III

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A la semana le escribí un mensaje directo por su red social más utilzada; a los minutos respondió amable como siempre. Le agradecí por todo lo bueno que trasmitía a las personas y el contestó modestamente.

Así seguimos por días, o él me escribía primero o yo lo hacía, sin presiones. Cuando estabamos desocupados lo hacíamos, aunque yo lo apreciaba mucho, no era una acosadora; conversábamos de todo un poco, al principio solo de mi futura profesión y su profesión que era la misma; y luego sobre nuestra vida personal, nuestros gustos, hobbies, planes y familia. Y así pasaron las semanas en las que le mostré las fotos que nos sacamos en sus eventos, él se disculpó por no reconocerme, yo le respondí que lo entendía, porque así era.

Cada vez que hablaba con él, cabe destacar que técnicamente no hablábamos, sino que escribíamos. En fin; lo que trato de decir es que cada vez que lo hacíamos mi pulso se disparaba, y mi estómago, bueno ya se imaginarán lo que pasaba con mi estómago, si les ha gustado alguien.

Al poco tiempo, salimos como amigos, íbamos a comer y nos contábamos anécdotas graciosos, mirábamos películas en el cine o en su casa, me cocinaba platillos exóticos según sus propias palabras, platillos que consistían básicamente en pan integral con todo aquello ya cocido que encontrase en su refrigerador en ese momento, me hacía reir a carcajadas pero lo disfrutaba, disfrutaba ver su sonrisa orgullosa cuando me llevaba el el platillo que decoraba con sirope de chocolate o vainilla, esperando que diese la primera probada; por supuesto que después de eso, siempre terminábamos preparando cereales con leche o pidiendo pizzas. Algunas veces me invitaba a las conferencias de sus colegas y luego me llevaba a mi casa.

Un día lo convencí de ir a un parque de trampolines, y luego lo obligué a que saltara conmigo, porque el señor se negaba a hacerlo, alegando que ya no estaba para esas cosas. Al final teminamos exhaustos sobre la colcha de uno de los trampolines.

En un momento sentí como posaba su mirada en mi perfil, por lo que me giré aún acostada y le apreté una mejilla cariñosamente.

Él me observó y me dedicó una pequeña sonrisa. Y yo sin pensar lo que decía confesé lo lindo que se veía. Se autorizó al instante y yo casi exploto de ternura, se veía tan joven cuando se ruborizaba, aunque técnicamente era joven, pero me refiero al ámbito emocional.

—Gracias, mi luz— Dijo y se levantó rápidamente.

                            * * *

Transcurrido un mes, le mencioné por mensajes como se disparaba mi pulso al estar con él, como una explosión de juegos artificiales se desataban en mi estómago y como me encantaba estar con él.

Él escribió que sentía lo mismo, no obstante intentaba reprimirlo porque yo era muy chica para él y él demasiado mayor para mí. Le dije que era una estupidez porque solo nos llevabamos unos tantos años de diferencia, y si sentiamos lo mismo, la edad era una nimiedad, incluso yo tenía la mayoría de edad.

Él solo respondió que por favor, no fuera tan inmadura como para pensar que algo así funcionaría; que era mejor apciguar y olvidar esos sentimientos, por el bien de nuestra amistad.

Y esas palabras dolieron más que un golpe contra la pared.

Entonces él solo respondió que no actuara como una inmadura al no poder aceptar como eran Al leer eso dejé de responder. Solo pensé que era una tonta al pensar que alguien como él , que evidentemente podía tener a cualquier mujer, ya que muchas habían manifestado su interés por él en sus distintas redes sociales; se interesaría por mí, que sinceramente sin menospreciarme y siendo realista, era bastante simple.

Nada más que esoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora