Día 2: TOC

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Clara al día siguiente se levantó en una cama desconocida, con un olor desconocido, se había acostumbrado bien a la vida de hoteles en Europa, pero lo raro, es que era la primera vez en mucho tiempo, que al despertarse se sentía como en casa. El olor a tostadas recién hechas y a café, el aroma a sahumerios, las risas y la manera de hablar a gritos tan características de los latinos, todo eso que en Europa era tan diferente le volvía a inundar los sentidos.

En su paso por Francia, Alemania y Bélgica le había parecido que los europeos lograban un silencio, una paz, un orden, era todo tan demasiado perfecto que le resultaba irritante, a veces se encontraba a si misma extrañando los gritos de los pasillos de la facultad, y los ruidos que había en su casa a la mañana cuando todos se preparaban para salir. Lo cierto es que el olor de las tostadas encendió su apetito, así que se levantó de la cama y sacó de la valija la ropa más acorde que tenía (que de todas maneras seguía siendo terriblemente desacorde) salió de su habitación, bajó las escaleras despacio, inhalando profundo para que todos esos aromas se le impregnaran en la piel. En el comedor de la casa el desayuno de la señora Garminda la esperaba servido en la mesa. Se sentó y Garminda le ofreció todo lo que estuvo a su alcance para hacerla sentir cómoda. Le preguntó si quería lavar ropa, si necesitaba alguna manta extra, si le gustaba el café preparado o de saquito. Lo cierto es que Clara no pensaba quedarse mucho tiempo, así que, ignorando todos los ofrecimientos, fue directo a su único anhelo. -Quiero ir a la estación a sacar un boleto para viajar a Montevideo.

Garminda, le explicó con una dulzura maternal que se tenía que quedar durante quince días porque habían cerrado las fronteras en todo el país y no podía trasladarse por ningún medio de trasporte para evitar el intercontagio. Clara no lo sabía, no había conseguido agarrar señal desde que se subió al tren. Estaba prácticamente incomunicada y desconocía todo lo que había pasado en las últimas veinticuatro horas. ¿Cómo alguien se va a imaginar que en veinticuatro horas el mundo puede ponerse patas para arriba?

Garminda prendió la televisión del hostal para que Clara pueda ver con sus propios ojos, todo lo que estaba sucediendo, así fue como Clara a las ocho de la mañana del jueves doce de marzo se enteró que el día anterior, mientras ella viajaba en tren, mientras ella ya podía soñar el abrazo que le daría a sus padres, mientras ella pensaba en el asado que le prepararían para recibirla, el mundo se había empeñado en atrasar todos sus reencuentros, y se había declarado la pandemia del virus covid19, iniciando una guerra silenciosa contra un enemigo invisible.

En el noticiero uruguayo, un reportero explicaba las medidas tomadas por el presidente. Cada palabra retumbaba en la cabeza de Clara que permanecía sentada sin entender. Se sentía cada vez más lejos de su querido Buenos Aires.

-Los ciudadanos argentinos que se encuentren en Uruguay serán repatriados en vuelos de Aerolineas Argentinas. Decía un reportero mientras mostraban imágenes del Aeropuerto de Montevideo atestado de gente. Clara se sintió un poco afortunada al ver a las personas durmiendo en las sillas de las salas de abordaje, pero tardaría una eternidad en procesar ese fracaso. Tomó el café rápido, agradeció a Garminda, le dejó una buena propina en dólares y la valija cerrada en el cuarto.

-Voy a ver si puedo conseguir como llegar a Montevideo Garminda. Dijo Clara y desapareció.

Cuando salió el paisaje era casi otoñal, bordeaba los últimos días de un verano caluroso y los primeros destellos de hojas anaranjadas por el otoño. Ella caminó rápido a la estación que quedaba solo a unos pasos del hostal. Al llegar descubrió que la boletería que ayer atendía Marta, la empleada miope, hoy no la atendía nadie. En el vidrio una hoja A4 en blanco, con letras negras, explicaba que todo el transporte se había suspendido por quince días.

Clara volvió al hostal, empeñada en negar la realidad innegable, se puso unas zapatillas de correr que sacó apurada de la valija (que se reusaba a desarmar). Ató fuerte sus cordones y corrió hasta la veterinaria. Cuando llegó tocó durante un rato el timbre, pero nadie salió a atenderla, así que como acostumbraban todos en el pueblo fantasma, decidió entrar de todos modos. Aplaudió una vez dentro, para ver si lograba que alguien salga a atenderla y escuchó a lo lejos la voz de Polo.

Yo nunca, nunca me enamoré en 9 días.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora