Una ayuda inesperada

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Había llegado a uno de los lugares donde había agua el día anterior, pero esta vez el agua no estaba, y se podía ver un camino inclinado hacia abajo, que llevaba a una entrada similar a las que había en muchos otros rincones de aquel lugar. Sin pensarlo dos veces, bajé y comencé a explorar. Al igual que en los otros espacios que ya había recorrido, allí también había varias entradas que llevaban a diferentes áreas de las cuevas. Pensé que quizás no encontraría nada, pero no podría vivir con la inquietud de no haberlo intentado.

El tiempo tiene la manía de pasar deprisa cuando carecemos de él y muy lento cuando deseamos que pase rápido. Al ver la hora, me di cuenta de que ya habían pasado unas dos horas y yo seguía allí abajo. De repente, empecé a sentir que se me mojaban los pies. Al principio, pensé que había llegado a un lugar con un poco de agua, pero no, las cuevas se estaban inundando rápidamente. Traté de encontrar la salida, pero las marcas que había dejado para guiarme de regreso ya estaban cubiertas por el agua. Todo pasaba muy rápido y no tenía ni la más mínima idea de dónde se encontraba la salida.

Me encontraba totalmente desorientado y el agua ya me llegaba hasta el pecho. Me repetía una y otra vez que no podía morir allí, no sin antes encontrar a mi pequeña Emely y ponerla a salvo. Mientras daba vueltas desesperadamente, escuché los ladridos de un perro. No sabía de dónde venían, pero tras concentrarme por un momento, pude dirigirme hacia la dirección correcta.

Estaba confundido y no sabía si el perro estaba en un lugar seguro o si, al igual que yo, también luchaba por encontrar una salida. Aun así, me dispuse a seguir sus ladridos. Cuando finalmente estuve cerca, apunté con la linterna y pude verlo. El perro se encontraba al extremo de lo que parecía ser un camino inclinado, y junto a él, un niño de unos 12 o 13 años.

Al llegar a donde estaban, el joven me hizo un gesto para que lo siguiera. Le hice algunas preguntas, pero no respondió; solo seguía caminando, y me costaba un poco seguirle el ritmo. Por la firmeza de sus pasos, deduje que sabía hacia dónde iba, así que no le perdí de vista. Después de caminar unos metros y tomar algunas entradas, llegamos al lugar donde quería llevarme. Allí, en un rincón, vi algo que hizo que el tiempo se detuviera y que las lágrimas inundaran mis ojos nuevamente. Mis pasos se congelaron y quedé perplejo ante lo que estaba viendo.

Allí estaba Emely, inmóvil mientras dormía. Parecía un ángel. Corrí hacia ella y la abracé tan fuerte que se despertó. No podía creer que al fin tenía a mi pequeña entre mis brazos. Con una aparente confusión, abrió los ojos y, al verme, respondió a mi abrazo con un apretón que, asumo, lo hizo con todas sus fuerzas.

—¡Papi! —gritó.

—¿Cómo estás, mi niña? ¿Estás bien?

—¡Zi! Y tengo mucha hambde.

—Tranquila, te voy a comprar una hamburguesa grande solo para ti. ––dije, con los ojos llorosos.

—Mámono, Papi. Me quiedo ir.

—Sí mi amor, ya nos vamos. Te sacaré de aquí.

El niño y su perro nos observaban. Ni siquiera me había detenido a mirarlo bien, pero el niño vestía ropa andrajosa y estaba muy pálido, parecía llevar varios días allí dentro. Al notar mi búsqueda de una salida, me explicó que no podría salir, al menos no en ese momento. Según me dijo, la única entrada a esa área era por donde estaba el agua, y esta solo bajaba de nivel durante unas horas cada dos días.

Ese lugar no era como los otros que había recorrido. Era amplio y se filtraban algunos rayos del sol desde arriba. También había basura y otras cosas que, al parecer, el niño utilizaba como herramientas; era evidente que vivía allí. Le costaba un poco articular las palabras, quizás por el tiempo que llevaba sin interactuar con personas, pero me contó que cuando tenía 8 años fue a la villa con su madre y que, cuando tuvo la oportunidad, corrió hacia los árboles porque no quería volver a su casa.

—Mi papá go-golpeaba a mi mamá duro y a mí me-me pisaba la-la cabeza, todos, todos los días.

Cuando le pregunté si no le dio miedo quedarse solo en esa cueva con tan solo ocho años de edad, me dijo que nada le daba más miedo que regresar a su casa y ver a su padre maltratar a su madre, sabiendo que él sería el próximo. Me contó cómo su padre golpeaba a su mamá y cómo lo maltrataba a él por cualquier tontería; eso fue lo que lo hizo huir y las cuevas fueron su refugio. Me dijo que al principio no pasaba de la entrada y que, de vez en cuando, salía a buscar entre la basura de la villa para encontrar algo de comer. Fue en uno de esos viajes que el perro le siguió, y desde entonces se convirtió en su única y mejor compañía.

—¿Cómo encontraste a Emely? —pregunté, conmovido por su historia.

—Cuando el-el agua se va nosotroz salimoz a bu-buscar comira y el perro cogió la comira de ella y ella vino atraz de él.

—Ah, ¿entonces el perro tomó la lonchera de Emely y ella le persiguió hasta aquí para quitársela?

—Zi, cuando e-ella vino el-el agua eztaba entrando y la-la traje pada acá.

—Ya entiendo, muchas gracias por salvarla y muchas gracias por ayudarme a mí también. De no ser por ti quizás tanto ella como yo estaríamos muertos.

El niño no respondió y me ofreció un poco de la comida que había recolectado. Vi que no era mucha y le dije que no, que estaba bien. En ese momento aproveché para revisar mi teléfono. Quería llamar a Valerie para decirle que ya había encontrado a Emely, pero estaba apagado. Al parecer, se dañó cuando el agua me atrapó entre las cuevas.

Tan pronto como anocheció, Emely se volvió a dormir; la pobre no se había alimentado bien y se le notaba que había llorado bastante. Yo, por mi parte, me recosté en las paredes rocosas con intenciones de descansar. Estaba muy agotado y sabía que tendría que esperar dos días para poder salir de allí. Tenía a Emely en brazos y no quería moverme mucho para no despertarla, así que me acomodé como pude. Por primera vez en los últimos dos días, pude cerrar los ojos y sentir paz. Sin embargo, después de un rato, un olor extraño me hizo abrir los ojos, y al hacerlo, me di cuenta de que la pesadilla aún no había terminado.

EmelyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora