C A P I T U L O VIII

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Harry echó un vistazo por la diminuta ventana, tras pisar involuntariamente una baraja de cartas autobarajables que se hallaba esparcida por el suelo.

Abajo, en el campo, podía ver un grupo de gnomos que volvían a entrar de uno en uno, a hurtadillas, en el jardín de los Weasley a través del seto.

Luego se volvió hacia Ron, que lo miraba con impaciencia, esperando que Harry emitiera su opinión.

"Es un poco pequeña" se apresuró a decir Ron "a diferencia de la habitación que tenías en casa de los muggles. Además, justo aquí arriba está el espíritu del ático, que se pasa todo el tiempo golpeando las tuberías y gimiendo..."

Pero Harry le dijo con una amplia sonrisa:

"Es la mejor casa que he visto nunca."

Ron se ruborizó hasta las orejas.

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La vida en La Madriguera no se parecía en nada a la de Privet Drive.

Los Dursley lo querían todo limpio y ordenado; la casa de los Weasley estaba llena de sorpresas y cosas asombrosas. Harry se llevó un buen susto la primera vez que se miró en el espejo que había sobre la chimenea de la cocina, y el espejo le gritó:

«¡Vaya pinta! ¡Métete bien la camisa!» El espíritu del ático aullaba y golpeaba las tuberías cada vez que le parecía que reinaba demasiada tranquilidad en la casa.

Y las explosiones en el cuarto de Fred y George se consideraban completamente normales.

Lo que Harry encontraba más raro en casa de Ron, sin embargo, no era el espejo parlante ni el espíritu que hacía ruidos, sino el hecho de que allí, al parecer, todos le querían.

La señora Weasley se preocupaba por el estado de sus calcetines e intentaba
hacerle comer cuatro raciones en cada comida.

Al señor Weasley le gustaba que Harry se sentara a su lado en la mesa para someterlo a un interrogatorio sobre la vida con los muggles, y le preguntaba cómo funcionaban cosas tales como los enchufes o el servicio de correos.

"¡Fascinante!" decía, cuando Harry le explicaba cómo se usaba el teléfono "Son ingeniosas de verdad, las cosas que inventan los muggles para apañárselas sin magia"

Una mañana soleada, cuando llevaba más o menos una semana en La Madriguera, Harry les oyó hablar sobre Hogwarts.

Cuando Ron, Draco y él bajaron a desayunar, encontraron al señor y la señora Weasley sentados con Ginny a la mesa de la cocina.

Al ver a Harry, Ginny dio sin querer un golpe al cuenco de las gachas y éste se cayó al suelo con gran estrépito.

Ginny solía tirar las cosas cada vez que Harry entraba en la habitación donde ella estaba. Y eso a Draco no le gustaba, le enojaba.

Se metió debajo de la mesa para recoger el cuenco y se levantó con la cara tan colorada y brillante como un tomate. Haciendo como que no lo había visto, Harry se sentó y cogió la tostada que le pasaba la señora Weasley.

"Han llegado cartas del colegio" dijo el señor Weasley, entregando a Harry, Draco y a Ron tres sobres idénticos de pergamino amarillento, con la dirección escrita en tinta verde—. Dumbledore ya sabe que estás aquí, Harry; igual que ha Draco, a ése no se le escapa una. También han llegado cartas para vosotros dos" añadió, al ver entrar tranquilamente a Fred y George, todavía en pijama.

Hubo unos minutos de silencio mientras leían las cartas. A Harry le indicaban que cogiera el tren a Hogwarts el 1 de septiembre, como de costumbre, en la estación de King's Cross.

°Segunda Temporada° /UHD/Donde viven las historias. Descúbrelo ahora