Volví a la oscuridad, a tener el tubo en la boca, a tener los dientes hechos trizas y a tener la boca y los ojos vendados.... ¡Joder, qué alivio! Comparada con la pesadilla de antes, esa situación era mejor.
Había tenido en mis veintiséis años de vida muchas clases de sueños, desde los más inocentes en los que te caes y te despiertas con el corazón a mil hasta los de estar desnudo en la calle y no tener un hueco donde esconderte. Había tenido sueños después de una borrachera de los que se pueden calificar como pesadillas abstractas y muy lúcidas, pero lo de aquella noche.... Bueno, eso estaba a otro nivel, creo que las drogas nunca me habían sentado bien.
—Parece que ya está despierto, ha llegado la hora. —Era la voz grave y profunda que recordaba de antes de caer en la pesadilla narcótica—. Estese quieto, voy a quitarle la sonda. Contenga la respiración un segundo, asienta si lo ha entendido, ¿vale?
Asentí. A pesar de la voz tan grave, era muy atento y me seguía tratando de usted; me hizo sentir tranquilo.
—Vale, a la de tres contenga la respiración. ¿De acuerdo? Un, dos y ¡tres!
Seguí las instrucciones y sentí la sonda serpentear por mi garganta y salir por mi boca. Todo se hizo con un movimiento uniforme, sin tirones, apenas me molestó. Cuando volví a respirar, me inundó otra vez el olor a animal y a algo más: vendas, medicinas y sangre.
—Buen chico. Voy a quitarle el vendaje de la boca y, si se porta bien, le soltaré las manos. ¡No me muerda! Asienta si le parece bien —Esta vez, su voz parecía un poco intranquila.
No sabía por qué me decía que no le mordiese, no tenía seis años y tampoco creo que pudiese hacerle daño aunque le mordiera. Parecía algo que le preocupase realmente, algo que una persona grande y con un vozarrón como para hacer el doblaje de un actor de acción pudiera temer.
Una a una, sentí las vueltas del vendaje; muchas vueltas y mucho vendaje, igual las protecciones no me han salvado toda la piel. Lo positivo es que tendré que afeitarme menos.
—Buen chico, sigo teniendo todos mis dedos, me hacen falta para trabajar. —Realmente estaba contento por ello.
—Aún tiene que quitarme la venda de la cara y soltarme, le harán falta todos los dedos. —Mi voz sonaba muy ronca, algo normal, ya que llevaba no sé cuánto sin abrir la boca, aunque notaba algo raro.
—¡Qué sorpresa! Está de buen humor. Voy a quitarle el vendaje de la cara.
De nuevo, una a una volví a sentir las vueltas del vendaje. Con cada vuelta, el gris de mi campo de visión se iba aclarando y la presión de la tela se iba disipando.
—Lleva con los ojos cerrados una semana, así que se los voy a humedecer con una gasa; después, ábralos poco a poco. Tendrá la visión borrosa, la luz en la habitación está atenuada. Tómese su tiempo.
Por fin algún dato. Llevaba una semana tirado en una cama de lo que podía ser una clínica veterinaria. Si era así, los animales que iban a esa clínica estaban muy bien atendidos.
Mi cuidador/enfermero/doctor o veterinario me pasó una gasa húmeda por los ojos y acto seguido empecé a abrirlos. Me dolían como si llevase una vida sin abrirlos. Poco a poco, la silueta de la persona que me estuvo cuidando, y seguramente pasándome una esponja húmeda, empezó a dibujarse. La estancia tenía poca luz, algo que agradecí porque los ojos me dolían como si me los estuvieran sacando.
Mis sospechas se esfumaron. En mi borroso campo de visión pude vislumbrar jaulas alrededor; y aquello no parecía un hospital, parecía un almacén en una trastienda. Cuando me recuperara, haría que mi jefe comprara un horno nuevo y lo metería dentro para probar si funcionaba.
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Piel cambiada
Ciencia FicciónMundo esta atrapado en una rutina que le roba la juventud. Pasa los días esclavo del trabajo deseando que su suerte cambie, hasta que el deseo se ve violentamente cumplido. Ahora lejos de casa, de su entorno y con un cuerpo que no le perten...