Capítulo VIII

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A la mañana siguiente...

Los ojos de Candy se abrieron como platos al ver a Terry mas temprano de lo usual, vistiendo un traje de montar.

Si el desgraciado se veía apetecible con ropa de etiqueta, con aquel condenado traje se veía mucho mejor. Sus nalgas se marcaban de tal manera que sintió el impulso de pellizcarlas; aunque... si era mas honesta, quiso morderlas. Tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para no hacerlo. Su traicionero corazón comenzó a latir rápidamente cuando el granuja se puso de perfil y le dejó ver lo agradable que era. Los rasgos de su rostro eran condenadamente marcados, estatura y cuerpo perfectos, hermosos y expresivos ojos azules con destellos verdes enmarcados por unas hermosas pestañas tan agradables como sus pobladas cejas, nariz recta... —En fin, aquel granuja parecía una estatua griega de carne y hueso. Era natural que las mujeres lo consideraran atractivo, ¡y vaya que lo era!, al punto que dolía ver tanta belleza en un solo rostro, sus labios hechos para ser saboreados. ¡Demonios! Debía dejar de pensar en eso, sus pezones se endurecieron al recordar los besos compartidos.

—Buenos días señorita Candy

¡Aish! —Candy dio un respingo al escuchar la voz de John a espalda de ella —¡Por Dios! La había puesto en evidencia frente aquel granuja que había curvado sus labios en una condenada sonrisa. ¡Ja! Pero ella se aseguraría que aquella sonrisa se le borrara de sus delicio... ¡Mierda! —No podia seguir pensando en el sabor de sus labios, necesitaba enfocarse en su plan original de flirtear con él para que se confiara.

—Buenos días John —forzó una sonrisa —¿los caballos están preparados?

—Si señorita Candy, Cesar para el señor Grantchester y Cleopatra para usted —John observó a Terry de manera lastimera —Señorita Candice —le habló en susurro para que Terry no escuchara —está segura de lo que está haciendo, le recuerdo que Cesar ...

—Descuide John —Candy lo interrumpió —estoy segura que nuestro invitado sabrá que hacer.

—Si usted lo dice —John ingresó al establo.

Candy pasó por delante de Terry contoneando sus caderas, con aquel traje de montar tan ajustado a su cuerpo, portaba un hermoso sombrerito a juego sobre su precioso cabello rubio.

Terry no le quitó la mirada de encima. La joven frente a él, era esbelta, estatura promedio. —Si la tuviera en sus brazos, la cabeza de ella le llegaría a...¡Infiernos! Sus ojos estuvieron a punto de salir de sus cuencas cuando la muy descarada se agachó a recoger la fusta que se le había caído y dejó a su vista aquel.. ¡Mmm!. —Terry mordió sus labios —La Pequeña Fieresilla Pecosa tenía el trasero redondo y adorable. El joven castaños sintió que se le paraba el... "corazón". —Le dieron ganas de acariciarlo y...—¡Mierda!—ya no había remedio; su miembro reaccionó a aquella adorable visión con el entusiasmo predecible. Haciendo uso de todo su auto control, algo que le era escaso, apartó la mirada de ella y miró hacia el establo cuando ella se giró para verlo.

—¿Listo para saber lo que debe hacer señor Grantchester?

—Terrence, puede llamarme Terrence —le sonrió de manera encantadora mostrando su blanca y perfecta dentadura.

—Para que vea que estoy en la mejor disposición de aceptar su tregua, aceptaré llamarlo como lo hacen mis hermanos ¿le parece Terry? —Candy le devolvió la sonrisa.

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