prólogo

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No puedo ni siquiera mantenerme de pie.

Mis sentidos y mi consciencia han decidido abandonarme en el peor momento. Y todo esto era mi propia culpa, jamás paro de tomar malas decisiones.

Por alguna razón no puedo parar de sonreír o reírme; todo a mí alrededor es tan divertido, incluso los chicos que se me acercan.

Comencé a besarme con un chico, no recuerdo su nombre. 

Aunque tampoco quiero recordarlo.

Besaba fuerte, sentía que me estaba quitando el aire cada vez que sus labios se unían a los míos. Su cuerpo arremetía contra el mío con fuerza; sé lo que quiere.

Maldito desesperado.

¿Debería dárselo?

Estoy completamente segura de que dejó mis labios hinchados, comenzó a besar mi cuello, seguramente dejando marcas en él.

A veces me siento tan confundida. Tanto que ni siquiera puedo entenderme a mí misma.

Las manos de aquel chico bajaban por mi espalda, acariciando de una manera tan brusca que logró hacer que mordiera mis labios por la sensación. Estaba dejando que hiciera lo que quisiera con mi cuerpo.

Sus manos recorrieron todo el camino hasta llegar a mi culo y  lo apretó con fuerza. No pude evitar soltar un pequeño jadeo.

Sé que esto es tonto, pero estoy dejando que mi cuerpo haga lo que quiera, porque mi mente está apagada.

Cierro mis ojos por breves segundos y muerdo mi labio inferior tratando de contener una pequeña sonrisa.

Aunque mi sonrisa se borra de inmediato, en cuanto comienzo a desear que sean las manos de ella. Hice una mueca y me separo de golpe de aquel chico, empujándolo.

Me alejo de él y sigo mi camino hasta la salida. Claro, estoy tan ebria que ni siquiera puedo caminar bien; tratando de buscar mi equilibrio, me sostengo de una pared, para no caerme. Todos los rostros en la fiesta me parecían iguales, no había diferencia en ninguno de ellos.

Tampoco sé si estoy drogada también, probablemente si.

Siento como alguien me toma del brazo fuertemente, jalandome. Puedo distinguir quien es por el tono de su voz, pero no distingo las palabras que salen de su boca. Probablemente esté regañandome por casi acostarme con ése chico.

Es Cristina, mi mejor amiga. Vine con ella a ésta fiesta, por alguna razón me causaba gracia su expresión enojada y no podía evitar reírme.

Salimos de la fiesta y subimos a un auto. Por supuesto es de su novio, ella aún no sabe conducir.

Me recosté en el asiento trasero, mi estómago estaba un poco revuelto, creo que necesito descansar.

Quisiera poder estar recostada en su cama, a su lado y poder dormir con ella aunque sea por una noche.

¡No debería estar pensando en eso!

En cuanto el auto se detuvo, sentí miedo, no quiero verla. Cristina me ayudó a salir del auto, iba apoyada de su hombro aunque ya estaba recuperando mi equilibrio un poco.

Me separo de Cristina quejándome, realmente no quería irme de ésa fiesta. Todo se estaba poniendo tan divertido. Y eso es tan gracioso porque no suelo divertirme en una fiesta, eso simplemente es una locura para mi.

Pero ésta vez estaba siendo totalmente distinto.

Entramos a su casa, después de despedirnos de su novio.

—Quiero irme a mi casa.—Me quejé haciendo un pequeño puchero.

—¡Ni lo pienses, Karla! Casi te follas a ése chico en media fiesta.—Las palabras estaban comenzando a cobrar sentido en mi cabeza, solo un poco.—Mírate, ¡Estás drogada!

—No me grites, haces sentir mal a la bebé.—Bufé refiriéndome a mi misma, mientras ella me jalaba para subirme a su habitación.—No estoy drogada.

La oí gruñir. Me pareció tan gracioso que no pude evitar reírme.

Sus manos me hacen cosquillas mientras me desviste.

—Puedo cambiarme sola.—Mencioné.

—Ni siquiera puedes caminar sin tambalearte, idiota.—Gruñó

Terminó de desvestirme, para colocarme una playera enorme de color azul. No dejé que me pusiera los shorts, tenía mucho calor. Tanto que quería quitarme la playera también, pero ella no me dejaba hacerlo.

Su madre parecía estar durmiendo, no se dió de cuenta cuando llegamos. En cuanto Cristina se quedó dormida a mi lado, me levanté, tenía algo de sed.

Bajé las escaleras teniendo cuidado de caerme.

Camino hacia la cocina, por alguna razón mi sistema pedía más y más alcohol. Lo único malo en todo esto, es que el alcohol solo estaba logrando que mi cuerpo se pusiera más y más caliente.

Simplemente tomé un vaso con agua.

Me sobresalté en cuanto la madre de Cristina entra en la cocina.

Por favor no hagas una tontería, Camila. No ahora. 

Ay, no.

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