tumbado a la diestra del alemán se removió, estaba demasiado cómodo y no quería despedirse aún del calor que le proporcionaba la cama.

ещё пять минут пап...(cinco minutos más, pá...)—Rusia agarró las sábanas y tiró de ellas hacia arriba, tapándose la cara al consecuente.

No había podido dormir bien la noche anterior debido a las historias de terror, por lo que hasta pasadas algunas horas de la madrugada, él y su amigo alemán seguían despiertos. Por ello igualmente decidieron dormir esa noche juntos, Alemania se había despertado de una pesadilla en su propia habitación, y como no podía volver a pegar ojo, optó por poner sus pies en tierra y andar hacia el cuarto del ruso, no quería pasar esa noche solo. Este le recibió de brazos abiertos, o bueno, sábanas abiertas en ese caso, no lo iba a admitir pero también necesitaba de calor humano para pasar esas oscuras horas.

URSS, al ver que el madrugón alemán todavía no había bajado a desayunar ya pasadas incluso las diez de la mañana, se preguntó si le hubiese ocurrido algo y se decidió a subir hacia su habitación, grande fue la sorpresa cuando vio que la puerta estaba abierta pero no había ningún azabache dentro de la cama. Bien, la única habitación que quedaba ocupada era la del pequeño ruso, el resto de sus hermanos ya se habían despertado y comían sus preciados syrniki, unas mini tortitas de requesón gorditas típicas de la región ucraniana, aunque Rusia se negaba a creerlo y simplemente decía que era "cocina eslava general", no quería atribuirle el mérito a las tierras de su hermano.

El caso, que se dispuso a ir hacia el cuarto del albino, y cuando lo abrió, se encontró a no solo su hijo, sino que también al alemán acurrucado cerca suya, los dos pegados pero tampoco abrazados, dormiditos y recogidos en si mismos disfrutando de la compañía del otro. URSS en ese momento por poco se descompuso, su frío corazón helado se prendía en llamas de la dulzura y el cariño que desprendía la habitación, pero tenía que despertarles ya o se les pasaría el día volando, y aún tenían planes para antes de que el alemán se fuese de vuelta a Berlín.

Querían darle una despedida digna para no irse con un mal sabor de boca, y es que ese niño había hecho un huequito en todos los corazones de los residentes de la casa, incluso del gato, que ya se dejaba acariciar por él con confianzas.

Давай сынок, а то сырники остынут (Venga "hijito", o los syrniki se enfriarán)—Con una sonrisa el padre bromeó, probablemente las tortitas ya estarían templadas, pero la verdad es que se disfrutaban de igual manera sean como sean, aunque al pequeño ruso le gustaban calientes y debería de apurarse, pero es que la cama era tan cómoda...

Rusia gruñó hastiado, le daba rabia que su estimado desayuno estuviera pasandolo solo en la mesa, sin la compañía de su estómago, pero la falta de sueño tampoco le ponía muy contento.

Alemania se removió otra vez, despertándose del todo y poniéndose en una postura sentada aún en la cama, aunque su movimiento no duró mucho y se volvió a quedar perdido en sus pensamientos, mirada con ojeras fijada en las sábanas de nuevo, sus brazos colgando de su cuerpo, en un trance de sueño total.

—¿Mala noche?—el soviético rió viendo a la pareja, sobretodo al pequeño alemán, el cual su cabello color carbón se había puesto en todas las direcciones posibles, desafiando a la gravedad entre múltiples matas de pelo subiendo, bajando y creando formas inimaginables, costaría peinar eso.

𝑼𝒏𝒂 𝒔𝒆𝒎𝒂𝒏𝒂 𝒄𝒐𝒏 𝒍𝒂 𝑼𝑹𝑺𝑺 || Alemania + soviéticosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora