7. En su espacio.

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Ainhoa.

El día apenas comenzaba cuando abrí los ojos. Pero para mi mala suerte, no pude volver a dormir. Las pesadillas se dibujaban en mi mente con demasiada claridad, así que miré con resignación el reloj que colgaba de la pared.

Eran las siete menos cuarto.

Hice a un lado la manta que me cubría y abrí la cortina para que entrara la luz del día, tomé el cepillo y decidí que era el momento comenzar con mi rutina, no sin antes hacerme una coleta con mi cabello castaño. Una vez ahí le di un vistazo a mi reflejo, el cuál mostraba lo que yo ya me imaginaba: me veía cansada, básicamente porque no había dormido nada. Sabía que necesitaba volver a dormir, pero me negaba a sumergirme de nuevo en las pesadillas que me perturbaban.

Al salir del baño pude ver que yo no era la única que se encontraba despierta.
Mi corazón comenzó a latir con mucha fuerza, las manos me sudaron al verlo y mis nervios eran un desastre en cuanto sus preciosos ojos verdes me miraron.

—Hola. —saludó tranquilamente, su voz sonaba un poco somnolienta, estaba despeinado y se rascó el brazo con una pereza evidente.

—Ho—hola. —contesté avergonzada por sentir su mirada fija en mí. Al parecer el tonto tartamudeo había vuelto.

<<¿Por qué no podía simplemente hablar con naturalidad?>>.

—¿Tú tampoco puedes dormir? —preguntó con un poco de molestia.

—No. —respondí de prisa.

Tenía unas inmensas ganas de salir huyendo.

<<¡Cálmate, tonta! Lo estás arruinando y este podría ser un buen comienzo>>.

Me regañó mi voz interior.

—¿Vamos por una taza de chocolate caliente? —ofreció mientras acomodaba su camiseta— Eso me ayuda a dormir de vez en cuando, tal vez te pase lo mismo.

Me quedé absorta por la situación, y unos segundos después me di cuenta de que no le había respondido nada. Los nervios me tenían bloqueada y básicamente solo estaba ahí parada.

<<¡Por favor habla!>> pensé con preocupación mientras me aclaraba la garganta y juntaba todo el valor que me quedaba, porque la idea era no ser tan obvia, como lo había mencionado Maga.

—Amm... es que... yo no —dudé por un instante. Pero ya había vivido muchas cosas que me había convertido en alguien valiente, y si quería que la historia entre Axel y yo avanzara siquiera un poco tenía que dar un paso al frente. Por más pequeño que fuera.—... ¿Sabes qué? Esta bien. —acepté.

—Entonces vamos. —dijo, dando unos cuantos pasos hacia el final del pasillo con sus pies descalzos.

Dejé cierta distancia entre los dos para comenzar a caminar, y sin que Axel se diera cuenta me pellizque el brazo un par de veces para asegurarme de que no estaba soñando.

Bajamos las escaleras en silencio y en el momento en el que llegamos a la cocina pude notar que todo estaba perfectamente organizado, pero Axel abrió una gaveta con naturalidad y sacó lo necesario para preparar el chocolate.

¿Y yo?

Yo no podía dejar de mirarlo. Estaba totalmente hipnotizada por la confianza con la que actuaba, pero una vez puso la olla en la estufa se giró y me miró.

—¿Ahora si me dirás tú nombre?

—Lo dices como si mi nombre fuera el más grande misterio —dije, sin darle mucha importancia a su evidente curiosidad. Más sin embargo, lo que dijo después me tomó por sorpresa.   

Un poeta sin motivos. (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora