– ¡Espera! –le pide Naia a su hermana, antes de que cometa una locura. Se levanta y corre hacia la puerta basculante de color gris, parándose delante de Ginebra– Déjame ver.
Naia se agacha y trata de mirar por el hueco que queda bajo la puerta.
– Es otro perro –anuncia.
– Ni se os ocurra meter ninguno más. Suficiente tengo con el pitbull, soy alérgico a los perros –dice Eros, que está sentado en el suelo y apoyado en una columna.
– ¿Puedes dejar de abrir la boca sólo para decir gilipolleces? –interviene Caín, que se encuentra al lado de la mesa– Me parece innecesario.
– Joder, cómo estamos –responde Eros, sin dirigirle la mirada.
– Chavales, no es el mejor momento para discutir. Debemos pensar en lo que haremos –recuerda Heimdall.
– No me gustan los chuchos, se quedará fuera –dice Ginebra, con total seriedad. Da un giro sobre sus pies y vuelve al sitio en el que estaba antes, junto a su escorpión.
– La verdad es que son lo peor que nos viene ahora –Caín trata de darle la razón a Ginebra.
Naia le mira con desaprobación.
– El que hablaba de datos innecesarios... –aporta de nuevo Eros, clavando la mirada en el suelo.
Caín no puede evitar ir directo hacia Eros con los puños cerrados. Sin embargo, Viktoria se posiciona en medio de ambos.
– ¿Vosotros sólo sabéis solucionar las cosas a hostias? Que sois amigos, joder –dice la chica.
Caín suspira. A pesar de ser amigos, cree que Eros no ayuda en nada.
– Bueno, ¿alguien tiene un cigarro? –pregunta una vez más el chico de la doble cresta.
Ginebra suspira y le lanza un cigarro.
– Debemos aguardar el máximo tiempo posible aquí. Cuanto más tiempo permanezcamos escondidos, más gente habrá muerto. Ya sea por hambre, o por obra de otras personas –dice la chica de pelo largo y trenzado. Su carácter de líder convence a todos, pero no del todo a Caín. Le gustaría marchar lo antes posible al norte, para encontrar a su hermano. Sin embargo, decide no decir nada.Cae la noche y el cansancio acaba con la mayoría del grupo, que permanece dormido, a excepción de Naia, que tiene la mirada clavada en el techo.
– ¿No puedes dormir? –le pregunta Cronos, que se ha percatado de la situación. Se encuentra a su lado y tampoco le vence el sueño.
Naia niega con la cabeza.
– Me preocupa mi hermana –le dice al chico, con un tono serio que transmite preocupación.
Cronos mira a su alrededor y se percata de que Ginebra no está en el lugar. Supone que estaría en otra parte, pero cerca. Aún ninguno de ellos había atravesado la puerta de color blanco por la que habían aparecido por primera vez ella y sus dos amigas hace unas horas.
– Ella duerme menos que yo. Creo que también busca a alguien, pero no tengo ni idea de a quién. No suele contarme demasiado –Naia se encoge de hombros y se peina el pelo con ayuda de sus dedos. Deja de mirar al techo y, esta vez, mira a Cronos–. Deberías dormir –esboza una sonrisa y se da la vuelta, dispuesta a descansar también.
Cronos sigue sus indicaciones, y también se gira hacia el lado contrario. A su izquierda está Viktoria durmiendo.Cuando ya no queda nadie despierto, Caín se desvela. También se da cuenta de la ausencia de Ginebra. No sabe por qué, pero siente que por alguna razón, hay algo que le pone en relación con ella. No puede parar de darle vueltas a la pregunta que Ginebra le formuló al oído: "¿No nos hemos visto antes?"
El chico de ojos verdes decide levantarse en busca de Ginebra, tiene que pedirle algo. Con él lleva un Uzi, por si acaso.
Es el primero en atravesar la puerta blanca, de forma muy sigilosa para no despertar a los demás. Lo primero que se encuentra es un pasillo con más puertas de color blanco, atrancadas con muebles impidiendo el paso. A la derecha, puede ver unas escaleras en forma de espiral que suben hacia arriba y que parecen no tener fin.
