Capítulo 3

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CAÍN

El gato resultaba a veces entrometido, pero también muy eficaz en su tarea de escabullirse en la habitación de mi vecina de enfrente. Esa niña podría resultar aún más entrometida que el propio gato. Así que, puede resultar un problema a futuro.

El techo de mi nueva casa es bastante acogedor. El gélido aire que toca mi piel me hace sentir tan bien. De vez en cuando me gustaba subirme aquí arriba a hacerle compañía al gato, y a ver qué rarezas vería en la hermosa noche.

Pude ver que el gato se aproximaba por las ramas del árbol de enfrente con un pequeño librito entre sus colmillos.

Ése es mi gato.

Esbocé una sonrisa de satisfacción. Aquel librito era nada más y nada menos que su querido diario personal.

Pero no podía meterme con algo tan personal. Eso sería violar la privacidad de una persona inocente... Me reí de mi propia ironía, tanto, que el gato se asustó.

Lo iba a abrir pero desgraciadamente tenía una cerradura.

¡Vaya! Era de esos nuevos que salen ahora.

Maldita sea, gato, haz el trabajo completo. Ahora debo ir yo a la habitación de esa entrometida. Valiente gato el que tengo.

–Hoy dormirás sin comer tus Whiskas –le advertí.

Dejé el diario en una rama del árbol a mi lado, y proseguí a bajarme del techo.

Pasé la calle a oscuras, viéndola así, era el escenario perfecto para una escena de una película zombie. Llegué a su casa, y empecé a subirme por el árbol. La ventaja que tenía era que ella siempre dejaba la ventana abierta. Siempre tan confiada... Mal hecho, Léa.

Subí con facilidad, estaba acostumbrado a subirme a techos, una ventana no me quedaría grande.

Bien, ahora debía saltar hasta la ventana. ¿Tendrá un sueño profundo? Más vale que sí.

De un salto logré aferrarme a la ventana sin hacer demasiado ruido. Miré por encima para percatarme de que siguiera dormida. Y así fue. El gato aún tiene buena suerte.

Alcé una pierna para poder subirme, pero no llegó hasta donde debería. Intenté nuevamente y tampoco pude. Iba a rendirme, pero lo intentaría una vez más.

¡BINGO!

Lo había logrado. Me impulsé con todas las ganas hacia arriba, hasta quedar de caballito. Puse un pie en el piso y luego el otro.

Saqué el celular y encendí la linterna.

Era una habitación muy aburrida. Muy cliché. Rosa y blanco. ¡Por favor! ¿Qué no tenían más ideas?

Empecé a revisar entre sus cosas. Primero en el gran espejo donde tenía poco maquillaje. Tenía mucho de lo mismo.

Veía muchas cosas, pero no lo que había venido a buscar.

En unos de sus cajones, observé una pequeña fotografía de una niña. Era Léa. Guardé la foto en uno de mis bolsillos de la chaqueta, y volví a cerrar el cajón.

Ella se estremeció en su cama, al parecer no estaba teniendo un buen sueño. La entendía, pues, constantemente tengo pesadillas; pero hay una que se repite.

No encontraba la bendita llave por ningún lado. Sólo me faltaba buscar... Debajo de su almohada.

Me con muchísima cautela hacia dónde ella se encontraba, Estaba ahí, toda indefensa, soñando quién sabe qué. Ni siquiera se da cuenta de lo que pasa a su alrededor.

Introduje lentamente mi mano por debajo de una almohada, pero ahí no se encontraba la maldita llave. Estaba en la otra.

Con mucho más cuidado, deslicé mi mano por debajo de la almohada en dónde ella se encontraba descansando. Y efectivamente, ahí estaba. Sacarla fue mucho más fácil, eso me ahorró tiempo. Necesitaba salir de ahí lo más rápido posible.

Con la llave en mano me dirigí a la ventana, pero antes de que pudiera llegar, escuché una voz:

–¿Quién eres? 

Me dí vuelta lentamente, midiendo cada movimiento que hacía. Me encontré con una Léa desorientada, como si estuviera en una habitación que no fuese la suya.

Bajo aquel mar de oscuridad, Léa no podía verme a la perfección. Diría que no podía verme absolutamente nada. Solo una silueta de alguien desconocido para ella y que se había colado en su habitación en medio de la noche.

El reloj digital de su mesita de noche marcaba la: 01:21 a.m.

Los relojes analógicos son mejores, te hacen ver intelectual.

No pronuncié ni una sola palabra. Tal vez si me quedo quieto ella piense que aún está soñado. 

De pronto Léa comenzó a decir palabras incapaces de descifrar, a dar patadas en la cama, a arrojar las almohadas mientras decía:

– ¡¿quién eres?!

Estaba teniendo un ataque.

– ¡Vete de aquí!

Las luces de alguna otra habitación se encendieron, debía salir ya de ahí. No lo pensé más y guardé la llave en el bolsillo y me puse de caballito en la ventana, para luego quedar colgando de los brazos y así tirarme. Me escondí detrás del árbol del que me había trepado tiempo atrás, preguntándome la razón de su ataque de pánico.

Ella me vió, pero sólo segundos después fue que sufrió el ataque.

¿Quién te hizo tanto daño, Léa?

El secreto de CaínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora