Capítulo I

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- Hola

- Hola...

- ¿Cómo te llamas? – Dijo el hombre en la habitación.

- Mi nombre es Lucas de León - respondí.

- Mucho gusto Lucas, es bueno tenerte aquí.

- ¿por qué habría de ser un gusto o bueno? Soy un completo desconocido para usted – dije.

- Todos los conocidos en algún momento lo fueron ¿no?

- Eso igual no responde mi pregunta... gusto... no tiene sentido.

- ¿Va contarme qué sucedió? – dijo cambiando bruscamente el tema.

- ¡Ah! Así que quiere saber. No fue más que un mensaje muy claro y yo... una fundamental pieza.

- ¿mensaje? ¿de qué hablas? – preguntó muy confundido.

- yo no comprendí al primer instante pero luego me pareció tan claro e irreprochable que me resultaba absurdo el pensar en algo diferente a ello.

- Ok ¿cuál es el mensaje? – preguntó un poco ansioso.

- Si te lo explico así, no entenderás. De igual forma estás quitándole lo divertido y la importancia de todo el camino hasta aquí.

- ¡Dime! – dijo imperativo.

- No estás en posición de exigir, soy yo quien pone las reglas. Tú quieres adquirir la información que paseo, por lo tanto, en este momento, soy tu dueño. La partida está a mi favor. Trae una taza de café y un cigarrillo para comenzar.

- ¡insolente! ¿qué te crees? – dijo alterado.

- En este momento... soy como un Dios para ti ¿no quieres escuchar la historia? – pregunté con mucha arrogancia.

Inhaló muy fuerte, hizo un gran suspiro y llevando sus manos a la cabeza para peinar su cabello, dijo – por supuesto...

- ¿Qué esperas? Tráeme café y un cigarrillo. Hay que ponerse cómodos.

Fue por el café y el cigarrillo, estaba cumpliendo mis órdenes y exigencias porque sabía lo valioso que era mi información. Colocó el café en la mesa, me dio el cigarrillo y lo encendió para mí. Yo sonreía por el simple hecho de haberlo obligado a tratarme como su dueño, admito fue algo innecesario pero debía probar cuánto quería escuchar la historia.

Después de terminar mi cigarrillo sin decir ni una sola palabra, posé mi espalda en la silla, lo miré fijamente, comencé a reír por un rato y casi de reflejo dije:

- Era hermosa...

- Ok ¿comenzarás? – preguntó algo hastiado.

- Comenzaré, seguiré y terminaré.

- Perfecto. Te escucho.

Al ver que tenía su atención, ya no podía seguir fingiendo estar cómodo en esa silla. Me levanté y comencé a observar la habitación, me resultaba desaliñada, poco elegante, con cada sorbo a mi café, hacía gestos de desaprobación hacia mi entorno. Casi por impulso involuntario, dije:

- De niño todos se burlaban de mí, yo era el común introvertido niño raro – mientras lo decía, tenía unas ansias de tocar las paredes, a pesar de ser feas, eran muy suaves – inseguro, débil y llorón... Ese comportamiento, por desgracia, me duraría más de lo deseado; veinte años, una carrera universitaria, un par de experiencias vividas y seguía siendo el mismo niño raro.

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