ஜ 5. La reina Darina ஜ

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Durante esos treinta shíjiāns, Rin y Len estaban pensando seriamente en todo lo que acababa de ocurrir.

Rin no podía creer que el Príncipe a su lado fuese tan engreído como para creer que podía confiar en quien sea, pues si le traicionaban, él seguramente les asesinaría tan fácil como cortar un pan en dos y tirarlo al suelo para seguir con su camino.

Len, por su parte, no entendía por qué un hada vagabunda como "Rin" quisiera arriesgarse tanto solo por conseguir riquezas. Probablemente era un hada maligna que solo quería obtener poder fácilmente para después hacer el mal donde le plazca y como ella desee.

Pero ambos estaban coincidiendo en una duda: ¿Quién les envío la carta?

No sabían si habría sido la misma persona, si más personas la habían recibido, si todo esto era una trampa (lo cual ambos ya consideraban incluso desde antes de toparse el uno con el otro), si iban directo a su muerte o a un milagro. Pero ambos estaban seguros de una cosa, y es que habría que pelear, pelear a puño y espada, pelear con sus peculiaridades incluso si era necesario.

Lo darían todo por su objetivo.

- ¡Al fin llegamos! -exclamó eufórico - ¿Quieres darte prisa?

Rin estaba casi corriendo, y después de haber mirado durante mucho rato el trasero de Epona, por fin tomó la decisión.

Un escandaloso relinchar salió del hocico de la yegua, alarmando no solo a su amo sino a todos los pueblerinos que caminaban alrededor. En cuanto Len tuvo la mirada de muchos sobre él, pudo ver que extrañamente le miraban con alegría, con respeto, con muchísimo interés, más del que estaba acostumbrado recibir incluso en su propio pueblo.

- ¡A Epona no le gusta que le toquen el trasero, malcriada! -intentó ignorar la atención que había sobre él.

- ¡Estoy cansada, necesito recargarme a descansar! Habríamos llegado mucho más rápido si me hubieses dejado subir contigo a la torpe yegua.

Ese último comentario hizo voltear a Epona con suma indignación, incluso Rin sintió que estaba tratando con una persona y no con un caballo cualquiera. Después de todo, ella no tenía la culpa, la tenía su amo engreído y maleducado que le montaba vivaracho.

- Disculpe, caballero.

Esa voz grave y varonil de inmediato puso alerta a las dos damas que acompañaban a Len.

Sin embargo, el Príncipe no parecía tan hipnotizado por aquella voz, sino todo lo contrario, completamente desinteresado y quizás incluso algo fastidiado por haberse encontrado con otra persona que probablemente también se convertiría en un estorbo para seguir con su camino. No podía ser posible, ¿otro con quién tener que hablar? Len no era bueno con las palabras ni con los negocios, y ya estaba bastante harto.

Decidido bajó de Epona y encaró al responsable de su llamado de atención - ¿Necesitas algo? Llevo prisa; mucha comida deliciosa me espera en este lugar.

- Soy el general Leo, y me temo que deberá venir conmigo, por seguridad.

- Soy el general Leo, y me temo que deberá venir conmigo, por seguridad

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nunca confíes en un Hada ۞RinxLen۞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora