Capítulo 11 de los recuerdos que rompen

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¿Qué esperaban de mí con quince años?, escuchaba cuentos bonitos sobre chicas que podían encontrar el amor de su vida en tan solo un mes y que eran felices, tan felices que todo lo que las atormentaba, ya no tenía importancia.

Quiero pensar que cada vez que creí querer, hice bien en demostrar lo que sentía, que no era un error decirles un "te quiero" y que no debía de arrepentirme, si es que en algún momento iba a terminar.

Me hubiera gustado decir algo así si no fuera porque mi primer novio fue solamente una excusa para lastimar a quienes creí mis amigas.

Yo no supe qué era un corazón roto hasta que sentí la traición.

Primero no me lo creí, no me cabía en la cabeza que ellas ya no vendrían cada tarde a hacer la tarea conmigo, ya no podría llamarlas cada vez que tenía una pesadilla, suplicándoles que se quedaran conmigo. Ya no podría divertirme con ellas.

Oír esas grabaciones sobre mí hizo que todo ese cariño hacia ellas se vaciara y me dejara un hueco. Una vez traté de llenarlo con lágrimas y odio hacia mí por no decirles más veces que yo sería la mejor amiga de todas, por no haber sido mejor para ellas y por a veces molestarlas con mi odioso cariño.

Me alejé de todo sin querer, me convertí en un ermitaño que le gusta ver a los demás ser felices, pero yo, yo no tenía ese futuro. No lo veía así, yo quise y sentí ese amor casi igual al que sentirían dos almas gemelas, estaba satisfecha con eso.

La vida se apiadó de mí, me vio tan destrozada y a punto de tirar la toalla, que ahí fue cuando me trajo a Nicolás Willow.

Era irónico que, al estar perdida, encontré a alguien que sabía el camino de regreso a casa. No tuve que preguntarle a dónde iba, él solito me lo dijo, dijo que estaba esperándome. Me explicó que podía tener un lugar para mí si eso es lo que quería.

No fue fácil para Nicolás hacerme hablar de mí, primero tuvo que escuchar unas tantas tonterías mías sin sentido, luego descubrir que no soy tan seria como parecía ni tampoco lo suficientemente feliz como para creerme una consejera.

En esa esquina varias veces lo volví a encontrar y siempre me invitaba a Willow, me abría sus puertas con gusto. En la secundaria aún seguía teniendo miedo, mucho miedo porque yo no sabía si realmente estaba bien enamorarme, porque mi corazón es débil y mi cabeza no estaba en la realidad ni en la imaginación.

Era un limbo de dudas frustrantes que no respondía a ninguna.

Nicolás es único, no me juzga, me aprecia tal como soy porque lo primero que vio de mí fueron mis defectos. Esos pequeños detalles pueden ser insignificantes, pero para mí fue el primer paso para quitarme la máscara de verdugo y salir de la prisión de inseguridades que me ahogaban día tras día.

Me olvidé de Conrrat apenas me gradué.

Enterré a mis antiguos amigos.

Y luego entré a Willow y entendí a lo que se refería cuando me decía que me estaría esperando.

Qué decepción fue saber que sería donde está toda la cochina humanidad.

-En el mismo grupo y la misma escuela -Conrrat enrolla su brazo en mi cuello- Qué suerte.

Rata. Sabes que necesitamos aliados.

-Pero tú y yo nos llevamos muy bien.

Los profesores no sabían qué hacer con Conrrat. Le tenían pánico porque para su edad era alto y con su entrenamiento diario, sus músculos y las venas de estos tomaron forma en su cuerpo.

El primer día de clases pensaron que era un boxeador. Se lo tomó a broma las primeras semanas, pero en segundo año organizó peleas callejeras.

Dos reglas.

Act est Fabula [#4 Saga Willow]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora