Capitulo 3

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Habían pasado diez años y la vida fuera de su alcance había cambiado bastante. Salió de aquel horroroso lugar y no había nadie que le recibiéndole a la salida con una bonita sonrisa. Nadie le abrazó ni lloró de alegría al oler su perfume. Al salir fue hacia el cajero, cogió dinero y se marchó hasta la tienda de ropa de caballero más cara que había en Venecia. Se dejó puesta su nueva ropa: traje negro, camisa blanca y el pelo bien engominado para atrás. Compró unas rosas rojas, las más caras y se aproximó a la casa de Emily.

Sonriente, caminaba a pasos ligeros con la intención de volver a besar pronto la boca de su dulce Emily. Observó el gran edificio de la casa de Emily, respiró hondo y entró en el ascensor, se acordó de que tenía la llave de su apartamento, decidió darle una gran sorpresa. Introdujo la llave en la cerradura, abrió la puerta, entró la cerró y con una sonrisa de oreja a oreja, entró en su dormitorio.

Su amor por ella se rompió de inmediato al verle con otro hombre en la cama.

—¡Serás puta de mierda! —dijo reventando el ramo de rosas contra la cama.

—¡Stefano, lo siento mucho! ¡Me dijeron que habías muerto! —contestó ella, lo más nerviosa posible.

—¡Pues te han informado mal! —le chilló Stefano a punto de estallar.

Stefano sacó su pistola y le apuntó sin censura a aquel hombre en su cabeza acercándose cada vez más hacia él.

—¡Por favor no lo mates!

—Dame solo una razón por la que no debo matar a este hijo de puta —le dio la palabra.

—Stefano... Lo amo, lo amo de verdad —le respondió mientras lloraba y le sujetaba el brazo.

Stefano no se podía creer lo que estaba oyendo, ya no le quería, no le deseaba. Apartó la pistola de aquel asustado hombre y se alejó de ellos dos.

—Desde ahora he muerto para ti, que no se te olvide —se dio la vuelta deseando marcharse de aquella mierda de escena que para él era tan dolorosa.

—Stefano, tú estabas en la cárcel. Han pasado diez años ¡¿Qué querías que hiciera?! —le siguió Emily hasta la puerta con una camisa del tío ese.

—¡Pues, que me esperases cacho de guarra! Pensé que te importaba algo. ¡Ahora sé que te importé una gran mierda! —le chilló tan cerca de su cara que podía oler ese olor a sexo interrumpido y desagradable que desprendía.

—¡Por favor para! —le suplicó Emily deseando que le soltase el brazo.

—Será mejor que te largues —le dijo el tío del que Emily estaba enamorada.

—¡Tú a mí no me das ordenes, mamón de mierda! —apartó a Emily con tanta fuerza que acabó tirándola hacia el suelo y agarró con agresividad de la cabeza a aquel chico.

—¡Para, lo matarás! —gritó Emily intentando levantarse del suelo y viendo como Stefano le dio con la cabeza del chico, a todo los muebles que se encontró por su camino.

Finalmente se separó de él y se largó si decir nada. Cogió un taxi y se fue hacia su casa. Con su nuevo y más duro carácter miró de lejos la casa de sus padres y serio, se fue acercando a ella despacio, mirando al suelo pensativo sin sacarse las manos de los bolsillos. Llamó al timbre como si nada y vio cómo su hermanita pequeña abrió la puerta, pudo observar que ya no era tan pequeña, aparte de su estatura y su desarrollada cara y cuerpo... Y observó ver algo bastante diferente en ella.

—¡Stefano! —le abrazó a punto de llorar.

—Estás embarazada... —susurró Stefano sin creerse nada de lo que le estaba pasando.

—Sí. Estoy de ocho meses, es una niña —le respondió tímidamente, pero sin apartar esa sonrisa de su rostro.

Entró y notó ese olor a roble viejo y a cariño familiar, sus ojos llorosos lo decían todo.

—¡Hijo mío! ¡Estás aquí! —le abrazó fuertemente mientras él besó su frente.

—No nos habían dicho que salías hoy, estas guapísimo —le piropeaba su madre sin parar.

—Qué dices mamá, estoy muy descuidado.

Se adentró en el salón, se sentó en el sofá, y sin mirar a su hermana, le decía a su madre lo mucho que recordaba la casa. Estaba impoluta.

—¿Te apetece un poco de pastas con café? —le ofreció su madre tan educada.

—Claro, muchas gracias —contestó poniendo en bandeja su amabilidad.

Un gran silencio apareció de la nada hacia el salón, sentía como su hermana Daniela y su gran bombo le miraban sin parar.

—¿Estas bien, Stefano?

—Estoy perfectamente Daniela, gracias mamá —le agradeció a su madre por haberle traído las pastas y el café.

—No me has dicho nada sobre mi embarazo —siguió con el temita.

Miró serio a su hermana sin decir nada. Pero su cara lo dijo todo, esa cara de prepotente... cruzó sus piernas y con un gesto de lo más Al Pacino, le miró tratando de averiguar qué es lo que pensaba.

—¿Qué quieres que te diga? —le preguntó Stefano con esa misma seriedad.

—Que te alegras por mí, por ejemplo.

—No.

—¿Qué? —Ella alzó la mirada, confusa.

—No me alegro por ti —le dijo tan descarado.

—Ya lo sabía yo, eres un egoísta que solo piensas en ti —le chilló Daniela al borde del llanto.

Se levantó y poniendo sus manos en la cabeza le contestó tan cabreado.

—¡Ese puto tío está muerto! ¡Muerto! —chilló y chilló más que ella.

La madre desde la puerta miró la escenita que estaba montando su querido hijo.

—¡Deja de amenazar a la gente! ¡No eres Dios para ir quitándole la vida al que te salga de los huevos! —dice ella mientras recibe como acto final, un guantazo de Stefano.

Daniela se levantó y se fue corriendo hacia su cuarto.

—Iré a hablar con ella —comentó la madre seria, yendo tras su hija.


La Familia GIOVANNIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora