Capítulo 2

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Manhattan, NY. Agosto 2019

Finalizando los días de agosto y entrando a los primeros de septiembre, el clima en Nueva York se había sentido de la misma manera los últimos 3 años. El sol te abrazaba gentilmente, pero sin ser demasiado agobiante.

Aunque Annie amaba el tiempo de volver a clases, odiaba tener que volver a vivir otro invierno. Otoño e invierno nunca fueron sus estaciones favoritas debido al frío y la característica soledad que le traía la nieve o la poca luz.

Universitaria graduada con honores, profesora del programa norteamericano de educación y especializada en Literatura, Annie se cuestionaba que era lo que aún no lograba completar en su vida para sentirse llena y plena.

En un principio se había unido al programa pensando en ayudar al mundo a ser un lugar mejor. Darle a cada pequeño la dignidad y oportunidad de ser alguien en la vida sonaba como un buen plan a largo plazo. Tenía tan solo 25 años, pero una vida solitaria y de autoaprendizaje le había impulsado para llegar donde estaba.

Nunca había sobresalido en los grupos que se encontraba ni era la popular entre sus amistades. Apenas alcanzando el metro y medio de altura, se sorprendía cuando las personas parecían notarla dentro de alguna habitación. Demonios, apostaba que la mayoría de los que se graduaron junto a ella la vieron por primera vez cuando subió al estrado a dar el discurso.

Miles de pensamientos, preguntas e inquietudes rondaban su cabeza cada día. Preguntas relacionadas a los niños, las clases y el futuro la mantenían ocupada; sin embargo, últimamente su cabeza estaba en cualquier lugar menos con ella, las preguntas la llevaban a cuestionarse que era lo que le faltaba para sentirse realmente acompañada y segura. Seguramente era la crisis de la mediana edad que había decidido adelantarse unos años.

Se encontraba con su vista hacia la ventana, viendo toda la ciudad rendida a sus pies; sin embargo, nada llamaba su atención a tal punto de sacarla de su mundo de ensueños.

Quizás era el frío que se avecinaba o el hecho de que se sentía más sola que nunca.

Se sintió culpable de sentirse así porque realmente nunca había estado sola. Viviendo con sus dos mejores amigas, estas nunca la dejaban siquiera sentir que no estaban. Siempre había alguna de las dos alrededor para acompañarla.

Miró de vuelta a su escritorio donde todo estaba hecho un desastre entre material de estudio y documentos testigo de su nuevo primer día de escolaridad para los chicos. Amaba su profesión más que nada en el mundo y no la cambiaría por nada, el mero hecho de poder brindar a cada uno de esos niños un mundo de oportunidades para que tuvieran la mejor vida que pudiesen tener la llenaba por completo.

Su vida giraba en torno al colegio en que trabajaba, los niños que asistían y sus amigas. Jamás se había distraído o enfocado en cosas que no correspondieran a mantener en orden la vida que llevaba o las metas que se proponía.

Pensándolo bien, ya sabía a quién culpar por su mente y estómago revoloteados. Toda estructura y armonía culminó cuando llegó él. Aquel fue el que puso su mundo patas arriba y la puso a cuestionarse cada cosa que hacía.

Aquel que ocupaba sus pensamientos 24/7.

Aquel que la hacía soñar despierta.

Más que un hombre, una montaña de dos metros de altura cuyos hombros anchos y contextura robusta, ojos miel y largo cabello castaño que llegaba por bajo de sus hombros, acaparaban su atención en el minuto que ponía un pie dentro de cualquier habitación. El día en que él llegó al colegio y fue presentado como el nuevo director, su corazón cayó a un precipicio del cual aún no podía encontrar fondo. Parecía el hombre ideal en todo aspecto. Esos grandes e intensos ojos verdes avellana parecían hablar sin decir palabras.

Apples for The ColdDonde viven las historias. Descúbrelo ahora