Fuego y hielo

408 44 6
                                    

Era la madrugada de aquella primera noche. Los hombres dormían entre las mujeres y el alcohol, completamente inconscientes y fuera de sí.
El silencio reinaba en todo Egipto. La oscuridad del salón se limitaba a un par de candeleros encendidos en las lámparas de un rincón. El joven capitán, yacía como muerto sobre su propio vino derramado en la mesa. Y desde aquel cojín de seda junto al trono, sosteniendo los ojos abiertos con esfuerzo, el hombre de cabellos negros sacudió la cabeza para vencer el sueño.
Arrastró su mirada de ojos a medio cerrar por todo aquel sitio. Pareciese que una guerra había terminado recién y no había nada más que quietud. Enderezó su pierna, que más dormida que él, le causaba cojera y quejidos de hormigueo un poco. Entonces se puso en pie, con el mismo costo que su vista al ser forzada en la oscuridad. Su estómago sonaba de hambre...

Volteo la cabeza el joven a un lado. Buscaba a su amo por encima de los demás. Algo cauteloso de no despertarlo, lo halló justo un poco cerca de la mesa, donde el banquete había perdido su tentadora apariencia.
El primer paso fue el más difícil, pero sus pies descalzos evitaban a su favor cualquier sonido indeseado que pusiera una alerta a los soldados embriagados o más aún... al faraón.

Con los labios secos, saboreó su inconsciente admirando la copa de agua que nadie había tocado. Estaba intacta, sobre la mesa, aguardaba por su lengua sedienta para ser refrescada. "Ahí estás" Pensó para sí y se acercó presuroso y con cautela al borde de la mesa. Llevó una ves allí, su mano a la comida desperdiciada. Colocó sus dedos con desespero sobre la carne y comiendo como cerdo en la oscuridad y en silencio, miró en frente suyo, notando así, que aquel guerrero de cabellos de fuego, al otro lado de la mesa, tenía un par de mujeres desnudas a cada lado, recostadas a su regazo, sin vergüenza alguna ante su total desnudez. Tenía la boca abierta, respiraba profundamente dormido como animal y le hizo sonreír por un instante. Luego miró su cuello ancho, su pecho descubierto y musculoso abría un sendero en medio poco a poco entre montañas abdominales hacia abajo, hacia su ombligo, de ahí en más, la oscuridad ocultaba tras la mesa su desnudez. Regresó su mirada a la comida el hombre pensativo y dejó entonces de masticar. Así estuvo por un par de segundos y luego agarró la copa en su mano. Había estado llevando sus ojos a la copa toda la noche, recipiente que aguardaba apartada justo frente al capitán. Rogando en sufrimiento cada minuto durante hora, que no se la tomara, hasta el último instante, entonces, cuando la llevó a su boca... notó que estaba a medio terminar. Observó tras tomar lo poco que quedaba en ella, el fondo vacío; luego volvió a mirar con enojo esta vez, al apuesto hombre pelirrojo sobre el asiento, que había comido y bebido como animal toda la noche, que había fornicado mientras él dormía, sobre el incómodo cojín de plumas de ganso y que ahora roncaba como si su alma ardiera en el Amenti de Osiris.

Estrujó el ceño y de repente la habitación no se sentía tan silenciosa, el ruido del ronquido del hombre, que no era más fuerte que el de los demás, ahora se colaba en su cabeza como una maldición. El Capitan romano parecía molestarle, porque sus ojos al verle, solo le hacían sentir juzgado. La curiosidad con la que observaba al esclavo, lo hacía sentir inferior... sucio......  Devolvió la copa a su sitio y caminó junto a la mesa en busca de algo más para beber. Agarró la vasija equivocada y cayó sobre dicha mesa el vino, rodando encima de esta y cayendo en el rostro del Faraón.

El gobernante despertó de repente. En silencio abrió los ojos y vió al esclavo comer de la mesa. Se puso en pie bien despacio y sin cuidado alguno. Despreocupado de lo que iba a suceder, agarró el Faraón por el cabello al hombre, quien aún bebía vino prendido de la vasija, que todavía mordía una que otra cosa y se deleitaba en las sobras manoseadas por todos.

Con un susto y un leve quejido de sus labios, el gobernante lo arrojó de una bofetada a mano abierta sobre el suelo. El sonido al caer y los pequeños quejidos de súplicas y ojos serios, despertaron al capitán de sus sueños profundos. Fué entonces cuando volviendo en sí de su letargo tardío, vió desde su posición impotente, cómo volvía a levantarlo del suelo con sus manos sobre su cabello negro. Abusando así, de un rostro que no parecía tener miedo, sino rebeldía e incapacidad.

El oasis de las arenas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora