Capítulo 1: Aceptando errores

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Entró en el Kings y le invadió la nostalgia. No exageraba si decía que llevaba meses sin aparecer por allí. Tras años detrás de la barra, dejó su trabajo para probar suerte en un periódico y desde entonces su relación con su hermana no había sido la mejor, aunque eso era harina de otro costal.

Bajó las escaleras observando la cantidad de gente que había en el local y estuvo a punto de chocar con María, que iba corriendo para el despacho.

—¡Caramba, Luisi, dichosos los ojos! ¿Qué haces tú por aquí? —dijo mientras la besaba en la mejilla.

—¿Qué voy a hacer? Venir a ver a mi hermana —contestó resuelta.

La mirada de María le dijo que no la creía ni lo más mínimo.

Vale, puede ser que llevará tiempo sin aparecer por allí y que solo se vieran en las reuniones familiares de los domingos, pero había ido a verla. A verla y decirle que había tenido razón. A verla y pedirle perdón, que era algo que Luisita Gómez hacía muy pocas veces. Su orgullo y su cabezonería eran más fuerte que ella.

—Bueno, siéntate por ahí que tengo que ir a hacer unas llamadas. Ahora salgo —y se dirigió al despacho.

Luisita se fue a la barra y se sentó en el único hueco que encontró libre.

—Hombre, Luisi, qué de tiempo sin verte —la saludó Gustavo.

—Hola, Gus. ¿Qué tal? —respondió la rubia.

—Trabajando, como siempre —dijo mientras señalaba la barra— ¿Y tú qué? ¿Cómo te va en el periódico? —la pregunta la pilló desprevenida y quizás tardó en contestar algo más de la cuenta por la cara de extrañeza del camarero.

—Bien, bien, no me quejo —se encogió de hombros— Ponme una Coca-Cola mientras espero a María, por favor —le pidió cambiando de tema.

Llevaba meses necesitando hablar con su hermana y volver a tener la relación que siempre habían tenido, pero no era fácil para Luisita reconocer que se había equivocado y, más aún, cuando María se lo había advertido. Sabía que no iba a tener ningún problema con ella, simplemente agacharía la cabeza, le pediría perdón y María lo borraría todo de un plumazo. Porque, por su parte, todo había seguido igual y había sido ella, Luisita Gómez Sanabria, la que se había distanciado de su hermana, de su cuñado y de sus amigos.

—Tu Coca-Cola por aquí.

—Ponme a mi otra, cuando puedas —pidió una chica que se había colocado a su lado.

Luisita la miró. Le sonaba. Le sonrió y la rubia lo hizo de vuelta.

Quizás la conocía de cuando trabajaba en el Kings. Se fijó en que estaba toda la barra abarrotada y el local bastante lleno. Luisita no recordaba haberlo visto así antes. Hacía tiempo que no iba, pero después de años trabajando allí conocía la clientela habitual del pub.

—Oye, Gustavo, ¿qué pasa? Hay mucho lío ¿no? No habrá hora feliz ahora que no estoy porque vamos... con la de veces que lo propuse. A ver si va a resultar que sí que tengo cabeza para los negocios...

—No, no —la cortó Gustavo, que conocía a Luisita y su capacidad de hilar una frase con otra sin necesidad de respirar —Solo hay música en directo, como siempre. Y ahora hay actuación —explicó mientras atendía la barra como podía.

Otro chico iba atendiendo y recogiendo mesas, pero faltaba alguien más. Siempre habían sido tres.

—¿Y quién viene a cantar? ¿Los Rolling? —bromeó viendo la de gente que había.

Cuando había actuación en el Kings, éste se llenaba más de lo habitual, pero nunca lo había visto tan hasta arriba como en ese momento.

Gustavo se rio y, sin que Luisita se diera cuenta, miró a la chica que estaba al lado de la rubia, que se encogió de hombros con una sonrisa.

Si bastasen un par de cancionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora