5. El día de confesarlo todo.

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Mi corazón se encontraba desbocado.

Tenia en mis manos la carta por la que tanto me había arriesgado y acababa de tener mi primer encuentro con Axel.

Observé la hoja con cuidado y supe que por fin había llegado el momento de perderme en sus palabras.

Ya no podía contenerme más, así que salí de aquel lugar con afán y me senté en la acera de la casa de enfrente para leerla.

~~ • ~~

Otra noche oscura, que parece no acabar.

Otra noche sin estrellas que me ahoga, en esta horrible oscuridad.

Pero no quiero rendirme, este no es el final.

Por más herido que me encuentre, sé que no puedo fallar.

Algo en mi interior grita que no me debo doblegar,
que seguro en el futuro,
alguien me va a amar.

Así mi pasado se empeñe en regresar.

~~ • ~~

Al terminar de leer, las lágrimas me mojaban las mejillas, las manos me temblaban, y el frio la tarde ya había caído.

Comencé a secar mi cara con las mangas del gaban, cuando al mirar el cielo una pequeña lluvia comenzó a mojarlo todo con demasiada intensidad.

<<Creo que es hora de que cuente mi historia, una vez más>>.

Pensé, mientras guardaba la hoja mojada adentro del gaban. El cuál era único recuerdo material que conservaba de mamá.

Y me gustaba tenerlo conmigo.

Ese abrigo era como una metáfora a que él también me quitaba el frío como solían hacerlo sus abrazos. A pesar de que me quedaba un poco grande.

Me puse de pie y crucé la calle corriendo para no mojar mi ropa, pero el intento fue en vano, porque las gotas que caían del cielo eran dignas de un aguacero torrencial.

Asi que cuando entré de nuevo al orfanato, estaba un poco mojada, pero eso no fue lo que más llamó mi atención al entrar, sino todo lo contrario.

En lo último que me fijé fue en mi ropa, porque lo que llamó mi atención fue el hecho de que Maga estaba justo ahí, sentada en la escalera.

—¡Maga! —le dije sorprendida.

—Niña. —respondió con calma, mirándome a los ojos.

Era como si ella hubiera sabido desde el principio que yo iba a volver.

—Yo...

—¿Quieres hablar conmigo? —me preguntó.

—S—si... — afirmé dudosa. Sintiéndome un poco insegura de lo que estaba haciendo.

—Vale, entonces... vamos a la oficina de registro. —concluyó, poniéndose de pie para caminar hasta una puerta que se encontraba a unos pasos de la salida.

El miedo se incrementaba en mi interior a cada paso que daba, mi cabeza me gritaba que esto era una mala idea y mi corazón parecía latir aún más rápido que cuando vi a Axel.

Un poeta sin motivos. (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora