|| Prólogo ||

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—¡Noooo, no quiero!

En una casa de Berlín, habia un pequeño alemán lloriqueando en la pierna de su padre, de su muy malhumorado y cansado padre.

Le agarraba con fuerza del pantalón y rodeaba con sus delgados brazos todo lo que podía, no dejando andar al pobre adulto, el cuál tenía el ceño tan fruncido que posiblemente le saldrían arrugas de abuelo antes de llegar a los treinta.

—Alemania, vas a ir y punto, deja de quejarte que me voy a enfadar— parándose en frente de la puerta de su hijo, se agachó a la altura de este y le agarró de la mejilla con algo de fuerza— y a ti no te gusta cuando papá se enfada, ¿verdad?

Emitiendo un pequeño quejido, Alemania le miró con sus grandes ojitos llorosos.

—N-no, no me gusta.

—Entonces suéltame y deja de quejarte— el pequeño azabache se separó de su padre, que suspiró en alivio al dejar de sentir la carga encima, pero su berrinche no había acabado.

—Pero es que, es que no quiero que me dejes papi—al no poder agarrarse de su familiar, optó por mirar al suelo con pena y jugar con sus pequeños deditos, enredándolos uno en otro.

Reich inspiró con fuerza y dejó salir todo el aire en una tanda, intentando calmarse. Amaba a su hijo, pero era como una gran lapa que se pegaba a ti y no te soltaba en horas.

—Cariño no te voy a dejar, solo va a ser una semana, ¿sí?—procedió a abrir la gran puerta de madera blanca de la habitación del menor, había una maleta que hacer.

—¡Una semana es mucho, son como, doce días!—Reich le miró incrédulo, ¿qué tipo de matemáticas estudiaba su hijo?

—Son siete Ale, no exageres.

—¡Aún así es demasiado! Yo no puedo vivir sin ti—dando constancia de lo que él era, se tiró a su cama como un niño pequeño y abrazó su gran almohada, mirando por encima del objeto con sus ojos grises.

—Tienes ocho años Ale, ya estás mayor para depender de mí, algún día yo no estaré y te las tendrás que arreglar solo.—el mayor de los dos abrió el armario de la habitación y comenzó a sacar distintos tipos de ropa, era invierno y Moscú estaría nevada.

Debería de haberse replanteado el comprar vestimenta más adecuada, no quería que su hijo muriese de hipotermia.

—No digas eso...—con voz y tono de reproche, el infante se escondió en la almohada color crema, odiaba cuando su padre hablaba sobre un futuro sin él.

El pelinegro adulto dejó la ropa a un lado y se sentó resignado en la cama, apartando el obstáculo que no le dejaba ver la cara de su hijo, y posó su mano izquierda en la cabeza contraria, acariciandola suavemente.

—En todo caso no entiendo por qué estás tan en contra de ir con URSS, no es tan malo.

—¡Da miedo!— Reich rió animado, todos tenían la misma percepción de él.

—Tu padre asusta mucho mejor, soy más rudo y cruel que Sowjet.

—Pero tú eres mi papá, y no me das miedo.

—Ya veremos.

Alemania le miró con duda, sin saber a lo que se refería con ello, pero como realmente no le importaba pues no preguntó, decidiendo mejor acostarse en la cama y mirar al suelo con drama fingido, digno de telenovela.

—¿Por qué no Italia o Imperio Japonés?—su voz era distorsionada por estar boca abajo contra las sabanas, pero aún así Reich le pudo entender.

𝑼𝒏𝒂 𝒔𝒆𝒎𝒂𝒏𝒂 𝒄𝒐𝒏 𝒍𝒂 𝑼𝑹𝑺𝑺 || Alemania + soviéticosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora