Prologo

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Para mi padre.

Tras cada árbol, debajo de cada piedra del mundo que construí, hay un trocito de mi alma, hay un pedazo de ti, papá.







Prologo

El despertador me lanzó su letanía de todas las mañanas; si no fuera  porque lo necesitaba para 
levantarme, lo habría estampado contra el suelo con la mayor violencia posible. Otro día dentro 
mi ciclo, menos mal que por lo menos el fin de semana empezaba al día siguiente y podría descansar. Hacía un par de meses que no me enteraba de qué día de la semana era. Cuando trabajaba toda la semana, la noción del tiempo se me antojaba algo abstracto y no sabía en qué día me encontraba.

Volví a tener esos sueños extraños, sueños agradables pero muy raros. Soñaba que corría rápido, muy rápido; iba entre la maleza de un bosque persiguiendo a un ciervo hasta que lo atrapaba y, en lugar de tumbarlo en el suelo, le mordía en el cuello. Sueños extraños y sorprendentemente reales, podía sentir la velocidad del viento al desplazarme y el sabor de la sangre en la boca. También soñaba con montar a caballo y con estar trabajando con animales. Esa última parte de mis sueños era un proyecto de futuro. Me quedaba muy poco para terminar mis responsabilidades y dedicarme a lo que realmente quería hacer, solo dos años. Dos años más y sería libre. Aquel día me daría prisa, no quería prolongar mi turno al fin de semana, mi familia me esperaba.

*Paralelamente lejos, muy lejos de allí*

El toque para levantarme sonó como un molesto insecto revoloteando en mis orejas. Podía oler el desayuno de aquel día, lástima que me tuviera que conformar con unas insípidas raciones de viaje preparadas por ese gordo cocinero. Ella me estaría esperando con la mercancía preparada y nuestro transporte listo; la única compañía que no
me sacaba de quicio y la única con la que podía hablar en aquel sitio.
Antes tendría que cruzar palabras con el responsable de que me encontrara allí retenido. Para ser el encargado de ese centro, no me caía del todo mal, daba buenos consejos y tenía paciencia conmigo.
La vida nunca me trató bien, pero por fin podía ver la luz al final del túnel, mis plegarias habían sido oídas. Los trances que había tenido a la hora de dormir me lo confirmaban, lo sentía tras los ojos, el momento estaba próximo y el cambio era irremediable. Esa sensación, ese sexto sentido, hacía que toda mi piel se erizara de puro gozo.
Dos años llevaba allí, y en todo ese tiempo mi carcelero decía que había mejorado. «Has hecho grandes avances», me decía sin mostrar ninguna expresión en el rostro. Para haber hecho grandes progresos, llevaba en la misma rutina de mierda dos años; en todo ese tiempo, no había salido nunca de allí. Aquella mañana iría a hacer recados, custodiado por ella. Ella nunca dejaría que me escapase; sin embargo, yo sabía lo que sentía por mí e iba a ser, sin quererlo, la cómplice de mi
huida. El momento estaba cerca, tan cerca...

Piel cambiadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora