Que molesto...

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Era el gran día. Ese que “tanto estaba esperando”...
Sí, ese día conocería al mocoso del que se haría cargo de ahora en adelante.

De hecho, no es que él quisiera hacerlo, pero un favor era un favor y le debía uno muy grande a su amigo y confidente Diavolo.
Aquél hombre de cabello rosa era médico voluntario, y en una reciente tragedia se incendió el orfanato que estaba tan solo a unas calles de dónde el albino vivía.
Aquellos niños que eran pequeños fueron transferidos, pero quienes estaban próximos a cumplir la mayoría de edad los dejarían varados.
Y Diavolo no podía dejar a esos niños a su merced sin que la culpa lo carcomiera durante las noches. Por lo que, a esos pocos que serían desertados les encontró un hogar que con mucho gusto y alegría los recibiría.
Pero, uno de ellos había quedado sin un lugar donde ir. No podía encontrar otra familia que quisiera un hijo más que cuidar.

Entonces fue cuando llamó a su amigo de tan intimidante apariencia, pensando que podría quedarse con él (quién era alguien de mucha confianza y que conocía hace muchos años) y albergarlo mientras le encontraba un hogar definitivo a aquel muchacho.

Así es como este se encontraba delante de la casa del pelirrosado, a punto de tocar la puerta cuando esta se abrió en sus narices.

—¡Rissoto, al fin llegas!— le habló aquella grave y agraciada voz.
—Ven, pasa. No tengo todo el día.— con su usual rostro inexpresivo entró sin decir una palabra a aquel gran departamento de paredes blancas e iluminado con la luz natural del día.

—Espera aquí, lo iré a buscar y veré que tenga todo lo necesario empacado.— sólo asintió ante las palabras del contrario y puso las manos en los bolsillos de su larga gabardina negra.

No podía creer que él, un hombre de 35 años que tan poco le interesaban los demás, estuviera a punto de hacer esto.

—Risotto, te presento a Narancia.— llegó Diavolo, ciertamente muy animado, con un muchacho de baja estatura y cabellos negros largos y sueltos de forma desordenada.

—Hola.— respondió el albino, mirando al chico intensamente.

Decir que el pequeño estaba intimidado era poco.
El señor Diavolo le había advertido del aspecto del mayor, pero nunca había llegado a hacerse una imagen clara de este en su mente.
Era alto, altísimo. Con cabello blanco cuál Jack Frost y unos ojos muy extraños, eran rojos y sus escleroticas eran negras completamente, producto de tinta seguramente.

“¿Tendrá más tatuajes?”

—Hola... Em, soy Narancia Ghirga, un gusto conocerlo.— le dijo algo incómodo, su silencio le hacía pensar que todo aquello que diga estaría de más.

—Bueno, tengo que irme a trabajar. Nero, confío en ti. Llévalo a casa y cierra cuando salgas. Narancia, si necesitas algo tienes pídele a Risotto mi número. Suerte a ambos.— se despidió de forma apresurada y así salió por la puerta de su departamento con su uniforme y sus cosas.

El silencio se hizo presente nuevamente, ambos mirándose fijamente.

—Vámonos.— dijo Risotto, dando media vuelta yendo hacia la puerta.
Narancia le siguió sin dejarle más opción realmente.

Ya en las calles camino a casa del mayor, este hablo luego de muchos minutos de solo escuchar sus pasos al unísono.

—¿Cuántos años tienes?— preguntó, quería saber más acerca del mayor. Su apariencia le decía que era una persona interesante.

— Treintaicinco.— contestó seco, no veía el porqué decir más.

—Oh, ya veo... Yo tengo diecisiete, en unos meses cumpliré mis dieciocho.— siguió Narancia.
—Y, ¿a qué te dedicas?— volvió a preguntar.

—Contador.— volvió a contestar de la misma forma.
Mierda, quería hablar con él pero simplemente no se la estaba haciendo fácil.

—Me gustaría estudiar algo también. Quiero ser guionista, me gusta mucho escribir historias.

—Que bien.

Narancia infló las mejillas con molestia y se rindió, quizás hoy no era su día.

—Aquí es.— mencionó el albino deteniéndose en un gran edificio, el cual se veía costoso por dónde lo mirarás.
Narancia pensó entonces que esto era muy parecido a un Sugar Daddy. Se rió un poco por eso, deteniéndose cuando sintió una mirada sobre él.

Lo siguió hasta el ascensor, viendo cómo marcaba el piso 8.
Un largo pasillo repleto de puertas fue lo primero que vio cuando las puertas del ascensor se abrieron.
La cuarta puerta a la izquierda era la correspondiente a aquel hombre que lo cuidaría desde ahora. Lo memorizó, pues sería útil si alguna vez tendría que venir solo.

El albino sacó una tarjeta magnética azul de su bolsillo, abriendo su departamento y dejando entrar a Narancia antes de cerrar la puerta.

—La habitación a un lado del baño es la que tengo libre. Puedes ir a dejar tus cosas si quieres, es tuya ahora.

El pelinegro vio entonces al mayor quitarse su gabardina, dejando al descubierto sus brazos repletos de tatuajes, haciendosele agua la boca al ver cómo estos se moldeaban a cada músculo que tenía a la vista.

“Pues si que tenía más tatuajes”

Narancia era muy consciente que su aspecto andrógino era una bendición para él. Sabía de sus cualidades, y sabía utilizarlas muy bien.
También sabía que su apariencia lo hacía ver cómo alguien inocente y se aprovechaba muy bien de eso, cuando en realidad era todo lo contrario.
Ver ese escenario frente a él le hizo tomar una decisión en la cual la única que pensaba era su cabeza de abajo.
Se acostaría con su nuevo tutor, cueste lo que cueste.

Mientras tanto, Risotto veía al pequeño gritar con emoción y correr hacia su nueva habitación.
—Ugh, que molesto...— dijo entre dientes, dándose vuelta para seguir con sus cosas.

Le esperaba un largo período de adaptación, en el cual esperaría ansioso a que su amigo le encuentro un hogar a aquel niño. Nadie invadía su espacio y menos dejaría que un mocoso lo logré.
Debía mantenerse al margen, como lo hacía con todo el mundo.

melodramáticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora