7. Cicatrices del alma

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Con la luna llena como única testigo de su impecable trabajo, dos sombras observaban desde un callejón solitario el abandonado edificio que ocultaba al pecador. Ambos con máscaras de expresión neutral y ataviados con capas oscuras pareciendo entes fantasmales, sus corazones palpitaban ansiosos por cumplir con los clamores de justicia de los inocentes que ahí morían.

Sin más que inspeccionar a distancia, prosiguieron con el plan.

— Habilidad: El divino Narciso. — Bajo esa frase, la aburrida imagen del asfalto y el concreto fue sobrepuesta por diversos narcisos que se infiltraron incluso dentro del abandonado edificio, creando un extraño paisaje que hacía alegoría a un bello prado cuyas flores embriagaban con su fragancia el ambiente.

— Andando. — Fue la voz masculina la que dio el aviso para que abandonaran su sitio.

Se adentraron sigilosos en el hospital psiquiátrico, tratando de cumplir con su trabajo en medio de ese macabro laberinto. Encontraron habitaciones que solían ocuparlas los antiguos pacientes y al entrar, causó un revolver en el estómago de la heraldo menor por el cuadro que vio.

Apilados como cualquier simple objeto descansaban los cuerpos de diversos niños de distintas nacionalidades que hasta ese momento habían sido declarados desaparecidos. Ninguno se escapaba de las marcas de tortura que cruelmente recibieron en sus pequeños cuerpos y cada uno los unía una cosa en común: ser usuarios de habilidad.

— ¿Quiénes son ustedes? — Exclamó una voz acongojada, haciendo que los dos intrusos voltearan a la izquierda de ese extenso pasillo. Un hombre de mediana edad y vestimentas en mal estado caminaba lloroso por el campo de narcisos hacia los de capas negras.

Debe ser uno de los que ayudaban al demonio albino. — Habló el más alto en su idioma natal. Caminó con total serenidad hacia el delincuente, quién lo observaba arrepentido. — No mereces el favor de la muerte, así que serás nuestro perro lazarillo. — Colocó su mano enguantada sobre la cabeza del hombre y una luz desprendió de la unión. — Habilidad: La ciudad y los perros.

Toda voluntad de ese cuerpo desapareció, quedando solo una marioneta que obedecía cualquier orden que se le diga sin rechistar. Bajo su máscara, el heraldo sonrió complacido.

— Llévanos donde se encuentra el doctor Shibusawa Tatsuhiko. — Ordenó el usuario con la firmeza de un militar y automáticamente, el delincuente avanzó por el largo pasillo. Satisfecho, giró su rostro hacia su compañera. — Gracias por permitirme usar mi habilidad dentro de tu jardín de narcisos, Juana.

Mientras no actúes con violencia, el aroma no te afectará. — Definitivamente, la situación le afectaba. Aunque debía reconocer que la menor hacía su mejor esfuerzo porque la misión no se vea involucrada por esto.

Su compañero suspiró.

Tenemos que seguir avanzando. Puede que hayan todavía niños aún con vida en este lugar. — Y con esas palabras los dos heraldos siguieron su trabajo bajo la dirección del delincuente.

Sin embargo, los trágicos e infortunados escenarios aumentaban conforme recorrían los pasillos y las escaleras, causando tristeza a los intrusos. También se toparon con otros delincuentes que dejaron inconscientes con simples movimientos, pues ellos no eran el sujeto al que buscaban.

De repente una voz infantil llegó a los oídos de los heraldos. Un grito desgarrador producto de la tortura que recibía en ese mismo instante. No había más tiempo que perder.

Heraldos Negros (Bungō Stray Dogs)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora