1. Inseguro

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Elliot tenía dieciséis y estaba inconscientemente intentando encontrarse a sí mismo.

Sus padres se acababan de divorciar y, a decir verdad, la cuestión no le causaba ningún problema. Su madre había comprado un departamento no muy lejos de allí y su padre y él habían conservado la casa. A ver, que suena un poco mal, como si su padre y él formasen un equipo y su madre estuviese en otro. Excluida.

Pero no, Elliot seguía amando a su madre como si nada hubiese cambiado. Tanto así, que había aceptado el embarazo que claramente no era de su padre. Pero todo el mundo creía que estaba estancado. Que lo estaba suprimiendo todo para no llorar o alterarse. Pero es que él por dentro no sentía nada de nada. Ni le daba asco su madre, ni le tenía rabia. Era una de esas situaciones en las que todos los demás dicen saber lo que sientes, cuando la verdad es que ni tú mismo sabes lo que sientes.

Fue entonces cuando Dean lo invitó a salir ese viernes. Le había conocido seis meses atrás, cuando llegó a mitad de curso, y desde entonces le había adorado. Dean venía de un instituto de niños ricos, del cual le habían expulsado por un accidente bastante gracioso y, aunque se había hecho cargo por todos los daños, la Junta de Padres se había mostrado tajante al momento de sentenciar su expulsión. Así había llegado al instituto donde conoció a Elliot. Pronto se sintió alegre, le gustaba estar en su compañía. Le transmitía una sensación de ternura, y veía a su alrededor tonos cobre y terracota.

Eran las seis menos cuarto de la tarde y, al abordar el taxi que lo llevaría hasta el centro comercial para encontrarse con sus amigos en el cine, se percató de su necedad al no escuchar a su padre cuando le dijo que se abrigara porque iba a caer un chaparrón. Le hubiera pedido al conductor que se detuviese, pero le pareció que ya era muy tarde. Elliot era malditamente penoso; ¿qué tal si el conductor se molestaba?

Mordisqueó su labio inferior un par de veces, se conocía a sí mismo, tenía muy en claro que no iba a atreverse a pedirle al taxista que se detuviese, la sola idea de que éste se alterase le ponía nervioso. Se sintió molesto consigo mismo. Estaba consciente de que era un aspecto de sí mismo que debía cambiar pero, cuando llegaba el momento de enfrentarse a este tipo de situaciones, Elliot se congelaba. Y así había sucedido un montón de veces. Se recriminó

«No tienes el valor» dijo el inconsciente de Elliot, quien era alguien a quien él mismo no podía controlar.

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