Capítulo 4

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No me lo podía creer, había pasado más de un mes desde que había empezado las prácticas y desde entonces no había dejado de limpiar botes y pinceles, por no hablar de que ya me conocía cada imperfección del suelo de tanto fregarlo. Entre todo eso y que gran parte de la mañana la empleaba trayendo cafés, no había hecho nada relacionado con mi carrera. Porque Rocío, la muchacha que era mi supervisora en lugar de Ana, la estirada del moño, no me había dejado acercarme a nada de lo que estaba haciendo y con total sinceridad, nada de todo lo que había estudiado consistía en aprender a traer cafés.

Estaba cabreada y cansada, casi eran las cuatro y solo podía contar los segundos que quedaban para que el reloj marcara mi hora de salida. Miré el suelo y suspiré terminando de barrer por décima vez el estudio cuando una joven entró como un torbellino revoloteando a mí alrededor haciendo fotos de absolutamente todo. De cada detalle, de cada mota de polvo que había en cada una de las repisas, hasta de mí. Con apenas un metro cincuenta de estatura, daba vueltas por todos lados como un duendecillo. Se paró frente a mí sonriéndome de oreja a oreja justo cuando entró por la puerta Ana.

-Usted señorita no debería estar en este ala, ¿quién la ha acreditado para pasar?-la reprendió Ana tan estirada como lo era conmigo. Empezaba a pensar que era su forma de ser.

-Hola me llamo Cristina-la joven de pelo color cobrizo, mucho menos naranja que el mío y que la envolvía el rostro en perfecta sintonía, enmarcándole cada facción y resaltándole unos ojos marrones preciosos, extendió su pequeña mano hacia mí sin dejar de sonreír ni un solo instante, una sonrisa aniñada y que te hacía sonreír a su vez. Apreté su mano en un cordial saludo mientras de fondo seguía hablando Ana en su tono remilgado y desganado.

-Señorita, la he hecho una pregunta. ¿Qué hace usted aquí? ¿Quién le ha dado permiso?-volvió a insistir-Como no me responda ya mismo le aseguro que no me dejará más remedio que llamar a los de seguridad y se la llevaran de aquí como una vil ladrona.

-No soy una ladrona-respondió indignada Cristina guardando su cámara en el bolso rosa de lunares blancos que llevaba colgando como una bandolera-Me han dado permiso para hacer fotos dentro del museo-termina de decir girándose para mirar a Ana directamente a los ojos-Y en eso estaba hasta que ha aparecido usted.

-Es una maleducada, lárguese ahora mismo de aquí-comenzó a gritar Ana mientras señalaba la puerta de su espalda con el brazo extendido.

-¿Y cómo sé que usted no está intentando engañarme?-la miró desafiante-A mí me han dicho que puedo hacer fotos por donde me plazca, nadie me ha puesto límites.

-Cristina-la advertí en un susurro cuando vi como la vena de la sien de Ana comenzaba a latir con fuerza y como sus ojos desprendían una rabia que helaba.

-¿La conoces?-me preguntó Ana fulminándome con la mirada. Yo miré a la joven que tenía a mi lado, la miré a los ojos y sentí como si fuéramos amigas de toda una vida y no como si la acabará de conocer en unas circunstancias un tanto extrañas. Trague saliva.

-Sí-dije en un susurro, carraspeé y lo volví a intentar, esta vez con más confianza-Sí.

-¿Ah, sí?-Ana me miró de arriba abajo y en sus perfilados labios se dibujó una sonrisa-¡SEGURIDAD!-gritó. Cristina y yo nos miramos sin entender nada, Rocío asomo su cabeza por detrás de la cortina y preguntó a la sala en general que pasaba, justo cuando entraban en tropel cuatro hombres de seguridad, entre ellos estaba el que me abría la puerta todas las mañanas y el que me recibió el primer día.

-Aurel saqué de aquí a estas dos criaturas-le indicó Ana al primero de los hombres que llegaron-Estaban intentando robarnos y aquí eso no se puede consentir.

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⏰ Última actualización: Dec 13, 2014 ⏰

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