Acabo de regresar de un viaje de trabajo, algo pequeño, pero que ha cambiado mi vida en enormes proporciones. No creo poder vivir nuevamente un invierno sin recordarles, tampoco quiero. Y de igual forma, me niego a seguir viviendo sin contar su hist...
Cuando Dong Hyeok acabó de leer la carta los dos muchachos estaban llorando. Seok Jin —casi sin voz— le pidió que le ayudara a levantarse. Estaba tan débil que parecía que no sería capaz ni de llegar hasta la ventana pero lo consiguió. Corrió las cortinas, miró al exterior y por primera vez en años de horror su rostro estalló en una sonrisa.
Porque ahí en frente en la calle estaba Nam Joon devolviéndole la mirada, porque el hombre que amaba le había dicho te amo por primera vez y él le estaba respondiendo, muy flojito, con su aliento empañando el cristal de la ventana.
Nam Joon nunca pudo oír el "saranghae" de Seok Jin, pero lo sintió en lo más profundo de su alma como una bendición; en ese momento Seok Jin levantó el brazo a modo de saludo... y así es como Nam Joon lo pintó en su último cuadro.
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Esa misma noche, un 27 de diciembre de 1951, Kim Seok Jin falleció.
Tenía 22 años.
El silencio cae en el salón de Shin Se Kyung como una sentencia. La anciana lo rompe con su voz quebrada: "al menos tuvieron ese momento, otros no tuvieron ni siquiera eso."
Al día siguiente de su muerte Seok Jin fue enterrado en el panteón familiar y Nam Joon dejó de pintar. Sabía que murió meses después, ¿pero qué fue de él en ese tiempo? Y lo más importante... ¿Cómo acabaron enterrados juntos?
Se Kyung rebusca en el álbum y me enseña una foto de la tumba de Seok Jin de 1951, efectivamente fue enterrado solo. Le pregunto dónde puedo encontrar esa lápida pero la anciana me dice que ya no existe y retoma su relato.
Media ciudad acudió al funeral de Seok Jin. El pequeño de los Kim había muerto como un héroe e iba a ser enterrado con honores. El oficio tuvo lugar en el Templo de los Alpes de Yeongnam, al lado del instituto de los chicos y el cementerio. Nam Joon se presentó a media ceremonia con el alma rota; el cura interrumpió su lectura al verle entrar y todos los asistentes contemplaron con asombro cómo se dirigía al ataúd para darle el último adiós al hombre que amaba. Pero Nam Joon no pudo hacerlo: Kim Se Hwang se plantó delante de él en el pasillo, lo agarró por las solapas y lo arrastró al exterior. Nam Joon suplicaba entre lágrimas que sólo quería despedirse. Como respuesta, el padre de Seok Jin lo lanzó al suelo y le propinó varias patadas.
Shin Dong Hyeok lo contempló todo desde su banco lleno de rabia y culpa, pero no se atrevió a hacer nada. Nadie movió un dedo.
En la calle, la sangre y las lágrimas fundían la nieve bajo el cuerpo maltrecho de Kim Nam Joon. El chico se levantó como pudo y juró que jamás volvería a Ulju. La ciudad estaba demasiado llena de recuerdos que no dejaban de asecharle y de vecinos que lo miraban con desprecio. Con Seok Jin muerto, sentía que ese ya no era su lugar y que su vida carecía de todo sentido.
Y cuando la vida deja de tener sentido lo único que te guía es la muerte. Por eso Nam Joon volvió a la guerra, que aún estaba lejos de terminar.