"Gracias"

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Risotto estaba preparando la cena mientras el menor se instalaba en su nueva habitación.
Era bonita, espaciosa y con las paredes pintadas en un leve tono durazno. Olía bien, a limpio, y tenía pocos muebles, además de una televisión gigante para suerte de él.
Además, no poseía muchas cosas por lo que tanta habitación para solo un par de prendas de ropa era demasiado.
No le importaba en lo absoluto, estaba acostumbrado a no tener “nada”, realmente.

—Está lista la cena.— habló con calma Risotto, quien se acercó hasta la habitación que ahora le pertenecía al pelinegro.
Lo vio quitarse su mochila y sacar apenas un par de cosas de allí, y eso era todo. Eso era todo lo que tenía.
Le dió algo de pena, y se prometió a sí mismo llevarlo a comprarse algo más de ropa y cosas que él quisiera.

Narancia se sobresaltó al escuchar la grave voz del mayor detrás de él. Sus pasos eran tan silenciosos que no logró escucharlo venir.

—Claro, vamos.—

Comieron en silencio, con solo el sonido del televisor encendido de fondo.
Narancia quería saber más de aquel hombre de apariencia tan extravagante, pero no sabía por dónde empezar. No quería incomodar al mayor y mucho menos que piense que era un metiche.
Lo miraba comer, con una lentitud y calma que se dió cuenta que caracterizaba al albino. Todo en él se veía tan serio y tan intimidante.
Inspeccionaba su rostro con detenimiento, sus rasgos eran tan atractivos que no podía sacarle la mirada de encima, por lo que no se dió cuenta cuando este levantó la vista y frunció el ceño al ver la mirada del pelinegro tan enfocada en él.

—Niño, ¿te pasa algo?— preguntó Risotto sacando a Narancia de su trance.

—¿Eh? O-oh... No, no es nada. Sólo estaba pensando en algo para hablar contigo.— admitió mirándolo con una sonrisa, disimulando su vergüenza por verse descubierto con las manos en la masa.

—No soy interesante. Sólo un soltero de treintaicinco años que trabaja sin parar para malgastar el dinero en cosas que no necesito. No salgo mucho, odio estar rodeado de muchas personas y no soporto que me miren tanto. No hay nada más de mí que debas saber.—

Se aseguró Risotto de dejarle en claro a ese mocoso que no quería que nadie ande indagando en su vida, y mucho menos en su pasado. Todo lo que dijo era verdad, ya que prefería solo decirlo por su cuenta antes de escuchar miles de preguntas.

Narancia lo miró con el sentimiento de que quizás había metido la pata.
No quería hacerlo enojar, sólo quería hablar y conocerlo un poco más.
Decidió hablar, para así quitar un poco la tensión.

—Estoy en el orfanato desde que tengo memoria, ¿sabes?—pensó que hablar un poco de su pasado haría que el albino frente a él viera que podía entrar en confianza con él.
—Cuando tenía 7 años mi madre me dejó allí, diciendo que me había encontrado en la calle. La realidad es que era madre soltera y no podía cuidarme, aunque eso lo entendí años más tarde. En ese momento no entendía porqué me había dejado solo y llegué a odiarla. Pero hoy en día ni siquiera recuerdo su rostro, así que ya no importa. Además, no es como si lo hubiese pasado mal en el orfanato, tenía muchos amigos y jugábamos todo el día. Las señoras que nos cuidaban eran muy amables.—

Rissoto escuchaba sus palabras con indiferencia, aunque no pudo negar que la historia le interesó.
—¿Por qué no te adoptaron?— preguntó desviando la mirada, para que el menor no piense que le interesaba realmente.

—Lo han hecho, varias personas. Y yo daba lo mejor de mí, pero a las pocas semanas siempre me devolvían al orfanato. Nunca entendí la razón, pero parecía que temían de mí de la noche a la mañana.— se encogió de hombros y terminó su comida con tranquilidad, como si nada.
Sin embargo, en la mente del albino esas palabras no dejaban de rondar de aquí a allá.
¿Miedo? ¿De él?
Si lo único que tenía era una cara bonita y una voz irritante, ¿que podría dar miedo en él?

Terminaron la cena y entre ambos lavaron y ordenaron todo aquello que usaron.
Narancia entonces avisó que se iría a duchar, siendo acompañado por Risotto para explicarle dónde estaba y cómo funcionaba la ducha.
Este, luego de enseñarle, volvió hacía la sala y se sentó delante de su computadora.
Tenía trabajo por completar, por lo que encendió la pantalla y se puso manos a la obra. Tenía tantas cosas que hacer y tanta gente a la cual cobrar. Era su parte favorita, realmente.

Narancia, por su parte, se dejaba mojar por la lluvia caliente de la ducha. Le gustaba ese baño, estaba limpio y lo más importante, se bañaba él solo, con toda la privacidad solo para él.
Eso no pasaba en el orfanato, siempre eran baños comunitarios.
Estaba enjabonando su cuerpo cuando en su mente apareció el albino de ojos tan peculiares.
Cada minuto que pasaba le llamaba más la atención aquel adulto, y le gustaba cada vez más. Seguía en pie su reto, acostarse con él sea como sea.
Podía imaginar sus grandes manos recorriendo su cuerpo, y aquellos tatuajes que todavía desconocía en el cuerpo del contrario. Su cabello desordenado y su voz grave.
Era una delicia la imagen que su cabeza había creado.
Terminó entonces de ducharse. Se secó para luego vestirse con su ”pijama,” que en realidad era una camiseta grande y vieja. Descolorida y con algunos agujeros.
Salió del baño luego de haberse secado un poco el cabello y fue directo a sentarse al sillón que estaba en la sala, encontrandose allí a Risotto inmerso en su computadora y lo que sería seguramente su trabajo.
Quería ver la televisión, pero no era su intención distraer al mayor de lo que estaba tan concentrado haciendo.

Risotto desvió su vista de la pantalla cuando escuchó los pasos descalzos del menor venir desde el baño. Lo inspeccionó de arriba a abajo, notando lo viejo y arruinado de aquello que estaba vistiendo. Lo vio después aburrido sentado sobre el sillón, y suspiró con fastidio por lo que estaba a punto de hacer.

—Niño, allí está mi teléfono y audífonos, puedes escuchar lo que quieras.— le dijo para luego volver a meterse a su trabajo.

Narancia levantó la cabeza cuando escuchó que le hablaba, y una sonrisa enorme se hizo presente en su rostro.
Se levantó feliz a buscar aquello que le fue permitido usar.
Antes de volver a sentarse a disfrutar de su música, se acercó a Risotto por detrás y lo abrazó desde su espalda, susurrando un “gracias” antes de separarse.

Risotto se petrificó cuando sintió aquellos delgados brazos rodearlo, y un escalofrío le recorrió el cuerpo de pies a cabeza cuando sintió aquella delicada voz susurrar en su oído.
Mierda, ese niño estaba invadiendo su espacio personal, más no pudo reaccionar de forma negativa, como lo hacía con todos.
Lo sintió verdadero, ese chico no lo veía con miedo por su apariencia, era sincero aquel pequeño abrazo.
Sonrió sin darse cuenta, y siguió con su labor un poco más animado esta vez.

melodramáticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora