𝗘𝗣Í𝗟𝗢𝗚𝗢

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Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, 1998

BATALLA DE HOGWARTS

Un estallido retumbó en sus oídos y la obligó a echarse a un lado mientras evadía una maldición

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Un estallido retumbó en sus oídos y la obligó a echarse a un lado mientras evadía una maldición. Aturdida, atemorizada y con la cabeza dándole vueltas se volteó para buscar el origen de aquella explosión. El cuerpo le tembló estrepitosamente cuando escuchó gritos: «¡No, Fred! ¡No!»

Y entonces lo vio. Ahí, bañado en sangre y tendido en el suelo como muñeco de trapo, se encontraba Fred mirándola fijamente. Theresa gimoteó mientras se aproximaba y se posaba junto a él con el cuerpo temblándole silenciosamente; lágrimas recorrieron sus mejillas y cogió el rostro del joven entre sus manos. A su lado, Percy gritaba incoherencias.

— ¡Fred! —sollozó.

Sorprendida por una maldición imperdonable, Theresa se lanzó a un lado y encaró al asesino con los ojos brillando como antorchas entre un desconsolante llanto. Percy vociferó palabras inaudibles para su cuñada, palabras que fueron brutalmente ignoradas.

Augustus Rookwood bajó su varita: él era el asesino. Cuando Percy intentó lanzarse contra el mortífago se vio de bruces contra el suelo y cuando alzó la cara se encontró con la resplandeciente mirada de Theresa. El brillo que se alzaba en semblante era de otro universo, dudar de su padecimiento sería un completo insulto contra el amor de ambos; recién estaba conociéndola y lo primero que se le pasó por la mente fue una significativa frase: «Esta mujer debería ser Gryffindor»

— El señor tenebroso estará encantado de recibirte si te retractas, Theresa. Puedes redimir todo lo que has hecho mal y volver con nosotros, vivir dominando a aquellos que no merecen existir.

¿Redimirse significaba olvidar por completo a Fred? ¿Echarlo a un lado como un mal sueño? Jamás. Jamás lo deshonraría de tal manera. Una maldición imperdonable sorprendió a Augustus, quien apenas consiguió evadirla echándose a un lado, y cuando levantó el mugriento rostro Theresa lo recibió con una certera patada. El honor de su amante de ningún modo sería mancillado.

— Jamás volveré con un ser tan malditamente insignificante.

— ¡Fred, mi hijo! —era la voz de Molly llamando desesperadamente a alguien que no podría responderle.

Ninguna última palabra sería escuchada. Fue maravilloso y desconcertante verla luchar contra uno de los suyos, pero causó regocijo cuando levantó aquella esplendorosa varita y asesinó al hombre que le había arrebatado la vida, por lo menos metafóricamente. Molly Weasley gritó hasta desgarrarse la garganta.

— Perdóneme, señora Weasley, por no haber podido salvar a su hijo. Perdóneme, se lo ruego.

Y de repente se derrumbó en el suelo. El Sr. Nott le había cortado la garganta con tan solo un movimiento de su cuchillo; Theresa intentó coger aire mientras detenía el sangrado y se arrastraba hasta su novio con las pocas fuerzas que le quedaban. El sonido de encantamientos impactando entre sí alertó sus sentidos, pero no se atrevió a dedicar sus últimos pensamientos en algo tan vano, sino que deseaba acercarse al hombre tendido a pocos metros de su posición: necesitaba verle antes de morir.

— ¡Theresa, mi niña! 

Molly se aproximó y en cuanto contempló su rostro lágrimas escaparon de sus adoloridos ojos: ella no tenía salvación alguna. A unos cuantos metros, Percy luchaba valientemente contra Fenrir.

— Por Merlín, ¿qué te hicieron...?

Esos ojos almendrados miraban fijamente a Fred como si fuera la octava maravilla del mundo. Molly, sumida en un llanto ensordecedor, observó a dos enamorados marcharse del mundo tomados de la mano. Theresa se merecía su perdón, porque jamás había visto un amor tan puro florecer en medio de una guerra desgarradora.

 Theresa se merecía su perdón, porque jamás había visto un amor tan puro florecer en medio de una guerra desgarradora

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el mundo era demasiado cruel para que profesaran su amor estando vivos

Sangre pura | Fred WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora