Capítulo 4

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Dicen que contar ovejas ayuda a dormir en noches de insomnio. Pues saben qué... ¡no es cierto!

Las horas pasaban y yo seguía sin poder conciliar el sueño. Nunca le presté tanta atención al techo de mi antigua habitación como lo había hecho en la última hora y media, el sonido del segundero me taladraba la cabeza llevándome al borde del colapso y la incomodidad en mi espalda me tenía dando vueltas en mi lado de la cama. Molesto arrojé un par de almohadas al suelo y aventé la sábana sintiendo que me asfixiaba. Estaba tan frustrado por no encontrar mi maldito lugar.

Solo te falta patalear como niño berrinchudo – der'mo – Maldije.

– No puedes dormir – Rose murmuró medio adormilada, volteándose de costado para poder verme.

Cansado puse un brazo sobre mis ojos – Lo siento, no era mi intención despertarte. Vuelve a dormir, prometo no moverme más.

El hundimiento del colchón indicó que se acercaba para suavemente retirarme el brazo del rostro – ¿Qué ocurre? ¿Quieres contarme? – Siguió susurrando.

Bufé – Es solo que me siento muy intranquilo, esta situación me rebasa – Me acomodé de lado para verla directamente a la cara – De la peor manera me he dado cuenta de que estoy echando a perder mi vida detrás de un escritorio. El secreto de la deteriorada salud de mi abuela, mis hermanas y nuestros padres encantados con el falso compromiso – Tú en mis pensamientos – Les estoy mintiendo a todos en esta casa.

Suspiró cepillando descuidadamente los vellos de mi antebrazo – Cuando aceptamos montar este teatro sabíamos perfectamente lo que íbamos a enfrentar, tú mismo me lo cuestionaste – ¡Pues no tenía ni idea! – Piensa que lo hacemos por una causa noble. No estás solo en esto.

Ser testigo de la felicidad de Yeva definitivamente lo valía, lo cual no impedía que también sintiera remordimientos – No sé qué hubiera hecho sin tu ayuda, Roza.

– Eso es cierto, soy la mejor falsa prometida que pudiste encontrar – Reímos y poco a poco dejamos de hacerlo cuando fuimos conscientes de la cercanía entre nosotros.

Rasqué mi nuca – Será mejor que intente dormir, mañana hay mucho por hacer – En mi intento por apartarme hice un movimiento bastante brusco que mi omóplato resintió – Agrr...

– ¿Qué pasa? – Preguntó preocupada – ¿Te sientes mal?

– No – Apreté los dientes sintiendo los pinchazos de dolor – Es la maldita tensión en mi espalda que no me deja en paz.

Sorpresivamente se puso de pie encendiendo la luz de su lado – Anda, levántate.

– ¿Qué? ¿Para qué? – Exclamé confundido.

Entró al baño y salió rápidamente con un frasquito y un par de velas aromáticas en las manos – Voy a darte un masaje para que te relajes y puedas dormir – ¡No, no lo creo! – Vamos, quítate la playera camarada – Lo dijo como cualquier cosa, como si estuviera hablando del clima ¿Qué no veía el poder que tenía sobre mí sin siquiera tocarme? Es más, podía adjudicarle el ochenta por ciento de la tensión que había en mis músculos. No, si le permitía ponerme un dedo encima mi autocontrol se iría directo al garete.

– No sé si sea buena idea – Mi voz salió ronca, ella aún ni me tocaba y yo ya estaba afectado.

Adecuó un lugar en la cama despejándolo de cualquier cosa que le estorbara – Dimitri, quítate la playera y ven aquí si no quieres que yo misma te desvista.

– ¡NO! – Medio grité – Quiero decir... yo puedo hacerlo – Me incorporé y totalmente inseguro de mí mismo me acerqué. Sentado frente al cabecero con las piernas estiradas y de espaldas a ella me quité la jodida playera que precisamente hoy decidí usar – Ya está.

Deseo de CumpleañosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora