Quizás los veas algún día.

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Eran las cuatro de la madrugada cuando Risotto terminó su trabajo.
Tuvo una conferencia con unos clientes extranjeros, y para ellos en ese horario era de mediodía, así que aunque estuviera muerto de sueño tenía que hacer esto.

Apagó la computadora y se estiró a más no poder, levantando sus brazos y escuchando como estos tronaban al igual que su espalda.
Bostezó con ganas, admirando el salón vacío y con una tenue luz apenas iluminando este. Estaba todo muy en silencio, pues Narancia le había dicho unas horas antes que se iría a dormir.
Pensó entonces en él y se levantó para ir a la habitación en el que estaba este, iría a ver cómo estaba antes de irse a dormir.
Entreabrió un poco la puerta, asomando la cabeza por ahí.
Lo vio tapado con las mantas hasta la cadera y durmiendo de lado muy cómodamente. Ni se inmutó cuando el pequeño chillido de la puerta abrirse por completo sonó.
Risotto entró con cautela al cuarto y se acercó hasta Narancia, quedando frente a él.
Se apoyó en la pared y se cruzó de brazos, mirando ahora directo a su rostro.
No podía negar que ese muchacho tenía unas facciones hermosas, y que entró a la habitación solo para admirarlo un poco más sin que parezca tan raro, ya que el pequeño no se daría cuenta.
Pero se equivocó, ya que Narancia emitió un sonido parecido a un quejido y entreabrió sus ojos, acostumbrándose a la poca luz de la habitación.

—¿Risotto?— preguntó con la voz rasposa por el sueño.
—¿Que haces aquí, no podías dormir?— lo miró sin recibir respuesta del mayor. En verdad, Risotto no tenía idea qué decir, lo esperaba que despertara.

—Ven aquí.— Narancia se movió para dejarle espacio y Risotto, sin saber él siquiera porqué, fue y se acostó a un lado del chico.
Le dió la espalda, mirando la pared.
Pero eso no le impidió a Narancia acercarse a su cuerpo y abrazarlo, apoyando la cabeza en la espalda del mayor para caer dormido otra vez.
Risotto miró las manos del menor sobre su estómago, riendo ante la diferencia de tamaño.
Cerró entonces los ojos, dispuesto a dormir con el pelinegro siendo la “cuchara grande”.
Y para su sorpresa, fue la noche que más a gusto durmió después de tanto tiempo.

(...)
Abrió los ojos con pesadez, tenía tantas ganas de seguir durmiendo.
Se aferró entonces a aquello que sostenía y volvió a cerrar sus ojos, hasta que algo le hizo cosquillas en la nariz.
Intentó quitar eso molesto que le rozaba las fosas nasales, pero otra vez volvía.
Abrió, de nuevo, los ojos ya algo molesto y miró hacia abajo, sorprendiendose cuando se dió cuenta que lo que estaba entre sus brazos era a Narancia.
Al parecer, en la noche habían cambiado de posición y ahora estaba él abrazando al pequeño y este durmiendo plácidamente en su pecho. Y aquello que le hacía cosquillas era su cabello.

Se preguntó, entonces, ¿por qué no le molestaba estar en contacto con el pelinegro?
Risotto odiaba el contacto físico, sentía que la piel se le congelaba en cuanto alguien lo tocaba.
Pero era distinto con ese muchacho. Abrazarlo se sentía cálido, y le gustaba.

—Buenos días.— una tierna voz ronquita le habló.
Dejó de mirar a la pared que tan interesante le parecía en esos momentos y bajó la vista hasta el chiquillo que sostenía entre sus brazos.

—Buenos días.— respondió igualmente, pero en su característico tono serio.

Narancia le sonrió y se abrazó a él más fuerte, lo cual no lo sorprendió del todo.

—Es agradable dormir contigo.— Narancia murmuró apenas, su voz siendo amortiguada por el pecho del mayor.

Risotto emitió un sonido que el pelinegro no supo cómo interpretar.
Miró hacia arriba a los ojos rojos y sonrió pícaramente, era su momento de actuar.
Aprovechando la baja guardia del mayor lo hizo quedar boca arriba y se sentó sobre él, en su regazo.

—¿Por qué viniste anoche?— acarició el pelinegro los hombros del albino, bajando lentamente sus caricias hasta el pecho y estómago de este, para luego volver su camino hacia arriba y repetirlo.

—Sólo pasaba a verte, por si necesitabas algo.— Risotto sonrió lascivamente, posando sus manos sobre los muslos del menor y acariciar estos con su pulgar.
Un toque sutil que a Narancia le provocaba escalofríos por todo el cuerpo.

Pasó ahora el pequeño sus manos a los brazos del otro, acariciando y delineando los tatuajes que tan atractivos le parecían. Hacían del mayor más interesante y más provocador.

—¿Tienes más?— preguntó con obvias segundas intenciones.

Risotto lo miró sin quitar su sonrisa, y  de un movimiento cambió sus posiciones, dejando al pelinegro bajo él.
Apoyó sus manos a ambos lados de la cabeza de este, abriéndose paso entre sus piernas.

—Quizás los veas algún día...— susurró acercandose al rostro del menor, rozando sus narices y chocando sus alientos.

Cuando vio que el menor cerró sus ojos en espera de un beso, se alejó rápidamente y se fue de la habitación, no sin antes mirarlo desde la puerta y guiñarle el ojo.

Sabía las intenciones del menor, y le encantaría hacerlo sufrir y desesperarse.
Y aunque pensara que estaba mal habiendo casi veinte años de diferencia, no es como si le importara mucho.
Diavolo no tenía porqué enterarse.

Con esto en mente, se dirigió a la cocina, cuando un viento fuerte por detrás de él le voló los cabellos.
Miró hacia atrás rápido, alerta.
Pero nada había allí, ni siquiera una ventana abierta como para pensar que ese viento vino de afuera.
Volvió a sentir la ráfaga, esta vez acompañada de un zumbido que lo aturdió.
Que mierda, ¿acaso tenía un maldito avión en casa?
Volvió a mirar alrededor, hasta que delante de sus ojos se posó una avioneta no más grande que su cabeza, justo delante de él.
¿Eso era un juguete?
Intentó alcanzarlo, quizás era una broma de Narancia por haberlo molestado y era un juguete suyo.
Pero una vez tocó este, su mano atravesó el “objeto” y segundos este después desapareció.
Abrió grande los ojos, mirando su mano pensando que estaba loco y tenía alucinaciones.
Era imposible, pues su mano estaba irritada, como si hubiera puesto esta sobre fuego.
Frunció el ceño, sacudiendo la cabeza para despejarse un poco. Tal vez seguía dormido, o tal vez no. Preferiría no pensar más en eso.

Mientras tanto, Narancia dentro de la habitación se quedó estático en su lugar. Sus labios deseosos de probar los ajenos se sentían calientes.
Chasqueó la lengua con molestia y se dió vuelta para seguir durmiendo.
Ese maldito viejo lo tenía loco y se atrevía a dejarlo así.
Estaba molesto, muy molesto.
Cuando escuchó los pasos del mayor alejarse, respiró hondo y se calmó un poco, por fin durmiéndose.

Mierda, realmente hubiera querido ese estúpido beso.

melodramáticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora