14. Respuestas silenciosas

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El olor a un delicioso desayuno la despertó de inmediato

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El olor a un delicioso desayuno la despertó de inmediato. Dana abrió los ojos y se incorporó en la cama para ver a Dylan de pie al lado de su cama con intenciones de dejar una bandeja con comida en la destartalada mesa de luz tratando de ser lo más silencioso posible. Sonrió con alegría, con el estómago rugiendo, y se abalanzó sobre la comida gustosa y famélica.

—Me alegro que le guste, su divinidad —le dijo Dylan mientras trataba de esconder una sonrisa y la observaba con incredulidad y admiración.

Dana se detuvo con una tostada con jalea a medio morder y bajó los ojos con desazón. Él ya la había llamado de esa forma en la noche, pero volverlo a oír le dejaba una sensación de incomodidad ajena a ella, como si su lado humana desechara por completo la diosa que era.

—No me llames así, por favor —pidió mientras dejaba la tostada sobre la bandeja, ya sin apetito—, no lo merezco siquiera —se sinceró, poniendo en voz alta lo que no se atrevía a decírselo ni a sí misma.

Dylan la observó extrañado, con las dudas en la garganta que no se atrevía a formular. No sabía si cuestionar a la diosa era lo correcto, pero se veía tan vulnerable y frágil que no pudo dejar de compararla con una niña pequeña.

—¿Por qué lo dice? —preguntó al fin, al cabo de unos segundos. La muchacha levantó los ojos hacia él, sorprendida por el atrevimiento, y él se llevó una mano al pecho, inclinándose a modo de disculpas—. Perdone, no es de mi incumbencia.

Ella tomó la taza de té con ambas manos, concentrándose en la calidez de la porcelana. Tomó un sorbo antes de hablar. A pesar de haber dormido como una piedra, aún se sentía agotada. Habían sido días muy agitados y horribles, llenos de acontecimientos que habían hecho mella en sus sentimientos. El recuerdo fugaz de los criminales en el bosque hizo que sus brazos temblaran y haciendo que el té se agitara y se desbordara un poco. Dejó la taza en la bandeja antes de evidenciar sus nervios.

—Llámeme solo Dana, ¿sí? —dijo, y Dylan volvió a inclinarse—. Y por favor, deje de hacerme reverencias...

Él le esbozó una sonrisa a modo de respuesta, una cálida que hizo que Dana entrara en confianza en seguida.

—Necesita ropa limpia. Le traeré de inmediato así podrá ducharse —agregó él.

Ante aquella acotación, Dana bajó los ojos para contemplarse: su estado era de verdad lamentable. Continuaba con la ropa mugrienta con la que había corrido en el bosque, el sacón que le había regalado Melen estaba todo manchado de barro y sus botas se habían rasgado y agujereado en los costados. A modo de agradecimiento, apenas le sonrió a Dylan, pero no fue más que una mueca, y él se fue satisfecho con la respuesta.

Volvió cuando ella se acababa el té y le entregó una muda de ropa, indicándole donde podía ducharse y dónde podía llevar la ropa para que se la lavaran. Ella volvió a agradecer y siguió sus indicaciones, siguiendo hasta el final del pasillo para dejar su ropa en la lavandería, donde una muchacha y un joven esperaban junto a un par de lavarropas industriales. Se inclinaron de inmediato al verla acercarse y se ofrecieron hacerse cargo de su ropa, que se la alcanzarían con gusto cuando estuviera seca. Incómoda ante el trato, salió nuevamente al pasillo y bajó por unas escaleras hasta dar con una habitación amplia con cabinas y duchas privadas. Varias mujeres estaban haciendo fila esperando su turno, quienes dejaron lo que hacían de inmediato para inclinarse y retroceder unos pasos para darle el espacio que merecía por su condición de diosa, mientras ella lo único que quería era que la ignoraran. Estaba dispuesta a hacer fila como correspondía, pero se vio parada en el medio del lavabo con la ropa.

La chica del Cubo - Saga Dioses del Cubo 1 (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora