Capítulo 3

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La mañana siguiente llegó mucho antes de lo que esperaba. El sueño reparador nunca llegó y pareciera que estaba incluso más cansada que la noche anterior.

Tomó una ducha rápida, se vistió con una blusa blanca, una falda de tubo negra con algunas modificaciones para que no fuera muy ajustada y una chaqueta lisa del mismo color.

Cualquier persona pensaría que era una secretaría debido a su vestimenta, pero no, era una profesora y de las más aburridas, había que decir. "Mientras más seria y menos mostrara siempre era mejor", susurró esa vocecita en su cabeza que no tenía piedad al momento de juzgarla cuando algo no estaba en su lugar. Era tan cierto cuando decían que uno es su propio enemigo.

Caminó a la cocina y preparó un desayuno completo para tres personas, aunque solo tomó una manzana, su fruta favorita en el mundo, para ella. Dejó una pequeña nota para sus amigas sobre la isla de la amplia cocina que tenían en su hogar y partió rumbo a la escuela con todo lo necesario para el día.

Sonrió al pensar en esa palabra.

Hogar.

Su departamento estaba a las afueras de Manhattan y tenía una hermosa vista de la isla. La renta era un tanto elevada, pero nada que no fuese razonable al ser repartido entre tres.

Luego de graduarse y hablar con sus amigas acerca de vivir juntas, agradeció un montón que hubiesen descartado la idea de vivir en el centro de la ciudad por ella. Amaba Nueva York, pero las multitudes no tanto. Prefería tomar el metro o el autobús para llegar donde fuera a vivir cerca de multitudes de lo que consideraba su mayor miedo: las personas.

Estas le provocaban curiosidad y a la vez terror. Bastante sabía ella de todo el daño que podía llegar a hacer, aun así, observarlas interactuar era uno de sus pasatiempos favoritos.

El metro le ofrecía esa oportunidad. Madres con sus hijos hacia la escuela, mujeres maquillándose camino al trabajo, hombres emergidos en el mundo que se desarrollaba en sus celulares, algunos que aprovechaban de tomar la primera y quizás única siesta del día, y hasta adultos mayores sosteniéndose de la mano y secreteando con las miradas sin siquiera decir una palabra. Eran simplemente fascinante en su diversidad.

Cuando terminó el trayecto e hizo la pequeña caminata desde la parada hasta la escuela se encontró con una aglomeración enorme de pequeños individuos – y algunos no tanto – gritando de allá para acá. Al ser el primer día de clases, todos estaban emocionados y deseosos de compartir las experiencias las vacaciones con sus compañeros y amigos. Saludó con una sonrisa enorme a cada niño que ondeaba su mano en su camino para darle la bienvenida y se dirigió a la sala de profesores. Sus audífonos estaban a casi el máximo volumen tratando de relajar su ansiedad y los nervios matutinos. Todo iba bien y su corazón bajó los latidos cuando estaba por entrar hasta que chocó con la muralla enorme, aquella que todos llamaban director, lanzando papeles, cuadernos y a ella por los suelos. Aquella muralla llamada Andrew Pierce.

- ¡Cristo! ¿Estás bien? ¿Estás herida? –Gruñó el gran hombre mientras trataba de levantarla del piso. No sabía si estaba enojada con ella por haberlo chocado o por el hecho de que la mandó volando al suelo-. Lo siento mucho, de verdad. Venía detrás de unos niños que corrían por el pasillo.

Un apenas audible "no pasa nada" salió de la boca de Annie, pero esta no podía levantar la mirada del suelo. Cada vez que él decía una palabra su corazón saltaba como el de una adolescente de 15 años ante su primer amor de secundaria. La vergüenza era también un gran factor. Tomó tan rápido como pudo todos los papeles que se encontraban en el suelo y murmurando una pequeña disculpa corrió e hizo lo más maduro que una persona puede hacer cuando cae al suelo teniendo 25 años: encerrarse en el baño.

Apples for The ColdDonde viven las historias. Descúbrelo ahora