Intriga

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Auron
Rápidamente pasaron sus primeros años como Dios y con ello, había dejado de ser tan "imbécil", como se recordaba siempre que cometía un fallo.

Pero, aunque su día se basaba en estar en constante aprendizaje, al final, siempre sus recuerdos se detenían al último día en el que había bajado a la Tierra.

No podía sacarlo de su cabeza, ¿Empezar una guerra solo para decirle a un tío que no sabe de que va la vida que no puede confiar en el ser más poderoso que existe? Había una sola explicación, o de eso le convencían los demás.

Ese tipo estaba loco.

Y lo hubiera creído, si no fuese un psicólogo experimentado. Pues si de algo les daba la razón, es que tener el conocimiento no era lo mismo que tener la experiencia.

Había visto demasiados locos o personas fuera de si, hasta había sido el mejor amigo de uno, pero el ver a ese Dios oscuro de esa manera, no le daba esa impresión, principalmente, pues aunque sus medios eran agresivos, cuando estuvo frente a él, en ningún momento quiso hacerle daño, hasta parecía que quería apuntar a su siempre sucio con esos acercamientos que violaban su espacio personal, además, sus ideas eran claras, tenía todo definido y reflexionado, no era como que estuviera delirando, que fuese algo improvisado. Si bien, como Dioses, ya no tenían algunas facultades humanas (como sudar, una clara muestra de nerviosismo), tenía otras que sabía serían vitales para leer el comportamiento de las deidades.

Después de todo, de humanos venían y humanos siempre serían.

Cuando empezó a notar que el que deliraba era él, trato de concentrarse en diferentes cosas, tales como aprender Dios técnico, seguir siendo abusado físicamente por los golpes del Dios Lobo, ser la ratilla de experimentación del Dios Gato, ser un chiste para el Dios Pajarraco, ser un hermano menor para el Dios Oso...

Pero, el Dios Dragón se mantenía aislado, alejado y hasta se le veía aburrido.

¿Cómo no empezar a tener intriga sobre alguien que parece aburrido de hacer su trabajo? Si tenían tantas cosas que hacer, pero ese puerco, todo lo delegaba a los demás Dioses.

Dándole un montón de trabajo para mantenerle ocupado y algunas veces, intentaba saber que había sucedido cuando no pudo escuchar, los otros se habían rendido de sacar información y aunque fuera un cadillo en su zapato, no le diría, pues era algo sin importancia y a sabiendas como era ese Dios, simplemente intentaría convencerle de que era falso todo y estaría algo empalagoso.

Lo evitaría a toda costa, suficiente tenía con los otros cuatro ocupando su día.

La única emoción que había visto en sus ojos, fue cuando repentinamente aparecieron sus rasgos animales, sus orejas humanas habían sido reemplazadas por un par de esponjosas orejas de zorro y un rabo había salido de su espalda baja, siendo una extensión de su columna y dando una forma de cola.

En un principio no fue extraño para él, pues todos sus compañeros tenían algún rasgo de su representación animal, pero con solo plantarse frente a ellos, se habían quedado en shock.

Después de quedarse mudos los primeros minutos, se permitieron explicarle que esos rasgos, salían hasta los primeros mil años.

Todos le estuvieron toqueteando su cuerpo, buscando alguna explicación inexistente en su piel, al final del día, se rindieron de buscar alguna pista y siguieron con la rutina.

Al menos había dejado de ser la novedad.

—Desde que llegaste, nos han caído demasiadas sorpresas, ahora todo es más interesante- le había comentado la Diosa Gato mientras preparaba una pocion.

¿Porqué era el imán de peculiaridades? ¿Ni muerto podría vivir tranquilo?

También, dedicaba sus días a observar el mundo de los vivos, aliviandose de haber dejado de sentir con tanta intensidad, múltiples emociones. ¿Cómo podría ver, sin sentir la opresión en su pecho, el como todo avanzaba y a él le dejaban detrás? Olvidandole con el paso de los días.

A veces se sentía egoísta, deseando que le recordarán más seguido, pero entendía que los vivos no pudieran perder tanto tiempo en un muerto, no tenían el tiempo suficiente.

Se había vuelto un poeta filosófico con convertirse en un ser eterno.

Su día favorito en el año, era definitivamente, el festival del zorro, un día especialmente dedicado a él.

Ese día, bajaba en su forma astral para acompañar a todos, sentándose sobre una farola para observarlos, feliz de que le dieran una celebración así.

Les encantaría decirles que era hermosa la decoración, combinaba con el color de su pelaje.

Y mientras balanceaba su cola de zorro, miraba atento como los niños correteaban por toda la explanisie que habían elegido para celebrar.

Y si se alejaban, él los seguía, protegiendoles en caso de que algún ente hostil quisiera hacerles daño.

Se sentía extraño, con sus nuevos rasgos animales, si estaba tenso, las orejas con tonos naranjas que habían remplazado a unas normales, se levantaban atentas para percibir cualquier ruido ajeno, su cola se tensaba y se movía cual metrónomo y su bello, se erizaba.

Era un buen indicador para deducir el sentimiento primitivo de sus compañeros.

—Igual que un perro- había dicho a la par, que robaba una piruleta sobre la mesa de postres, que había sido prohibida para los niños y para algunos adultos.

Su diversión caía, cuando Fargan se acercaba a robar también algún postre, haciéndole caer un rayo.

—Auron, gorrino, déjame tomar uno- gritó al cielo fastidiado de ver sus planes arruinados, antes de ser alejado por Vegetta de las golosinas, entre regaños de que fuese paciente y risas de los presentes.

Sin duda, era el mejor día del año, aunque deseaba poder compartirlo con ellos.

Rojo // RedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora