Abro la puerta y me despido con un gesto de manos de mi madre, ella me sonríe y veo como sus largos risos se ondean al volver a sus quehaceres mientras cierro la puerta detrás de mí.
Me detengo justó frente a la puerta y chocó mi frente contra la misma, mi respiración empieza a agitarse y comienza otra vez, otra maldita vez. No sé exactamente cuando comenzó esto, tal vez haya sido desde ese día, donde esos ojos grisáceos me hicieron presa de un recuerdo y un sentimiento que jamás olvidare.
Me arrodillo aun si apartar la frente de la puerta y mi respiración pasa a ser un resoplido irregular, desearía poder gritar, pero me odiaría a mi misma si mi madre me escuchara o si mi hermano me viera así. Mi caja torácica se contrae con fuerza, mi espalda esta recta y siento como si estuviera dentro de una caja invisible que cada vez se hace más pequeña.
- Esto no es real- Me repito a mi misma en voz baja. - debes calmarte.
Entierro mis dedos en la nieve y extraigo un puñado de la misma. Aprieto con fuerza la escarcha transformándolas en pequeñas gotas de agua que se deslizan de mis manos para volver al suelo, el frio se traslada desde mis palmas a todo mi cuerpo y me calma, no hay más ruido que mi respiración, la cual ha empezado a regresar a su ritmo natural y la caja ya no está, así que puedo tomarme la libertad de encorvarme y no sentir que algo en mi espalda me lo impide, con poco esfuerzo me levanto y me giro hacia el pueblo.
El frio me impacta como una ola en la cara, así que me acomodo la bufanda e introduzco mis manos en los bolsillos de mi abrigo. Atravieso todo el sendero que ha desaparecido a causa de la nieve hasta llegar al centro de Vitre. Muy pocas son las personas deambulan en la calle, la mayoría debe de estar ya en casa preparando algún guiso o sopa que les mantenga calientes, algunos niños están fuera de su de casa jugando con las montañas de nieve que ha sido retirada de los caminos, me apuro en llegar a la casa de Ridney para vender los guantes que ha tejido mama, al pasar por la plaza el viejo Carl me recibe con una mueca mientras protege con uñas y dientes su pequeño negocio, que apenas consiste en una mesa de madera llena de carbón, el material más valioso para una ciudad dónde el invierno nunca perece.
Inclino la cabeza en su dirección y él me gruñe, Papá siempre dice que cada año está más loco, yo también lo creo y mi madre nos regaña, ella piensa que está mal hablar de los demás cuando estos no están presentes para defenderse, pero Carl en su estado ni estando presente podría. Me apresuro en atravesar la gran pila de negocios y saludo a Tara, una de la amigas de mi madre, quien recoge con animosidad las botellas de leche de su mesa mientras tararea una melodía que desconozco.
-Hola- me devuelve el saludo y se detiene al ver el cuidadoso paquete envuelto entre mis manos.
- ¿Vas a la casa del Ridney?- Pregunta y asiento, ella se acerca y me acaricia la mejilla.
-Cuídate- me dice con una voz suave, tibia que me llena de calor y recuerdos.
-Lo haré- respondo y ella aparta su mano mientras vuelve a sus quehaceres.
Sigo mi camino hasta la casa de Ridney, atravesando la plaza y el boticario donde Amalie me da algunas medicinas que están próximas a vencer, le agradezco y niega y se justifica con el hecho de que debemos ayudarnos mutuamente. Me detengo frente a la enorme reja que Ridney ordeno colocar alrededor de su morada hace algunos años, justo después de que el pueblo se rebelara por el hambre y casi irrumpen en su casa a piedras y palos. Lo recuerdo porque para llegar a la escuela en aquel entonces tenía que pasar por su casa y siempre veía a los obreros trabar con apuro para no morir congelados. El guardia me abre la puerta cuando al zarandear la reja hago el suficiente ruido para que note mi presencia.
-Te vez muy frágil, señorita- Se burla y me muerdo la lengua antes de responderle. Su piel pálida y opaca me hacen reconocerle inmediatamente. Stef.
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Native
Science Fiction—Debes tenerle miedo al bosque del Edén, Ellie— acostumbraba a decirme mi madre al ver mi interés por el mismo. —¿Por que?— Siempre le cuestionaba y jamas compendia su respuesta. —Por que allí, la muerte se encuentra en las cosas mas hermosas. Y es...