Caín decide subir por ellas, y se cruza con varios pisos que también tienen las puertas atrancadas, así que no le queda otra que subir todos los escalones. Por fin, se topa con una puerta abierta. Y ahí está ella, sentada en una silla y mirando hacia el cielo en una azotea enorme. El edificio es tan alto que el resto de azoteas quedan por debajo de ellos.
A Ginebra ni le asusta ni le sorprende la aparición de Caín, a pesar de que aparece por detrás de ella. Caín se sienta a su lado, pero en el suelo. Ella le ofrece un cigarro, que el chico acepta con gusto.
– Le he estado dando vueltas a tu pregunta. Y por más que intento encajarte en mis recuerdos, no te encuentro sitio. No creo que hayamos coincidido en ningún momento, la verdad.
Ginebra sigue dudándolo, su rostro le resulta de lo más familiar.
– Quería pedirte un favor –dice el chico.
Ginebra, por primera vez desde que Caín ha llegado a la azotea, le dirige la mirada y clava en los ojos verdes del chico los suyos, que también son verdes.
– Necesito ir al norte a buscar a mi hermano. Y quiero ir lo antes que pueda. Sé que tú quieres quedarte aquí el máximo tiempo posible, pero yo me iré con o sin vosotros, sintiéndolo mucho. Y la verdad es que me gustaría que vinieseis los más valientes. Ya sabes, de quien no tenga dos cojones no me fío.
– ¿Tienes un hermano? –se sorprende. Sabe que lo más inteligente es esperar un tiempo antes de poner rumbo a ninguna parte, pero hay algo que le impulsa a querer ir también hacia el norte.
Caín asiente mientras se lleva el cigarro a la boca para fumar de él.
– Lo que daría ahora por una cerveza fresquita. Lo echo de menos. Yo no soy nadie sin cerveza.
– Pues resulta que tengo un par. Escondidas claro está, porque a quién no le apetece una cerveza en momentos como éste –Ginebra sonríe por primera vez desde que los chicos aparecieron–. Vamos, te daré una –se levanta y tira el cigarrillo al suelo, apagándolo con la suela de sus botas–. Pero no te acostumbres, y menos aún a tener conversaciones conmigo. Me gusta la soledad, y además no soy buena. Ni para ti, ni para nadie –vuelve a su expresión de seriedad.
Caín se pregunta por qué es que Ginebra es así. Sin embargo, no le incomoda. Le recuerda a su hermano, y es por eso que siente la necesidad de protegerla aún sin conocerse, y cuando sabe de sobra que ella sabe cuidarse sola.
Ambos vuelven con el resto. Pero, para su sorpresa, cuando llegan está Eros abriendo la puerta basculante con fuerza, y con el G36 colgado a su espalda. Está decidido a irse. Eros apunta con el arma y se agacha para salir rápidamente.
Ginebra siente que algo va mal.
– Mierda, ¡corred! –Ginebra alerta a todo el grupo y les hace indicaciones para que se metan en el pasillo que queda tras la puerta.
Una fuerte explosión inunda todo el garaje en llamas.Cuando el fuego ya no les deja volver al garaje, pero la explosión ha cesado, Ginebra se lanza al cuello de Deka y la empuja hacia la pared. La presión de sus manos cerrándose en su cuello impide a Deka respirar con facilidad.
– Sabía que no tendría que haberte puesto a cargo de las bombas –le dice la chica de pelo blanco.
– A mi hermana ni tocarla –dice Cronos, apuntándole a Ginebra con una de las pocas armas que habían salvado en la cabeza. Cronos siempre dormía con un arma colgada, por si acaso.
– Y como tú toques a Ginebra, te mato a ti y después a tu hermana –Caín apunta con el Uzi a Cronos.
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Erradicación
General FictionUna catástrofe acaba con el funcionamiento de todos los aparatos electrónicos y con toda la energía del planeta.