Tercera parte y última e.e

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     Sin embargo, ya entrada la noche, la fiebre se volvió a apoderar del cuerpo de Libardo, no obstante la fiebre no era lo único que se iba a apoderar de él esa noche.

     La fiebre, no era igual que la que anteriormente tuvo, pues esta nueva fiebre, en lugar de dejarlo inconsciente estaba estimulando el deseo por Jean, que hace tiempo se encontraba inactivo. Por lo tanto, la fiebre era lo suficiente como para «calentar» a Libardo, pero no lo suficiente como para dejarlo inconsciente.

     El deseo por Jean era tan inmenso que el sueño de Libardo se vio en la necesidad de abrirle los ojos, que de inmediato contemplaron a Jean, con la misma fuerza y delectación que lo hace una abeja al ver una flor.

—«¡Virgen santísima!»... Jean se ve «riquísimo» sólo con ese «short» que lleva puesto— dijo Libardo para sí mismo, al mismo tiempo que sobre su frente escurrían gotas diminutas de sudor.

     En efecto, Jean sólo se había puesto un «short» para dormir al igual que Libardo. Sin embargo, el «short» Jean era mucho más entallado que el de Libardo. No obstante, por la oscuridad, Libardo no noto que ese «short» estaba conteniendo una gigantesca erección nocturna, que infortunadamente Jean no podía controlar.

     A pesar de ello, aunque Libardo no veía el «tesoro» que tenia frente a él, eso no le impidió que sus manos, suaves y tersas, empezaron a tocar la fina y blanca cara de Jean. Libardo tocaba, lentamente el rostro de su amado para no despertarlo. No obstante, la sensación que esto generaba hizo que los delicados y diminutos bellos que recorren el cuerpo de Libardo se erizaran. Además, la mano de Libardo al estar tan cerca de la boca de Jean podía sentir como esta emanaba aire caliente que golpeaba con su propia mano, esto enardecía la primera sensación. Infortunadamente, aunque Libardo era delicado al hacer su acción, esta hizo que Jean se despertara.

—Li-Libardo... qué tienes... ¿te sientes mal?— decía Jean tratando de establecer la vigilia.

—Tranquilo «men». Me siento un poco caliente, pero no es grave— admitió Libardo mientras seguía tocando el rostro de su cómplice.

—¿Seguro que estas bien, no se trata de una fiebre grave?— pregunto Jean, luchando por estar totalmente despierto.

—Si Jean... simplemente quiero «tocarte»— dijo Libardo con tono rijoso.

—¿Tocarme?— pregunto Jean con el mismo tono de Libardo.

     Justo cuando Jean decía esto, coloco su masculina mano sobre el delicado rostro de Libardo, y puedo sentir, con sus yemas perfectas, como se marcaba una sonrisa en la boca de Libardo. De inmediato Jean interpreto eso como una afirmación a la pregunta que hizo anteriormente. Todo esto lo interpreto con su tacto, pues como sabemos estaba oscuro en la habitación.

     Con la sonrisa como confirmación, Jean quito la mano de Libardo de su rostro, y sin soltarla la condujo por su abultado, hercúleo y blanco pecho, y luego la paso por sus abdominales para finalmente dejarla camino «al dorado». No obstante, antes de continuar, Libardo acerco su cara a la de Jean, para besarlo y al termino de los besos daba una mordida firme pero delicada, a los carnosos labios de Jean. Al mismo tiempo que Libardo mordía los labios, Jean introducía a la boca de Libardo su húmeda y escurridiza lengua. Jean nunca había sido tan «caliente» como en esa ocasión, pero el «celo» de Libardo parecía que también había levantado las intenciones más perversas en él.

     Mientras las bocas de ambos trabajaban arriba, en las partes inferiores se estaba realizando una fiesta, pues la mano de Libardo ya había llegado a «lo que las piernas de Jean esconden» y como sabemos «el orgullo» de Jean ya estaba en su punto máximo. Asimismo, el «sable» de Libardo también ya se alzaba orgulloso, pues los apasionados besos que se infringían tenían un efecto impresionante en el deseo.

El efecto cuarentena (Libardo y Jean)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora