El calendario nunca miente y el tiempo no se detiene. Cada día cuenta y hay festividades que son tan especiales que es imposible no temblar y suspirar cuando sabemos que se acercan. El calendario nunca miente y sus ojos tampoco lo han hecho hasta ahora.
El nombre de su ciudad natal ha cambiado, las normas del imperio lo han hecho también y las estaciones del año han transitado yuxtapuestas por su corazón, expectante y regocijado.
En la mansión Oletus, Jack es el único con la suficiente decencia para plantarse frente a un calendario y leer los números en él como al periódico, hacer reminiscencia, tachar el cuadro correspondiente y saludar a todos anunciando la fecha exacta en alguna cantarina frase. Es parte de su educación como cabellero inglés, tal vez. En todo caso, es gracias a él y su excelente memoria que Xie Bi'an puede agradecer en silencio por la salida del sol.
Jack ha marcado con tinta negra el día exacto en el que Xie Bi'an le pidió que hiciera su habitual reminiscencia y le dijese: «Hoy es tu día especial».
Sus ojos nunca le han mentido hasta ahora. Tiene confianza en ellos y sabe perfectamente bien lo que son capaces de hacer en este momento. La linterna colocada con dulzura y lentitud en el agua de la fuente se siente burda a la vista, como un espectáculo lamentable en un día especial, una ofensa a los espíritus. No puede evitar arrugar la nariz con disgusto, aunque rápidamente su gesto se relaja y Bi'an decide conservar la compostura con un suspiro. No tiene caso portarse como un tonto, aún cuando sus manos, siempre firmes, se ponen a temblar al final de su paraguas. Deja a la orilla de la fuente una botella de licor, una hogaza de pan y dos manzanas rojas. Esta vez, la pobre ofrenda le hace reír, pero no consigue sentirla como una ofensa del todo. A fin de cuentas, no cree que el espíritu al que desea traer a casa quiera prestarle atención. Aún así, es un lindo gesto. Es la atención del Guardia Blanco hacia los detalles. Sus preparativos terminan por fin y es en este momento en el que sus dedos se deslizan por el paraguas negro en sus manos, el objeto de su eterna desesperación, para unir su frente contra los pliegues cerrados. Sus ojos encuentran la oscuridad y, en ese paraje de soledad, una mano se extiende hacia él.
