Tia Bailee

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Después de la excursión llegué a mi casa, quedé con los chicos para vernos dentro de poco

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Después de la excursión llegué a mi casa, quedé con los chicos para vernos dentro de poco.

En cuanto llegué sentí de nuevo ese olor a alcohol y sexo. Y os preguntaréis, ¿por qué?
Os contaré la historia:
Hace un tiempo, había un matrimonio en problemas, y discutían mucho. Entonces, cuando ya lo estaban arreglando, la mujer quedó embarazada, que sorpresa la del hombre cuando se dio cuenta de que ese bebé no se parecía en nada a él, entonces repudió a la bebé. Un año más tarde, la pareja tuvo otro bebé, que con el paso del tiempo, fue volviéndose caprichosa y malcriada. No le gustaba su media hermana, así que cuando está se fue de casa, fue todo un alivio para la menor. Diez años después, le llegó una sorpresa a su puerta. No crean que fue una pizza, o un novio rico y guapo, no. Esa sorpresa fui yo. Llegué con una nota en donde decía mi nombre, mi cumpleaños y que era hoja de Amelie Jones, su hermana. La mujer como no tenía a nadie a quien encasquetarle al bebé, se lo quedó. Siempre le pareció un bebé raro, sus ojos avellana se veían como azul eléctrico los días de tormenta, nunca estaba quita, ni siquiera para ser un bebé. De pronto, Bailee, cayó en depresión. No quería tener que cuidar a un bebé que no era suyo, así que hizo lo que todo buen adulto haría. Cuando la bebé no tan pequeña cumplió cinco años la llevó al parque y la dejó ahí, esperando que se perdiera. Tal fue su sorpresa cuando la vio al cabo de unas horas tocando el timbre de su casa. La niña pronto entendió que su madre no la amaba, así que hizo lo que creía más razonable, un trato. Mientras ella le daba un techo donde vivir, ella no pediría nada. Y así fueron pasando los años, la mujer mayor desquitaba su penas con hombres y alcohol, y cuando con eso no le era suficiente, descargaba su ira en la niña, dándole palizas y dejándola sin comer durante el tiempo que ella quisiera. La pequeña poco a poco se fue acostumbrando, pero aunque estuviera acostumbrada aún le dolía, más aún le dolió lo que dijo un día mientras le daba una paliza: tu estupida madre te abandonó aquí, eres tal desgracia que ni tu madre te quería, por eso te abandonó. Esas palabras la marcaron mucho, porque vamos, a una niña de siete años le dices eso y como para que no se le marcase. Y así fue creciendo la niña, cerrándose en banda, obligándose a sí misma en no confiar en nadie.

***
Pasaron los días y yo seguía preguntándome el qué había pasado con la profesora esa, aunque la verdad, parecía que les habían hecho un lavado de cerebro a todos, porque nadie la recordaba.

El clima seguía muy raro, horrible de hecho.

Mi "madre" me había mandado a comprar unas cosas que eran necesarias en la casa, mientras ella estaba en la habitación, de nuevo, con otro hombre que no había visto ni volvería a ver. Es que, no os voy a mentir, la tía Bailee era una belleza. Tenía el pelo negro, teñido, pero eso no se notaba, unos ojos marrones grandes que le complementaban muy bien, unos labios finos, pero no tanto, una piel sin imperfecciones gracias a todas esas cremas que se echaba y un cuerpo delgado, gracias a la genética.

Estaba andando de vuelta a casa cuando tuve el instinto de ir por otro camino, no sé por qué, pero solo lo hice.
Estaba yendo por una de las calles poco transitadas, a una de esas que solo te acordarías si tienes que hacer algo de una casa encantada o para pillar un atajo.

Y ahí, delante de mi, habían tres ancianas. Era sumamente raro que hubiera abierto una nueva frutería por esas calles, pero ahí estaban ellas.

Lo que vendían lucía realmente bien: cerezas amontonadas en cajas y manzanas, nueces y albaricoques, jugo de cidra en una jarra llena de hielo. No había clientes, solo tres ancianas sentadas en mecedoras en la sombra de un árbol de arce, tejiendo el par de calcetines más grande que jamás había visto.

Quiero decir estos calcetines eran del tamaño de suéteres, pero eran claramente calcetines. La mujer de la derecha tejía uno de ellos. La dama de la izquierda tejía otro. La dama del centro sostenía un enorme cesto de hilos azul eléctrico.

Todas las tres mujeres lucían mayores, con rostros pálidos arrugados como la fruta, cabello gris atado atrás con pañuelos, brazos huesudos que salían de vestidos de algodón blanqueados.

Lo más extraño era, que ella parecían observarme justo a mí, es decir, sé que hay pocas personas, pero no soy la única de por aquí.

"Qué raro, ¿me servirían esos calcetines? Necesito probarlos"

Estaba acercándome cuando la anciana del medio sacó una gran par de tijeras- doradas y plateadas, hojas largas como cizallas.
Al otro lado de la carretera, las ancianas todavía me observaban. La del medio cortó el hilo y juro que pude escuchar el sonido a cuatro carriles de distancia. Las otras dos enrollaron los calcetines azul eléctrico, dejándome preguntándome para quien podrían ser, Pie Grande o Godzilla.

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