La invitación

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Los hombres estaban enloquecidos, sacando dinero de sus bolsillos. Llamaban a las chicas para darle sus propinas, pero García se encargaba de recibirlas, mientras Albert, tragaba en seco sin saber qué hacer. Candy le guiñó el ojo y se alejó de él, con suma elegancia, tal cual caminan las modelos en las pasarelas, se retiró de las vistas masculinas.


Tras bastidores:


─¡Oh, Candy eres una suertuda! Ese hombre a quien le bailaste estaba, no, está de un bueno. Se te quedó mirando como perrito asustado. Y ese perfume tan varonil, me lo buceé completico. Es que lo recuerdo y... ay, ¡santo cielos, lo vengo venir un... un orgasmo!


─¡Annie! Controla tus hormonas, mira que lo vi primero. Si ese hombre posa sus ojos sobre mí. Lo siento, seremos las mejores amigas del mundo, pero no lo dejaré ir. Es la versión rubia de Superman, alto, cuerpo atlético. Sus ojos azules, son como el cielo por la mañana en una primavera alumbrada por el sol dorado. Contrasta con mis ojos verdes que vendrían siendo las montañas, ja, ja, ja.


─Ja, ja, ja. Sí, él bien se te quedó viendo esas montañas, ja, ja, ja. Por otro lado, si él me hace caso a mí. Ni creas que perderé mi oportunidad. Ahora, si te elige... Me hago a un lado.


─¿Palabra de amiga?


─Palabra de amiga.


─Metámonos de una vez a la regadera. Esté frío me está congelando. ¿Te digo algo?


─Dime.


─Siento que lo he visto antes, pero no sé de dónde.


─Imaginación tuya para sacar partido.


─No miento.


─Ya veremos.


En la barra, Albert se recuperaba de aquella visión femenina perfecta. Pidió un whisky doble seco para organizar sus ideas.


─Están lindas las chicas, ¿verdad?


─Sí, sobre todo Can... digo la rubia. Eh... ¿cómo es el proceso para hablar con una de las chicas?


─Ninguno. Solo es ver y nada más. Es una lástima, muchos hombres mueren por estar con ellas. Pero, Charly dice que aceptar ese tipo de canje, le restaría valor al negocio. Quedaríamos como uno más del montón. Es un soñador. Quiere convertir este local en una franquicia: mujeres en ropa diminuta atendiendo las mesas de los clientes. Además, piensa estrenar la próxima semana: lucha en lodo.


─¿En qué consistiría?


─Ya sabes. Las chicas en tanguitas con los senos al descubierto, peleándose entre sí en una piscina llena de fango. Ven el próximo viernes, quizás toques con suerte, otra vez, y te metan en esa piscina con múltiples muchachas, ja, ja, ja.


─Disculpe, me pareció ver que algunos hombres dejaban propinan. ¿Cómo hago para dejar la mía a las damas?


─Es sencillo, ya le llamo al receptor de propinas. ¡Hey, García! ─silbó el cantinero de casi 20 años de edad─ ¡tráete la tickera!


─Aquí estoy ─se anunció con voz gruesa─ ¿Quién va a pagar?


─El señor ─dijo el cantinero señalando a Albert.


─¿Cuánto? No se olvide de la propina de seguridad...


─Y la mía interrumpió el cantinero ─con una sonrisilla.


─Para las chicas ¿estará bien 300 dólares?, $500 para la rubia de ojos verdes, la que me mostró sus atributos femeninos y para ustedes me queda un billete de $100, ¿les parece?Los hombres no hallaban qué decir, era mucho dinero, a su parecer al hombre le estorbaban los billetes, porque en un dos por tres se deshizo del fajo de dólares que sacó de su chaqueta color caramelo. Además, preguntó como si se tratara de una cantidad ínfima, incluso se sintió avergonzado.


─Eh...


─¡Esta perfecto! ─intervino habilidosamente el muchacho, interrumpiendo la respuesta de El Gran García─. Por favor, venga el viernes. La rubia debutará en la pelea de fango. Pienso que usted será un hombre con mucha suerte ese día.Continuará.

Una noche en LondresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora