Capitulo X

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Susana miró por la ventana del carruaje que los llevaba desde la estación de Chicago a Lakewood, a la Mansion Leagan.

El día estaba tan gris como su ánimo. Su plan de instalarse en la Mansión Ardley y echarle pesca a Terrence Graham se había ido literalmente al drenaje.

—Susie, por el amor de Dios, quita esa cara de amargura

—No estoy amargada—dijo mirando a su padre.

—Cariño compréndela —intervino la señora Marlowe —deseaba hospedarse en la Mansion Ardley.

—Ella también debe comprender que eso no es posible, Anthony nos dijo en la estación de New York que tendrían casa llena —respondió el señor Marlowe apretando la mandíbula y frunciendo el ceño.

Al ver la tormenta que estaba por desatarse entre padre e hija, la señora Marlowe palmeó la mano de su esposo para tranquilizarlo.

Con el ceño fruncido, Susana observó como su madre lograba tranquilizar un poco a su padre. Suspiró, se dio la vuelta y miró hacia la ventana.

Se sintió decepcionada. Le apetecía mucho decir algo que lo provocara, pero se tragó las palabras. Ya no era una niña y debía comportarse como la joven de veintitrés años que era. Pero sentía una necesidad casi física de pelearse. Una buena discusión aliviaría la tormenta interior en la que estaba inmersa.

Apoyó la frente contra la ventana. Había concebido muchas esperanzas tras conocer aquel guapo inglés en la fiesta de cumpleaños de Candice y aquella esperanza creció cuando Robert Hathaway les había dicho que ambos hacían una muy buena dupla para personificar a Romeo y Julieta... ¡argggg! Pero el día de la audición se había enterado que no solo los Ardley habían dejado New York, sino también él. Y fue por esa razón que convenció a su padre para que partieran esa misma mañana a Chicago con la excusa de acudir a la fiesta vaquera que se celebraba cada año en Lakewood.

—La ultima vez que venimos a la fiesta Vaquera recuerdo que estabas hablando con Niel y te veías muy sonriente —dijo su padre de repente

El movimiento repentino de aquel condenado carruaje que se movía como el infierno, hizo que Susana disimulara su asombro ante el comentario de su padre, ¡Demonios! Creyó que nadie los había visto.

—Hablé con mucha gente en aquella ocasión —respondió Susana balbuceando. Solía hacer aquello cada vez que estaba nerviosa.

—Pero no tan intensamente ni durante tanto tiempo. Los dos estuvieron un buen rato en un rincón apartado y luego se dirigieron a los establos.

Susana miró por la ventana para evitar la mirada inquisitiva de su padre

—Lo felicité porque a pesar de ser su primera participación lo hizo muy bien.

—¿Durante más de dos horas?

—Hablamos de algunas otras cosas, no recuerdo bien... —añadió mirando brevemente a su padre —. La verdad no recuerdo la razón por la cual fuimos al establo, fue hace un año, aunque lo mas seguro que lo hicimos para darle una manzana al caballo.

Su padre la observaba con la intensidad que había temido, pero se obligó a no apartar la mirada otra vez.

—Niel me parece un buen chico y está en edad casadera —dijo el señor Marlowe ignorando la tonta explicación de su hija.

Los ojos de Susana amenazaron en salir de sus cuencas. ¡Por todos los cielos! —Estaba su padre acaso insinuando que Niel y ella...? ¡Ay no! Aquello sería lo peor que pudiera pasarle, lo sucedido aquella ocasión fue solo un revolcón nada más.

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