Capítulo 4

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“No puedo hacerlo”

“Sí puedes, Louis, venga, por favor. Necesito que te metas en la ducha.”

“No puedo, me d-duele...”

“No. Respira hondo, sigue respirando, escúchame. Métete en la ducha, ni siquiera tienes que quitarte la ropa si no quieres, ¿vale? Sólo necesitas una ducha fría, te prometo que te sentará bien.”

“Ayúdame” Louis ya sollozaba, encogido sobre sí mismo. “Ayúdame. No puedo, nunca he podido, nunca he estado en celo sin... sin...ellos...”

“Louis” la desesperación crecía en su interior al verlo encogerse, hacer muecas de dolor, al ver sus mejillas enrojecidas y los movimientos débiles de sus manos al intentar tirar de él. El omega sarcástico y mordaz que había conocido ya no estaba; parecía todavía más pequeño y frágil, y no había deseo en ninguno de sus gestos. Louis jadeaba y suplicaba, pero las lágrimas se deslizaban por sus mejillas y había terror en sus ojos. “Lou. Tranquilízate. Aquí estás a salvo”

Él parpadeó, cogiendo aire justo antes de que una nueva ola lo hiciese gemir de dolor.

“No me hagas daño” suplicó en un susurro “Por favor, no me hagas daño. N-No...”

“Eh” el estómago se le hizo un nudo al oírlo, y casi sintió arcadas. “Claro que no. Nunca te haría daño, Louis, te lo juro. Sólo quiero protegerte”

Alzó una mano para secar la nueva lágrima que se deslizaba por su mejilla, pero Louis dio un respingo y retrocedió, gimiendo de nuevo.

“No me toques” gimoteó “Por favor, no me hagas daño, por favor, por favor, no me...”

“Louis” empezaba a asustarlo el pánico absoluto del omega, el miedo y la desesperación atrapados en su mirada. ¿Qué le habían hecho? ¿Cuánto tiempo... cuánto tiempo...?

Trece años. Trece años es poquísimo, pensó con náusea. Era un niño.

“No te haré daño” dijo intentando hablar con calma. “Si no quieres, no te tocaré, ¿de acuerdo?” Esperó a que asintiera, tembloroso. “Vale. ¿Quieres darte una ducha fría, Louis? ¿Quieres que se vaya el calor?”

“El calor” repitió él, jadeando. Asintió de nuevo, y se tambaleó un poco “El calor. Quiero que se vaya”

No puede ducharse, comprendió enseguida. No se tiene en pie. Y no dejará que le ayude.

“Túmbate, Louis” dijo con voz suave, y él obedeció; sus piernas delgadas tropezaron entre ellas mientras trastabillaba hacia la cama y se derrumbaba encima; separó las piernas con un movimiento mecánico, practicado, casi inconsciente, y se tapó el rostro con las manos.

“No me hagas daño” susurraba una y otra vez, aterrado. “Por favor, no me hagas daño, por favor, por favor, necesito, necesito...”

Harry tenía el corazón encogido. Se acercó un par de pasos con cuidado, notando el olor aumentar todavía más, y se le hizo la boca agua; Louis era perfecto, allí tumbado, temblando y jadeando y pidiendo... pidiendo...

Pidiendo que no le hiciese daño. Volvió a la realidad con brusquedad al darse cuenta de qué era lo que no encajaba de todo aquello. El olor. Louis olía extraño.

Se acercó un poco más. Inspiró con cuidado, pero hasta que no dirigió la mirada de nuevo al cuerpo diminuto del omega, no lo entendió. Olía seco. Louis estaba completamente seco; no se deslizaba ni una gota de lubricante entre sus piernas.

¿Qué omega en celo no producía lubricante?

“Oh, Louis” susurró con tristeza. Él gimió al sentir la vibración de su voz recorriéndole el cuerpo. “Déjame tocarte, cariño. No te haré daño, te juro que no te haré daño. Confía en mí”

Yo mataré monstruos por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora