Día 1: El perro.

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Corrió hasta donde había sido el accidente pensando que el perro ya estaría muerto y que había tenido el honor de haber compartido con él su ultima cena. Cuando llegó, unos ojos tristes temblando de miedo le pidieron ayuda sin hablar, Clara se sacó su campera, lo envolvió y lo llevó al banco donde estaba cargando su celular. Volvió a acercarse a la boletería y la empleada chicata le preguntó si podía ayudarla con algo más. Clara pensó que debería también ser sorda, si estando solo a unos metros de ella, no había escuchado al pobre perro aullar de dolor. Y a los gritos le rogó: -Acaban de atropellar a un perro. Llamá a un veterinario. Se está muriendo.

La mujer dio un vistazo y al ver que se trataba del perro de la estación, agarró un teléfono fijo. Clara tardó en reconocerlo pensando que ya no existían. La empleada de la estación, tecleó el número de la única clínica veterinaria del pueblo, cuando atendieron del otro lado, ella explicó el trágico accidente del perro:

-Don Roberto, mire han atropellado al perro de la estación. Dijo algo agitada.

-Marta, estamos castrando al gato de la Señora Larens, no podemos ir para allá ahora. Dijo la voz del otro lado del teléfono.

-Creo que está muy grave señor. Se está desangrando.

-Voy a llamar a Ramiro a ver si puede ir a buscarlo. Con esa declaración Marta colgó el teléfono y le dijo a Clara que tenían que esperar.

Al cabo de unos minutos llegó una minivan blanca, cuyos laterales estaban ploteados de una propaganda de peluquería canina, la misma se encargaba de recoger a los caniches del pueblo para bañarlos, pelarlos y dejarlos más feos e histéricos de lo que son, la empleada miope le señaló a Ramiro, desde la boletería, el banco desteñido por los años donde Clara y el perro moribundo esperaban un milagro.

Ramiro, no era veterinario. Era un joven del pueblo que se ganaba un dinerito extra manejando la minivan de Don Roberto y haciendo algunos recados, él bajó de la minivan y vio a Clara, una chica castaña, de piel trigueña y ojos azules enrojecidos por el llanto. Se quedo impresionado por el azul eléctrico de esos ojos, eran de esos azules que un poco asustan, eran azules enserio, al instante notó que no la había visto jamás en su vida, porque Clara no sería una chica de las que se olvidan. Ramiro por un momento dejó de lado su preocupación por salvarle la vida a ese perro, tartamudeó unos largos segundos hasta que logró presentarse con Clara.

-Soy Ramiro Cáceres.

Clara obvió la parte donde se presentaba porque además debía explicar cómo, después de tres meses de becaria en Europa, había terminado varada en un pueblo fantasma. Pasó directo a la motocicleta que había atropellado al perro. Ramiro, salió del trance y recordó a lo que había ido hasta allí. Se apuró a subir al perro a la minivan blanca, pero se llevó una enorme sorpresa cuando al abrir la puerta de conductor, en el asiento del acompañante, Clara había puesto la valija plateada.

-¿Vos también venís? Preguntó Ramiro.

-Creo que este perro necesita que alguien le sostenga la pata en el camino. Dijo Clara subiendo a la parte trasera de la minivan.

La veterinaria quedaba a unos diez minutos y ella pasó todo el camino hablándole al perro agonizante para que no se durmiera. Clara revivió el momento donde la pata que sostenía era la de Croqueta, su perra de toda la vida, era una situación similar, solo que en aquel entonces tenía la angustia agregada de sostener la pata de su mejor amiga y consciente de que lo hacía por última vez.

–Se fuerte amigo. Le susurró Clara.

Cuando llegaron ya había terminado la mutilación de los huevos del gato de la Señora Larens y estaba todo preparado para la intervención del perro atropellado, que parecía ser bastante popular en el pueblo. Un muchacho de unos veinticinco años abrió las compuertas de la minivan y ni siquiera notó la presencia de Clara, a toda prisa agarró al perro en brazos y lo entró a la sala de urgencias de la veterinaria del pueblo.

Yo nunca, nunca me enamoré en 9 días.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora