Las cuevas

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A los pies de aquella montaña se encontraba lo que parecía ser la entrada de una cueva. Por un momento, dudé sobre si entrar o no, pero no podía irme sin antes explorar lo que podría haber allí dentro.

A medida que iba entrando, la cueva se hacía más y más oscura, así que encendí la linterna de mi celular y estudié cuidadosamente cada rincón con cada paso que daba. A unos pocos metros, encontré el primer y único rastro hasta entonces de mi Emely: un cintillo rosa que Valerie había mencionado como parte de lo que llevaba puesto el día de su desaparición. Al recogerlo, un sentimiento de alegría y angustia invadió mi corazón. Al menos ya sabía que mi pequeña había estado allí, pero solo pensar en que hubiera estado en un lugar tan tenebroso no hizo más que aumentar mi desesperación por encontrarla.

Seguí buscando, pero aquella cueva parecía no tener fin. A medida que avanzaba, encontraba entradas que hacían del lugar un laberinto, cada una llevando a áreas diferentes. Al darme cuenta de esto, empecé a dejar marcas que pudieran ayudarme a encontrar el camino de regreso. Parecía una locura.

La cueva se extendía por debajo de varias montañas y parecía tener algún tipo de conexión con el lago. Me encontré con algunos lugares en los que el agua no me permitía avanzar y me veía obligado a retroceder y tomar otro camino. Pensé en llamar a Valerie para que notificara a la policía sobre mi hallazgo, pero allí dentro mi teléfono estaba sin cobertura. Después de todo lo que había recorrido, no quería devolverme solo para hacer esa llamada. Cada segundo que pasaba era importante, y tenía que darme prisa en explorar cada rincón de aquella cueva.

Después de un largo rato de búsqueda, grité desesperadamente el nombre de Emely varias veces, pero la única respuesta que recibía era mi propio eco. Tras dar algunas vueltas y regresar casi siempre al mismo lugar, decidí salir para notificar a la policía de mi hallazgo y así volver con ayuda. Fui directo al destacamento y les mostré el cintillo que encontré. Al mencionar las cuevas, noté cómo se miraban unos a otros y luego los escuché hablando sobre algunas supersticiones e historias sobre aquel lugar. Me parecía increíble que se negaran a investigar solo porque habían oído sobre supuestas apariciones misteriosas. Aun así, me acompañaron, pues era su deber, y allí se había encontrado la única pista sobre la desaparición de mi hija.

Luego de explorar superficialmente el lugar, empezaron a poner excusas otra vez y a decirme que era mejor regresar durante el día con más hombres. Como no podía obligarlos a seguir buscando, acepté su decisión y nos marchamos. Por otra parte, el hecho de no haber dormido y de no haber consumido nada más que agua empezaba a pasarme factura. Sentía un cansancio tremendo y me costaba mucho mantener los ojos abiertos; ya tenía casi 48 horas sin dormir. Valerie seguía en el hospital con su madre, pues el sentimiento de culpa no había permitido que su presión se mantuviera estable.

Antes de irme al hotel, pasé unos minutos para contarle sobre mi hallazgo y luego me detuve en una farmacia que operaba 24 horas para comprar una linterna y hacer la búsqueda del día siguiente más eficiente. Por suerte, siempre andaba con ropa extra en el carro, así que tan pronto como llegué a la habitación, me quité la ropa sudada que traía puesta y me metí a la ducha.

Mientras me duchaba, volví a llorar, esta vez con más dolor. Había pasado más tiempo y eso hacía que mis esperanzas fueran aún más escasas. Mis lágrimas se confundían con el agua y sentía un nudo en la garganta que no podía soportar. Deseaba que todo fuera tan solo una pesadilla y finalmente despertar. No podía creer lo que estaba pasando, no quería aceptar que mi pequeña Emely se hallaba desaparecida y que quizás no la volvería a ver.

Al salir de la ducha, me tumbé en la cama y traté de dormir un poco, pero a pesar del gran cansancio que sentía, me era imposible conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los ojos, me imaginaba a Emely en brazos de un desconocido, perdiéndose entre la nada, esperando que alguien la ayudara.

Después de luchar por unas horas con mis horribles pensamientos, finalmente me dormí, esta vez tan profundamente que cuando desperté ya eran las 9 de la mañana. Salté rápidamente de la cama y empecé a sentirme como el peor padre del mundo. ¿Cómo era posible que mientras mi hija estaba desaparecida yo durmiera tan tranquilamente? Me cambié tan rápido como pude y salí deprisa hacia las montañas. Por la hora, pensé que encontraría policías revisando el lugar, pero al llegar, no había nadie. Era yo solo otra vez, en busca de mi más valioso tesoro.

Traté de evitar los caminos que ya había recorrido, pero las cuevas eran tan confusas que varias veces llegué a lugares en los que estuve la noche anterior. Ya eran alrededor de las 11 de la mañana cuando pasé por uno de los espacios que recorrí antes, pero esta vez había algo diferente.

EmelyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora