SUSURROS DEL ADIÓS

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-¿Cómo que no está sola?, ¿con quién está?

-Vino con una bebé. Parece que es la hija de ella y Francisco. Se llama Ana.

-Francisco... ¿tiene una hija? -Su mirada denotaba perplejidad y enseguida murmuró para sí misma con la voz casi quebrada- No tenía idea.

Al ser testigo de esta escena, Lucía subió corriendo las escaleras, entró de nuevo en el cuarto de César, cerró la puerta, recostó a la bebé en la cama y con los muebles que encontró a su paso intentó sellar la entrada poniendo uno encima del otro.

Su mente trataba de ser rápida. Tenía que encontrar una manera de escapar antes de que la apresaran. Un pensamiento fugaz cruzó su mente. Por un momento pensó en saltar del ventanal que se encontraba en frente de la enorme cama, pero eran dos pisos de altura y con Ana en brazos probablemente ambas se harían daño. Cada segundo era preciado, su vida entera dependía de que una buena idea le iluminara la mente, sin embargo nada se le ocurría. Enseguida se escucharon varios hombres que golpearon fuertemente la puerta:

-¡Somos del Santo Tribunal de Fedeterram! ¡Abra la puerta ya!

Los golpes se convirtieron en intentos por derribar el trozo de madera que separaba a aquella mujer de su destino. Entre empujones lograron entrar sin imaginarse lo que estaban a punto de presenciar.

La reina enfureció al encontrar aquel cuarto vacío.

-¡César, ven aquí!

El hombre corrió lo más rápido que pudo para ponerse a la vista de su soberana.

-¿Su alteza?

Carlota levantó la mano derecha y le plantó una bofetada.

-¿NO PUEDES HACER ALGO BIEN? ¿EN DÓNDE ESTÁ ESA MALDITA BRUJA?

César recorrió con espanto la habitación.

-No... no puede ser. Le juro que estaba aquí con la niña.

-Tus palabras valen poco si los hechos hablan por sí solos. Exijo que me las traigas ahora.

Aquel rubio turbado por las palabras secas y dictadoras de Carlota se puso en marcha y salió deprisa de su hogar a buscar a la tan deseada conocida.

Los cuatro personajes restantes, sin saber exactamente qué hacer comenzaron a salir del dormitorio esperando instrucciones.

La reina fue la última en irse, no sin antes echar un último vistazo. Todo hubiera salido a la perfección si un pequeño descuido no hubiera hecho presencia. Aquella fiera enfurecida se habría ido sin la más mínima sospecha. Habría dado las indicaciones al Santo Tribunal de que; bloquearan calles y fronteras, interrogaran a cualquier mujer sobre el paradero de la "hija de Satanás", entre muchas otras ingeniosas ideas que se pueden ocurrir en una persecución. Y aún así, no sabrían que Lucía se encontraba literalmente enfrente de sus narices. Sin embargo, el destino suele jugar hasta con la más desgraciada de las personas. El canto que Ana recibía en sus oídos por parte de su madre para sumirla en un sueño profundo no surtió el mismo efecto aquel día funesto. A tan sólo un paso de la salida, Carlota escuchó el llanto de un bebé. Se detuvo por unos segundos en silencio. Cuando la pelirroja logró tranquilizar a su hija ya era tarde. La reina entró de nuevo a la habitación, esta vez sin sus acompañantes. Con sigilo cerró la puerta. Una sonrisa descarada adornó su afilado rostro. Para ser una dama ortodoxa en su fe cristiana sabía mucho sobre lo que estaba pasando. Caminó hasta plantarse al pie de la cama, tomó una sábana y la cargó entre sus brazos mientras recorría el recinto. Un silencio sepulcral se esparció a cada paso calmo que daba. Lo siguiente que pasó fue algo extraño. Inesperadamente lanzó a un lado la ropa de cama extendiéndola, repitiendo esto varias veces. Fue en el tercer intento cuando ésta cayó sobre los hombros de Lucía remarcando su figura humana. En este punto todo tuvo sentido. La madre estaba tratando de manipular el campo de visión de sus perseguidores de tal modo que nadie pudiera verla, aunque ella estuviera ahí. La cristiana soltó una carcajada.

SANGRE DE BRUJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora