Capítulo 4

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CAPÍTULO 4: EL GRAN AMOR INTENSO SUFRIRÁ UNA PRUEBA DEVASTADORA. LA FUERZA DE AMBOS LOS UNE PARA SIEMPRE


Nuestros conspicuos y favoritos, ahora, enamorados, seguían, indiscutiblemente durmiendo juntos todas las noches y sólo la noche era la testigo de acalorados y lúbricos apareamientos.

     Hubo un día, en el que el sol resplandecía más que otras veces, y sobre la habitación, donde se encontraban Libardo y Jean, la clara y cálida luz penetro. Aquella luz impacto en la cara de Libardo, y muy lentamente abrió los ojos, pasó su mano sobre su rostro, después bostezó, y finalmente, soltó un pequeño sonido.

     Sobre el brazo de Libardo, descansaba la cabellera de Jean. Mientras con una mano, Jean, sostenía firmemente la mano de Libardo. Libardo notó de inmediato que su brazo estaba sirviendo como almohada a Jean, tal escena movió los sentimientos de Libardo, haciendo que con su otra mano, tocara la línea que perfila la cara de Jean. La suave sensación, producto de la acción anterior, hizo que todos los pequeños bellos del brazo de Libardo se erizarán.

     Sin embargo, el sol ya había indicado que la mañana comenzaba, y como era habitual, el desayuno se toma en la mañana. Con esta idea en la mente, Libardo tuvo que retirar la cabeza de Jean de su brazo y con toda la delicadeza y paciencia que caracteriza a Libardo dejó caer la cabeza de Jean sobre una almohada que ya había puesto por debajo. Aquella almohada, ahora simulaba la inigualable comodidad del brazo de Libardo, esto tuvo un efecto sobre los sueños de Jean, que como sabemos, siempre soñaba con Libardo. Infortunadamente, nosotros, no podemos saber qué soñaba Jean, pero afortunadamente a Libardo no le incomodaba no saber qué soñaba Jean.

     Después de lo anterior, Libardo se acerco a la ventana por donde entraba el sol. Mientras, Jean permanecía dormido. Libardo se quedó así por unos instantes, contemplando la quietud de la calle que veía por la ventana. No obstante, se llevo una gran sorpresa al voltear para dirigirse al baño.

     Al voltear, Libardo, no creía lo que sus ojos contemplaban. Era, lo que ya sabemos que Libardo guarda con implacables celos que pertenece a Jean. Estaba ahí, bajo las sabanas, pero en esta ocasión la sabana parecía una carpa de circo. Libardo quedo bastante complacido por el espectáculo que Jean le estaba ofreciendo. Justo cuando se iba a lanzar por lo que por derecho es suyo, su estomago lo interrumpió, pues, aunque seguía lleno del más dulce néctar que recibió la noche anterior, su estomago solicitaba un alimento distinto al que, posiblemente todas las noches le daría. Por esta razón, Libardo tuvo que rechazar la oferta que, inconscientemente, Jean le estaba haciendo.

     Una vez rechazada la oferta, Libardo se dirigió hacia la cocina, ya no al baño porque se le escaparon las ganas, y estando en la cocina tendría que preparar el desayuno para él y para, como es de suponer, Jean. Pero, al buscar dentro de las gavetas, no halló nada, ni una sola caja de algo que preparar. Al ver tan terrible escena, la fuerza le abandono, y su color habitual se torno completamente pálido, y de sus bellos ojos, que recordaban a un abismo que mira hacia dentro de uno mismo, brotaron las más perfectas lagrimas, y estas, a su vez comenzaron a resbalarse por sus mejillas, que hacían pensar por su finura, en el más hermoso poema. No obstante, trato de controlarse, porque no podía dejar que Jean lo viera así de preocupado.

—¡Virgen santísima!, ¿y ahora qué vamos a hacer sin nada de comida?— dijo Libardo mientras limpiaba de su rostro las lagrimas.

     Aquella preocupación, lo tuvo que dejar a un lado, y llenándose de valor, tuvo que decirle a Jean lo que estaba sucediendo. Fue al habitáculo, moviendo delicadamente al cuerpo de Jean, lo despertó.

—Buenos días Libardo— dijo Jean con tono de dormido— ¿cómo dormiste?— pregunto a Libardo, mientras restregaba con sus manos, para despabilarse del sueño, su fino y atractivo rostro.

—Bien, bien— dijo Libardo con un tono ligero que mostraba su preocupación. Además, no lo saludo con la excitación que entre ellos es habitual.

—¿Qué pasa Libardo?, ¿qué tienes?— pregunto Jean, ahora también preocupado.

—Nada «man»... sólo que la comida y todas nuestras provisiones ya se terminaron— dijo Libardo, mientras recargaba su cabeza en el esplendido hombro de Jean, pues, se encontraban, ahora, sentados en la cama uno al lado del otro.

—Significa que uno de nosotros tendrá que ir por los víveres— dijo Jean, con un tono que dejaba ver, que él asumía la responsabilidad de salir.

—Iré yo Jean, no quiero que te pase nada a ti allá afuera— dijo Libardo, mientras entrelazaba su mano con la de Jean.

—No Libardo, iré yo, no quiero que te pase nada, si te llega a pasar algo no me lo perdonaría— dijo Jean, mientras sujetaba fuertemente la mano de Libardo.

—Pero Jean...— dijo Libardo, como intentando objetar la decisión que Jean había tomado por ambos.

     Sin embargo, antes de que Libardo pudiera presentar las razones para ir él y no Jean, Jean le puso el dedo índice en sus rojos labios, que recordaban a el rojo intenso de la manzana más madura que pudiera dar un árbol en la cima del monte más espiritual que Libardo haya hollado, y no dejo que Libardo presentara su discurso.

—Iré yo Libardo, no quiero perderte— dijo Jean suavemente a su oído, para luego besar la mejilla de Libardo.

—Está bien Jean— dijo Libardo, mientras aceptaba con un movimiento en su mirada la sentencia de Jean.

     Sin darse cuenta, la mañana ya había terminado y la tarde comenzaba. Así que Libardo y Jean se dispusieron a llevar a cabo lo que ya habían acordado anteriormente. De esta forma, Jean emprendió la búsqueda por provisiones, que, infortunadamente se extendió más de lo habitual, pues, no había todo lo que buscaba en un solo lugar. Sin embargo, esto no hizo flaquear las intenciones de Jean, pues en su mente circulaba la buena imagen de Libardo que esperaba su regreso.

     Desgraciadamente en casa, Libardo no la estaba pasando bien, pues la preocupación porque Jean se contagiara iba en aumento por cada minuto que pasaba, esto era así, porque para aquel momento la circunstancia ya se encontraba en fase cuatro y los niveles de contagio habían aumentado más de lo esperado, y por lo tanto la probabilidad de que Jean se contagiara era mayor que al inicio. Todo esto entristecía a Libardo, que por más que quisiera contener las lágrimas, no podía evitar que brotaran de sus ojos, como lo hace la hierba al inicio de la primavera. A pesar de ello, él sabía que Jean pronto regresaría a sus hercúleos brazos.

     La tarde comenzó a ceder su lugar a la noche y la mente de Libardo se nublaba aún más por la desesperación, justo cuando la mente se encontraba al borde del colapso, Libardo escucho como la llave penetraba el cerrojo del picaporte. Este sonido hizo llegar la calma a Libardo, que, rápidamente se aproximo a la estrada para recibir a Jean, y así lo hizo. Libardo corrió a la entraba y vio a Jean cargado con las muchas bolsas que traía consigo. Jean, al ver la acción de Libardo dejo caer las bolsas a sus costados y recibió a Libardo entre sus firmes brazos, que de inmediato rodearon a Libardo por completo.

—Has regresado— no paraba de decir Libardo, mientras no dejaba, demás, de besar a Jean.

—Sí, ya regrese— dijo Jean en tono sorprendido, pues nunca había visto a Libardo tan, pero tan, contento. — Tranquilo Libardo ya me podrás besar mejor «en la cama»— dijo Jean, ahora, en forma seductora, para que Libardo dejara de besarlo por al menos un instante.

     A continuación, ambos ordenaron los víveres, y los colocaron a donde correspondían. Después, Libardo preparo los más ricos manjares que a ambos encantaban, los preparo con bastante ahínco y amor, que aquellos manjares podían haber derretido al paladar más duro que podamos imaginar. Así, con la meza llena de delicias, Jean y Libardo se sentaron y disfrutaron de tan más esquicito banquete.

El efecto cuarentena (Libardo y Jean)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora