Segunda Parte

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     Así, pasaron los días, con Libardo a cargo de Jean. Hubo días en los que Jean se ponía peor que otros y hubo otros en los que el malestar general era peor que nunca. Sin embargo, el aliento que Libardo le proporcionaba a Jean pudo calmar hasta el más insoportable de los males. Además, pese a que Libardo tenía mucho miedo por el bienestar de su amado, él siempre se mantenía fuerte y calmado, pues, el amor que sentía lo había vuelto mejor persona de lo que ya era. Asimismo, su relación con Jean, lo había llenado tanto de la tan «buena energía» que siempre buscaba. Él al estar en tan buena forma mental y amorosamente, se proyectaba al mundo de la mejor forma, por lo tanto, podemos decir que Libardo estaba perfectamente complementado al igual que Jean. Ambos eran como una esfera perfecta, sin ningún borde irregular. Eran el uno para el otro.

     Afortunadamente, al pasar de los días, el estado de Jean se mejoraba y recuperaba, pero, inversamente el estado de Libardo iba decayendo poco a poco, pues él también estaba enfermo.

—¿Te gusto la comida que prepare hoy?— pregunto Libardo a Jean.

—Sí, esta exquisita «marica»— dijo Jean, mientras permanecía senado en la cama.

—Que bueno que te guste— dijo Libardo, completamente exhausto y con una fiebre feroz como la que Jean tenía hace tiempo.

—¡Libardo estas ardiendo!— dijo Jean, mientras tocaba la sudorosa frente de Libardo.

     La fiebre era tan fuerte que, sin avisar hizo que Libardo cayera al suelo completamente inconsciente.

—¡Libardo! Despierta, tienes que despertar— decía Jean con vos horrorizada, mientras recogía a Libardo del suelo y lo sostenía entre sus fuertes brazos, para después, acostarlo en la cama.

—J-Jean... ¿qué paso?— dijo Libardo en forma muy débil y exhausta.

—Te caíste al suelo inconsciente, ¿cómo te sientes?— dijo Jean desesperado frente a Libardo.

—Siento como si me quemara— admitió Libardo con voz casi inaudible.

—No hace falta medir tu temperatura para saber que estas hundido en la fiebre más severa— dijo Jean, sin calmarse— Es más, creo que es peor de la que yo tenía— pensó para sí.

—Debemos bajarte la fiebre rápido— dijo Jean a Libardo, pero Libardo nuevamente estaba inconsciente.

     De inmediato, al ver a Libardo inconsciente, Jean no dudo en cargarlo y llevarlo bajo el chorro del agua fría. A Jean no le importaba que su ropa se mojara, así que abrió la llave de la regadera y de inmediato el agua helada cayó sobre ambos. Sin embardo, en ningún momento Jean dejo de cargar a Libardo.

—J-Jean... ¿Dónde estamos?— decía Libardo abriendo los ojos lentamente.

—Bajo la regadera— dijo Jean, mientras las lágrimas comenzaron a brotar, como la ebullición del agua, de sus ojos y se lanzaron copiosas por sus mejillas. Aunque Libardo tenía abierto los ojos, no podía ver las lágrimas de Jean, pues estas se confundían con el agua de la regadera.

—¿A si?— dijo Libardo un poco más fuerte que la vez anterior, pero no tanto como para pensar que ya estaba mejor.

—Si— admitió Jean, tratando de controlar sus lágrimas, que eran producto del mal estado en que se encontraba Libardo.

     El agua que caía sobre sus cuerpos, tuvo el efecto deseado en Libardo. De esta manera, Jean sintió ahora el cuerpo frio de Libardo. Así, se dirigió a la habitación, aún con Libardo en brazos.

     Libardo estaba tan agotado y mal, por el molesto dolor muscular que le impedía secarse y cambiarse.

     Sin que nadie se lo pidiera, Jean hizo lo que Libardo no podía. Lo desvistió, lo seco tan bien, que parecía que no hubiera estado mojado nunca y finalmente, y por supuesto, lo vistió, para luego acostarlo.

El efecto cuarentena (Libardo y Jean)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora