Vientos en contra y a favor

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Sobraba el resto del día. Aquella tarde, había ensuciado todo su ego. El esclavo se lamentaba de haberse abierto al deseo de ser poseído. Todo lo demás, acontecería con pesar. Su odio incrementaba, así como lo hacía el deseo inevitable de volverlo a repetir.

El Capitan se había marchado, pero no por mucho tiempo.

Mientras tanto, en aquel balneario apartado del palacio, unas sirvientas limpiaban la piel del joven Edd. Anonadadas ante la belleza en su cuerpo y su rostro, le preparaban para su amo.

El regreso del faraón estaba cerca, dos días de gloria y completo descanso, le aguardaban tras su partida al esclavo. Todo era quietud... No habían abusos sobre su cuerpo, ni un solo rasguño en su piel. Los morados sanaban pronto, pero cuando debía estar aliviado, su mente continuaba repleta de pesar. El faraón regresaría, haría de él lo que quisiera, sin medirse. Después de todo, era un esclavo, pero eso no era lo que más movía las neuronas en su interior. El temor no cubría una capa de su piel... ni un vello corporal. Su ego había sido quebrado desde aquel entonces cuando de pequeño, sus propios padres lo vendieron. La mercancía más codiciada, era aquel cuerpo, su rostro enigmático, sus ojos azules, con una piel más clara que la de la media, perfectamente exótico.

Su historia era amarga, cruda, siempre se sintió humillado, fue la sensación que conoció desde la primera vez que había sido violado por un soldado. Esta sensación lo agobió por años, pero la costumbre hizo de su esclavitud una profesión, algo con lo cual debía cumplir para tener un sentido de vida, que aunque perdido y falta de toda lógica, lo mantenía a flote. Navegando entre reyes, faraones y demás personas de la clase más alta.

El orgullo de Edd, se había dormido. A duras penas existía... hasta aquella tarde. Nunca se sintió más humillado por alguien, que por los ojos del pelirrojo capitán. Nunca le habían tratado con tanto desprecio, ni sus amos, ni sus padres... Nada de eso se comparaba con el simple acto de indiferencia, que había llevado a cabo este hombre bendecido, con la atracción de un rostro varonil y molestamente altanero. No podía sacarse de la cabeza sus ánimos de venganza que nunca más llegaría.

El acuerdo había sido, dividir los caminos a ambas direcciones. Mientras el faraón regresara, El Capitan emprendería su regreso a Roma. Por lo tanto, se había esfumado la posibilidad de enmendar aquel sentimiento de ira y deseo.


La tarde de aquel segundo día, en el balneario sobrellevaba una enorme nube negra de lluvia que se acercaba desde más allá del Nilo. El joven se asombró, el cielo nunca se vió tan enojado, los truenos se escuchaban como si los dioses obligaran a que el destino fuera perjudicial para todos. El aire fresco arrastraba la arena del desierto y entonces irrumpió; mientras los ojos descansaban en el cielo ya cercano, El capitán, de entre las columnas del hermoso sitio de cortinas naranjas. Se acercaba deshaciéndose de su armadura, quedándose en las finas telas de su ropa blanca. La corta falda egipcia robó ante todo, la mirada de Edd.

El Capitan se detuvo agitado a verle a los ojos, puesto en pie fuera del agua. El esclavo hizo lo mismo y se levantó, cubierto hasta la cintura de telas empapadas colgando del collar dorado en su garganta.

Los ojos de ambos se petrificaron en el silencio, pero el ruido lejano de un rayo, cortó los ambientes a una tormentosa sensación de rabia... una vez más.

La lluvia comenzó a caer sobre ambos. El Capitan solo observaba cómo el cielo se cerraba sobre sus cabezas...

Edd: Qué haces aquí? Dónde está el faraón?

Kevin: Le extrañas acaso, esclavo? (Ambos estrujaron el ceño. Edd sonrió con maldad y le dió la espalda) Tú amo el faraón fue emboscado y capturado en plena tormenta de arena. Regresé a buscar hombres de su imponente ejército, que reclamen la cabeza así de sus raptores. Te unirás a la batalla? (Intentaba provocarle con burlas, pero solo podía ver la nuca de cabellos largos que el joven le entregaba. Completamente ignorado, aquel guerrero, airado, continuó más profundo aún en su exasperante comentario final) Eres demasiado sumiso para poder contar contigo en una batalla campo abierto.

El oasis de las arenas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora