La desaparición

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—¡Emely está desaparecida! La están buscando desde hace horas y no aparece, Marcos. ¡Ay, Dios! ¡Nuestra hija no aparece!

Entre llantos repetía esas palabras una y otra vez, mientras yo no era capaz de decir nada. Me quedé atónito; mi hija, mi pequeña Emely, estaba desaparecida. Cuando al fin logré reaccionar, traté de tranquilizar a Valerie. Apenas podía mantener la calma, pero en ese momento lo mejor era no perder el control.

—Dile a tu mamá que te envíe la ubicación y alístate, que en unos minutos paso por ti. Vamos para allá.

Me cambié tan deprisa como pude y salí a toda prisa a recoger a Valerie. Durante todo el trayecto apenas hablamos. Mientras ella lloraba en silencio, yo estaba concentrado en llegar tan rápido como fuera posible. Cuando vi que se encontraba más calmada, le pedí que me pusiera al tanto de la situación y empezó a explicarme.

—Mamá me dijo que, después de que comieron, la dejó jugando con los otros niños, pero alrededor de las 3 de la tarde empezaron a echarla de menos. La buscaron por todos lados; sin embargo, nadie la había visto.

Se detuvo un momento y se esforzó por no estallar en llanto otra vez. Luego continuó:

—Después de asegurarse de que no estaba en ningún lugar de la villa, llamaron a la policía, pero aún no han llegado. Todos la están buscando, pero hasta ahora no hay ningún rastro de ella.

Cuando llegamos, ya eran las 8 de la noche. Había algunos policías en el lugar, pero no parecían muy interesados en ir más allá de hacer preguntas. La madre de Valerie había sido llevada al hospital más cercano, pues la situación provocó que le subiera la presión arterial, así que tan pronto nos acercamos, comenzaron a preguntarnos cómo estaba vestida la niña y nos pidieron que mostráramos algunas fotos.

Después de responder sus preguntas, el policía a cargo no me lo dijo directamente, pero me dio a entender que descartaban la posibilidad de que la niña se hallara simplemente "perdida". Insinuaban que lo más probable era que alguien la hubiera raptado y que, si ese fuera el caso, buscarla entre los numerosos árboles y maleza a esa hora no tendría sentido. Según ellos, ya habían pasado más de cinco horas desde antes de las 3 de la tarde, por lo que había muchas posibilidades de que el secuestrador ya estuviera lejos.

Me dijeron que esperarían hasta el día siguiente para registrar la zona y buscar cualquier pista que pudiera ayudar en la investigación. Mientras escuchaba lo que me decían, traté de mantener la calma, pero me molestaba la tranquilidad con la que se expresaban. Me parecía absurdo que quisieran esperar hasta el otro día para empezar a actuar; para mí, el tiempo era crucial en ese momento.

—Pero señor, ¿cómo quiere que esperemos hasta mañana mientras mi hija anda por ahí perdida? Ya sea que esté perdida o que alguien la haya secuestrado, mientras más tiempo pase, menos posibilidades tenemos de encontrarla. Tiene que haber algo que podamos hacer, algo más que simplemente sentarnos a esperar hasta mañana.

—Señor, entiendo que esté preocupado y me imagino cómo se debe sentir, pero aquí no contamos con perros rastreadores como en las películas. Lo mejor que podemos hacer por el momento es avisar a los centros de control más cercanos para que estén alerta ante cualquier movimiento sospechoso y revisen a toda persona que salga de la comunidad. Pero a esta hora, con esta oscuridad, lo único que podríamos lograr es estropear cualquier rastro que pudiéramos encontrar si comenzamos a buscar durante el día.

Discutimos durante varios minutos y amenazaron con detenerme hasta el día siguiente si no me calmaba. No podía creer la insensibilidad con la que me hablaban, pero en cierta forma tenían razón. Ya se había buscado en los alrededores y no había ningún rastro de ella. ¿Qué tan lejos podría haberse alejado una niña de 4 años? Me negaba a aceptarlo, pero lo más probable era que la hubieran raptado. Algún desgraciado se había aprovechado de la fragilidad de mi pequeña niña, que no podía defenderse.

Valerie se quedó a amanecer con su madre en el hospital y yo me hospedé en un hotel cercano. Quería ser el primero en llegar al lugar tan pronto salieran los primeros rayos del sol. Esa noche no dormí, ni siquiera lo intenté. Me la pasé caminando de un lado a otro y, por más que intentaba evitarlo, no podía dejar de pensar en los diferentes escenarios de la desaparición de mi pequeña Emely. Traté de mantenerme fuerte, pero finalmente no pude más. Dejé escapar un profundo llanto, sintiendo cómo mi corazón se detenía cada vez que pensaba en lo que mi hija podría estar sufriendo en esos momentos. Mis lágrimas salían sin control, sintiéndome incapaz de parar de llorar.

El que dijo que los hombres no lloran es porque quizás había perdido un amor, pero nunca un hijo. Aquel vacío e impotencia que sentía era capaz de quebrantar hasta al hombre más orgulloso.

EmelyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora