CAPÍTULO TRES

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El giro brusco de la furgoneta sacude a todos los pasajeros que viajan en el interior.
Cronos levanta la vista en busca de la chica, con la esperanza de que siga viva. Sin embargo, puede ver que ha caído al suelo. No sabe qué hacer, y no entiende por qué se siente culpable.
Arón le da la pistola, sabiendo sus intenciones.
El chico abre la puerta y de un salto, apoya sus botas sobre el ardiente asfalto. Puede sentir la elevada temperatura y los rayos de sol atravesando los cristales de sus gafas de sol. A pesar de llevarlas, la luz le ciega.
Cronos se acerca con sigilo a la chica, con la pistola por delante por si acaso. Parece estar inconsciente, lleva una cresta de color blanco y un piercing en su ceja izquierda. Además, lleva una chaqueta corta y ajustada de cuero, decorada con varios pinchos y balas. A Cronos le resulta familiar ese estilo postapocalíptico. Repara en la herida, y algo le hace pensar que pueda ser falsa.
Cuando Cronos está tratando de asimilar la situación, la chica hace un movimiento rápido y saca una pistola del interior de su chaqueta. Apunta a Cronos, que a su vez apunta a la chica.
– ¿Qué está pasando? –pregunta Eros. Desde la parte de atrás de la furgoneta no pueden ver demasiado.
Arón, que lo ha podido ver todo, agarra el Uzi y sale del vehículo para ayudar a su amigo.
Antes de que pueda hacer nada por Cronos, otra chica que estaba esperando la salida de Arón, le agarra por la espalda y le pone un pañuelo en la boca, dejándolo inconsciente.
Cuando Cronos se gira para observar la situación, la chica de la cresta le da un golpe en la cabeza, dejándole también inconsciente.
Caín, Eros, Balder y Heimdall deciden salir por la puerta trasera de la furgoneta. Sin embargo, algo se clava en sus espaldas, lanzado desde la lejanía y sumiendoles en un sueño.

Balder vuelve a ser el primero en despertarse. Esta vez se encuentran en una especie de garaje privado, aunque muy amplio. Otra vez se encuentran maniatados en sillas, pero no amordazados. Y para su sorpresa, la furgoneta queda a su izquierda.
La única persona que está en el lugar, además de ellos, es la chica de la cresta blanca. Está apoyada en la pared, y tiene a su lado un pitbull de color gris que descansa tranquilo.
– Lo único que me emociona de esta situación es el rollito Mad Max que os traéis. ¿Os creéis que estáis en una película? –le pregunta Balder.
– Tampoco es muy diferente. De hecho la situación es bastante surrealista –sorprendentemente, Eros ha sido el segundo en despertarse–. Mira, estoy hasta los cojones de despertarme maniatado, ya van dos veces y no llevamos ni tres días. Estoy de vuestra parte, yo sólo quiero sobrevivir, de hecho si queréis vestirme con mayitas apretadas como a Mel Gibson, estoy dispuesto. Pero por favor, soltadme.
La chica esboza una sonrisa.
– Soy Naia –les cuenta.
– Encantado Naia, Eros. ¿Me sueltas?
– Eso lo decidirá mi hermana, Ginebra.
– ¿Y quién coño es Ginebra? –Arón despierta.
– Soy yo –anuncia una chica que aparece a través de una puerta, acompañada de otras dos chicas. Es la chica que había atrapado a Arón al salir de la furgoneta. Ginebra también lleva el pelo blanco, como su hermana, pero muy largo y decorado con varias trenzas a los lados. El resto del pelo lo lleva cardado para darle volumen, y lleva una vestimenta muy parecida a la de Naia, además de otro piercing en la ceja derecha.
– ¿Cronos? –pregunta una de las compañeras de Ginebra. Ésta lleva los lados rapados y el pelo rojo de un tono escarlata, también muy largo. Tiene los mismos ojos que Cronos.
La chica corre hacia él, algo que sorprende a los chicos que están despiertos, y sobretodo a las chicas.
Le zarandea para tratar de despertarlo.
Cuando Cronos despierta, no puede evitar sonreír. La chica pelirroja le desata y ambos se ven sumidos en un tierno abrazo.
– Deka –dice el chico–, pensaba que habías ido al norte.
– Las cosas se complicaron. Y después las conocí a ellas.
La hermana de Cronos vuelve a sonreír cuando ve a Arón y Heimdall. Al ser amigos de su hermano, se conocían desde hace varios años. Aunque nunca habían hablado demasiado, ya que cada uno solía salir por sitios diferentes.
Deka se dirige hacia ellos y les suelta. Arón no da crédito a lo que está viendo, está siendo demasiado para él. Heimdall acaba de despertar, y a su vez, Caín.

Llega el medio día, y han juntado las provisiones que llevaban los chicos en la furgoneta junto con las que tenían las chicas para hacer almuerzo para todos.
Cronos está sentado en una esquina al lado de su hermana Deka, que sujeta una bolsa con hielo en la cabeza de su hermano, el golpe que le dio Naia había sido fuerte.
La otra chica, cuyo nombre aún no saben, se acerca a Cronos para darle un plato de comida caliente.
– Gracias –le dice–. Oye, ¿y tú cómo te llamas?
– Viktoria –sonríe. Parece una chica que no habla mucho. Lleva la cabeza rapada al completo.
Deka también sonríe.
– Al principio es tímida, pero cuando la conoces está loquísima –le cuenta su hermana a Cronos cuando Viktoria ya se ha marchado.
En otra parte del lugar, cerca de la puerta, están Balder y Naia.
– ¿Por qué Balder? –le pregunta la chica– Es un nombre de la mitología nórdica –sonríe mientras acaricia a su perro.
– Lo sé. A mis padres les gustaba ese rollo –Balder parece pensativo–. Tú y tu hermana os parecéis un montón.
Naia asiente.
– Sólo físicamente, en personalidad somos completamente diferentes. Ella es más fría y solitaria. Y me saca un par de años.
Ambos miran a Ginebra, que está encima de una mesa. Tiene su espalda apoyada en la pared y las piernas estiradas sobre ella. Introduce la mano en una caja y saca de ella un escorpión, que apoya sobre sus piernas y acaricia con delicadeza. Transmite mucho misterio.
– Caín –dice Ginebra. Hace un gesto con su dedo índice para que el chico se acerque a ella.
Balder y Naia permanecen expectantes a lo que dirá Ginebra. Sin embargo, la chica le susurra a Caín al oído, impidiendo que el resto lo puedan escuchar.
Caín le devuelve una mirada extrañada a Ginebra.
– Bueno, ¿entonces cuál es el plan? Habrá que idear algo –dice Heimdall, que está sentado al lado de Eros y de Arón.
El pitbull, que estaba tumbado y tranquilo al lado de Naia, sale despavorido hacia la puerta del garaje y comienza a ladrar, intentando introducir el hocico por debajo.
– ¡Thor! –le llama Naia.
Balder se sorprende, el perro también tiene nombre de un dios nórdico.
Ginebra coge el G36 y avanza con paso decidido hacia la puerta para saber qué está ocurriendo.

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